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bert H - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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20<br />

parece, con esos bigotes y esa nariz tan recta<br />

qUEUe. hacen tan masculino. Eres muy amable conmigo.<br />

En la fotografía se ve. No estás mirando<br />

hacia la cámara, como yo, me estás mirando a<br />

mí. Tu mano, tan grande que tapa cualquiera de<br />

las mías, me está protegiendo. Es cuadrada casi<br />

con los nudillos muy grandes, y su calor me hac~<br />

poner la carne de gallina cuando me acarician<br />

y hasta cuando me roza...<br />

Yo estoy muy bella.<br />

El pelo está suelto. Es largo y sedoso y muy<br />

negro, como azabache, como mis ojos. Cuando<br />

me pongo un clavel rojo en la cabeza me dicen<br />

que parezco sevillana. También porque mis pestañas<br />

son largas, torneadas y espesas, y mi piel<br />

tan blanca.<br />

Todo mi cuerpo está proporcionado. Mi cuello es<br />

largo como mis manos y mis piernas. Del cuello y<br />

la~ man.o~ todo el mundo me dice que son muy<br />

anstocratlCas. Su piel es casi transparente y a<br />

través se vislumbran las venas, <strong>del</strong>gadas y azuladas.<br />

Las manos me las cuido mucho. Nunca<br />

m~ pongo nada fuera <strong>del</strong> anillo que me regaló<br />

mi abuela cuando cumplí dieciséis años. En el<br />

cuello tampoco me pongo nunca nada. Se ve<br />

mejor así, desnudo, sobre todo cuando me recojo<br />

el pelo y me veo más alta y esbelta.<br />

NICOLAS SUESCUN<br />

Me regalaste un collar que debió costar mucho<br />

y e~o que no tienes sino tu sueldo. No me lo pong;<br />

caSI, y yo creo que tú te has dado cuenta que<br />

me veo mejor sin nada, porque nunca me preguntas<br />

por él.<br />

Todos los días me baño con agua fría, temp:ano<br />

por la mañana y debe ser por eso que mi<br />

piel es tan suave y tan tersa, aquí en la cara,<br />

en l~s hombros, en los brazos, en los muslos, en<br />

el Vientre, en el seno.<br />

Mis caderas no son demasiado anchas y mis<br />

senos son redondos y firmes. Me gusta mirarme<br />

desnuda en el espejo. Pero lo que más quiero<br />

es ~ostrarte mi cuerpo, para que lo tomes y<br />

estruJ~S entre tus brazos. Sí, más que nada quiero<br />

que ,tu lo tomes y que sienta tu calor pegado<br />

al mIO.<br />

Ante ti no me dará vergüenza. Algo en tu mirada<br />

me a:egura que serás bueno conmigo. A tu lado<br />

m~ Siento protegida. Bajo tus manos, mi hombro,<br />

mi cuerpo entero se estremece de placer...<br />

Tengo frío ahora y quiero que nuestros dos<br />

cue:pos se unan contra el viento que sopla y la<br />

llUVia que ha empezado a caer. En la cama desnudos,<br />

sintiremos calor y nuestro sueño será profundo.<br />

Tómame entre tus brazos, que estoy tiritando.<br />

Afuera está lloviendo y hace frío.<br />

\rf~<br />

1,'/" f-...--.._<br />

/1. K ~<br />

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¡ J.<br />

Dibujo de Copi ~<br />

o<br />

BEATRIZ GUIDO<br />

Bojo sobre rojo<br />

-"-Yo, si tengo que chingarme un gringo, me lo<br />

chingo.<br />

_Y... chíngatelo, ¿qué más da? Total, ¿a quién<br />

le importa?<br />

Nos detuvimos al mismo tiempo (*). Ellos, los<br />

chicos, no repararon en nosotros, ni en el efecto<br />

que podrían haber producido sus palabras. Siguieron<br />

pintando de negro, en los «affiches» de las<br />

paredes, los dientes de Doris Day y de Gary Grant.<br />

No venía con nosotros en el grupo; sin embargo,<br />

cuando nos descubrimos por primera vez frente a<br />

los chicos crei reconocerlo.<br />

Habíamos aterrizado en El Paso: un frente de<br />

tormenta venía a nuestro encuentro. Pero ya he<br />

dejado de creer en la voz de los micrófonos de los<br />

aviones y los aeropuertos; con el mismo dulce y<br />

marcado acento me informarían: «Favor abrocharse<br />

el cinturón porque vamos a estrellarnos.» O «¿Me<br />

permite pasar la noche con usted en el próximo<br />

aeropuerto?» «Sírvanse leerlas instrucciones están<br />

frente a sus asientos, junto a los salvavidas.»<br />

Me dejé arrastrar hasta la frontera de México<br />

junto al grupo de pasajeros, casi todos turistas<br />

norteamericanos. Estaba dispuesto a seguirlos en<br />

todo el largo e inacabable desfile de casas de<br />

juego y de prostituCión que nos venían prometiendo<br />

las camareras <strong>del</strong> avión en voz baja, con anticipada<br />

complicidad y pecaminoso susurro.<br />

Marcábamos el paso al compás de «Tijuana<br />

Brass». Ciudad Juárez era la promesa de exclusivos<br />

placeres, inencontrables, decían, en cualquier<br />

otro lugar de la tierra, salvo Tijuana o Casablanca<br />

antes de la guerra, o La Habana, en los inolvidables<br />

tiempos <strong>del</strong> Supremo Batista. La promesa era<br />

definitiva: no importaba el calor ni la cantidad de<br />

bolsas, cámaras fotográficas y canastos personales<br />

que tenían que cargar. Ciudad Juárez: una promesa<br />

real, verdadera.<br />

Por las piernas de los hombres, descubiertas<br />

por las «bermudas», chorreaba el sudor. También<br />

en las mujeres el recorrido daba tumbos por los<br />

rollos y las zanjas de los muslos, donde las pecas<br />

emparejaban el color de la piel. Molestaban los<br />

chicos en ese cortejo febril, desesperado, en que<br />

(*) Estas páginas pertenecen a una novela en<br />

preparación. Aunque es inevitable que' el lector<br />

descubra, tal vez antes que el, protagonista, la<br />

identidad de ese misterioso compañero de juerga,<br />

conviene recordar que una ficción no· debe ser<br />

leida literalmente. (N. de la R.)<br />

el pecado parecía perdonable por lo circunstancial<br />

e imprevisto.<br />

El se nos unió al grupo; no venía con nosotros,<br />

repito, de eso estaba seguro. Tampoco puedo decir<br />

que se nos unió: volvió la cabeza cuando el<br />

chico dijo eso de los norteamericanos.<br />

Me molestaba al principio descubrir en ese rostro<br />

las huellas de una barba densa que había<br />

estado allí, tal vez durante semanas o meses quizá,<br />

hasta hace unas pocas horas: rica y poblada,<br />

posiblemente no demasiado oscura, con ese color<br />

<strong>del</strong> cabello de Cristo en las estampas. Pero que<br />

al ser afeitada había dejado su presencia definitiva;<br />

como si detrás de ella hubiera existido o existiera<br />

todavía, escondida, una enfermedad de la<br />

piel que rechazara definitivamente la luz, el sol<br />

y también el aire. Podía descubrir con precisión<br />

donde nacía en los pómulos y también su fin<br />

debajo <strong>del</strong> mentón.<br />

Se unió a nosotros, repito; bueno, siguió a mi<br />

lado, quizá porque a los dos nos produjo el mismo<br />

rechazo eso, lo que dijeron los chicos. O tal vez<br />

porque mi reacción me obligó a gritarles:<br />

-iBajen de ahí, pibes!<br />

Me asustó la ingenuidad de mis palabras, la expresión<br />

río platense que la hacía incomprensible.<br />

Los chicos ni me miraron, pero él sigue a mi<br />

lado, ahora definitivamente:<br />

-¿Argentino?<br />

-Sí -contesté, y volví a repetir: -Argentino.<br />

Mucho debimos caminar desde el lugar donde<br />

nos dejó la «limousine» hasta la calle principal.<br />

-Tuve y tengo familia en la Argentina -me dijo.<br />

-Ah -contesté, sin darle importancia.<br />

Pero su acento me resultaba indeciso: había<br />

una vocal detrás de cada palabra, una inestabilidad,<br />

un titubeo, que me impedía ubicarlo en alguna<br />

parte.<br />

Decir «tengo familia» es cosa de gringos, pensé.<br />

Esos que creen poder encontrar fácilmente en<br />

Buenos Aires al compañero de armas o de colegio.<br />

Cuando llegamos a la calle principal nos desbandamos<br />

todos, pero esta vez, yo lo busqué.<br />

Quizá él también porque al volver a encontrarnos<br />

le descubrí el último resto de entusiasmo que parecía<br />

quedarle. No más de treinta y cinco años, pensé;<br />

pero en ese momento en que le adiviné el entusiasmo,<br />

fue la nostalgia la que envejeció su cara.<br />

Y sentí que debía agradecérselo:<br />

-Lo buscaba.

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