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Año 56, entrega 160 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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ANALES DE LA UNIVERSIDAD<br />

Pero hahía en él, —como en las pirámides^—, una cuarta arista,, que<br />

debe merecer la perennidad <strong>del</strong> recuerdo, y que entraña, para nosotros<br />

sus amigos, una deuda que debíamos cumplir. Era la de su incomparable<br />

elocuencia como orador. No me importa incurrir en la repetición. El<br />

Dr. José Irureta Goyena ha sido y será, aún después de desaparecido,<br />

uno de nuestros más grandes oradores. De un estilo de impecable aticismo;<br />

profundo en la idea, elevado en el ideal: cada frase, cada pensamiento<br />

suyos, quedaron fijados en el recuerdo de sus oyentes, como<br />

un jalón de belleza moral y' de experiencia en el futuro camino de la<br />

vida. La perennidad <strong>del</strong> libro de que hablaba para ésa su vastísima e<br />

incomparable obra de orador, es algo que nos hemos comprometido a<br />

realizar sus amigos. Y que realizaremos.<br />

Termino ya. El nivel intelectual no sólo <strong>del</strong> <strong>Uruguay</strong> sino de<br />

América entera, ha descendido mucho con la desaparición <strong>del</strong> maestro.<br />

En lo que a él íntimamente se refiere, como en la parábola de France,<br />

se podría resumir su vida así: "Nació. Sufrió. Murió." Y. para los que<br />

conocimos de cerca su idiosincrasia, tan sencilla, tan noble, tan buena,<br />

no habría quizás para él otro epitafio mejor que aquel tan trascendente<br />

en su sencillez, que luce en la tumba de Augusto D'Halmar: "Después<br />

de todo, no le ocurrió otra cosa sino la vida, y no conoció otra cosa<br />

sino el mundo".<br />

Sólo que, —eso sí—•, no diré, volitiva y esperanzadamente, con la<br />

frase de ritual, que haya paz en su tumba. No. Conociendo la trayectoria<br />

recta de su vida aureolada por la estela luminosa de toda su insuperable<br />

bondad, de su generosidad y de su comprensión para los dolores humanos,<br />

sólo puedo decir con espiritual unción: "¡Cuánta paz habrá en<br />

su tumba!"<br />

Discurso <strong>del</strong> Dr. Eduardo J. Couture<br />

Pocos días después de la muerte <strong>del</strong> Dr. José Irureta Goyena, la<br />

Facultad de Derecho y Ciencias Sociales debe despedir a otro de sus<br />

ilustres ^Decanos, el Dr. Joaquín Secco Illa.<br />

"Sólo una vez, —dice Fedra en el drama de Racine— nos acercamos<br />

a la playa de los muertos". Pero lo cierto es que nuestra casa de estudios<br />

ha debido, con increíble proximidad, acercarse a las riberas <strong>del</strong><br />

río de la angustia para despedir a dos de sus hijos predilectos, que la<br />

sirvieron con lealtad, que le <strong>entrega</strong>ron su talento y que la honraron<br />

con su concurso en el gobierno y en la responsabilidad.<br />

En estas palabras, mi investidura no puede desprenderse de la emoción<br />

personal. Fui. hace ya años, discípulo <strong>del</strong> Profesor Secco Illa; recibí<br />

de sus manos, más tarde, mi primera consagración de profesor;<br />

me honró luego con su amistad y llegué, con el andar <strong>del</strong> tiempo, a debatir<br />

con él en la noble y ejemplarizadora lucha de la abogacía. Todo<br />

hace, pues, que estas palabras tengan junto a la vibración admirativa por<br />

el maestro, la serenidad que la vida nos depara para poder juzgar a<br />

aquellos que contribuyeron a formiarnos.<br />

Nuestra generación recibió la presencia en la cátedra <strong>del</strong> Dr. Secco<br />

Illa con verdadera sensación de deslumbramiento. Nos impresionó, antes<br />

•que nada, su elocuencia. Siempre fué de elocuencia el arte feliz dé los<br />

abogados; pero lo cierto es que en los últimos tiempos la elocuencia ha<br />

venido a adquirir un significado muy diferente <strong>del</strong> que le dio prestigio<br />

tradicional. En la a-líogacía y en la cátedra no hay, hoy por hoy. más elocuencia<br />

que la sencillez, la sobriedad, la de la palabra ceñida de tal

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