oct.-dic. 1967 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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En el tentempié, muy de paso. En aquel intercalamiento, todos, en cuchicheo o silencio, se entendían, con hambre de preguntidad. El Liojorge, aquél, sin escapatoria. Tenía que hacer bien su parte: t,ener las ,orejas gachas. El valiente, sin retorno. Como un criado. El ataud parecla pesado. Los tres Dagobés, armados. Capaces de cualquier sopetón, ya estaban con la mirada apuntada. Sin verse, se adivinaba. Y, en aquello, caía una lluviecita. Caras y ropas se empapaban. El Liojorge -¡tan aterrorizado!- su prudencia en el ir, su tranquilidad de esclavo. ¿Rezaba? No sabría parte de sí, sólo la presencia fatal. y, ahora, ya se sabía: bajado el cajón a la fosa, a quemarrcpa lo mataban; en el expirar de un credo. La lluviecita ya se ablandaba. ¿No se iba a pasar por la iglesia? No, en el lugar no había cura. Se proseguía. Y entraban en el cementerio. "Aquí, todos vienen a dormir" -era, en el portón, el letrero-o Se hizo el airado ayuntamiento, en el barro, al lado del hoyo; muchos, pero, más atrás, preparando el huye-huye. La fuerte circunspectancia. La ninguna despedida: al una-vez- Dagobé, Damastor. Depositado hondo, en forma, por medio de tensas cuerdas. Tierra en cima: pala y pala; asustaba a la gente, aquel son. ¿Y ahora? El rapaz Liojorge esperaba, se escurrió dentro de sí. ¿Veía sólo siete palmos de tierra, de él delante de la nariz? Tuvo un mirar arduo. Se torcía el silencio. Los dos, Dismundo y Derval, exploraban al Doricón. Súbito, sí: el hombre se estiró de hombros, ¿sólo ahora veía al otro, en medio de aquello? Le miró cortamente. ¿Se llevó la mano al cinturón? No. La gente era la que así preveía, la falsa noción del gesto. Sólo dijo, súbitamente, oyóse: -Mozo, váyase usted, recojasé. Sucede que mi añorado Hermano era un condenado diablo . .. Dijo aquello, bajo y mal-son. Pero se volvió hacia los presentes. Sus otros hermanos, también. A todos agradecían. Si no es que no sonreían, apresurados. Se sacudían de los pies el barro, se limpiaban las caras del que les había saltado. Doricón, ya fugaz, dijo, completó; -"Nosotros nos vamos a vivir a un pueblo grande". .. El entierro había terminado. Y otra lluvia empezaba. 52
JUAN LISCANO • P E DOS POEMAS EDAD OBSCURA E:poca de tormentas y regreso a los ritos de sangre, a los hechizos maléficos c:uando la rosa se transforma en sapo el sexo en espinar y el odio como en los tiempos de su expanslOn mayor impera sobre los esfuerzos de la bondad sobre la inconfesable nostalgia de la dicha. Epoca de milicianos, de militantes, de militares, de partidos, de quebrados, de parciales. Respiramos un aire de exilios y de desastres Navegamos hacia latitudes favorables a los ciclones. Cada amanecer lleva en sí el anuncio de una ejecución. Entonces, mirando los cabellos de esta mujer de sol nocturno, esa planta tibia y olorosa a piel humana, mirando el secreto resplandor de sus instintos que alumbraban el enceguecimiento de mi deseo comprendí que era preciso existir, inventar de nuevo el fuego, husmear las tierras vírgenes, partir en largas migraciones aventuradas, describir un guijarro o un árbol, perderse gozosamente en el olvido como en un llano, cambiar de apariencias para escapar a los cruzados y llevar consigo la imagen de un lugar secreto donde la soledad se pareciera al Jardín del Paraíso. Pero la angustia y la guerra me pueblan y ella tiene muchas cicatrices y cuesta creer en la dicha. Angustia como polvo del tiempo. Angustia de no poder ser hombre. Angustia de negarnos cotidianamente. Angustia por el beso de Judas tan desesperadamente ajeno a sí mismo, el pobre, el grande Judas, el maldito, el que amó tanto sin ser correspondido, el que besó para matar sus celos, su imposible deseo. Sube el nivel del odio mientras aumentan las lluvias
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JUAN LISCANO<br />
• P E<br />
DOS POEMAS<br />
EDAD OBSCURA<br />
E:poca de tormentas y regreso a los ritos de sangre,<br />
a los hechizos maléficos<br />
c:uando la rosa se transforma en sapo<br />
el sexo en espinar<br />
y el odio<br />
como en los tiempos de su expanslOn mayor<br />
impera sobre los esfuerzos de la bondad<br />
sobre la inconfesable nostalgia de la <strong>dic</strong>ha.<br />
Epoca de milicianos, de militantes, de militares,<br />
de partidos, de quebrados, de parciales.<br />
Respiramos un aire de exilios y de desastres<br />
Navegamos hacia latitudes favorables a los ciclones.<br />
Cada amanecer lleva en sí el anuncio de una ejecución.<br />
Entonces, mirando los cabellos de esta mujer de sol n<strong>oct</strong>urno,<br />
esa planta tibia y olorosa a piel humana,<br />
mirando el secreto resplandor de sus instintos<br />
que alumbraban el enceguecimiento de mi deseo<br />
comprendí que era preciso existir,<br />
inventar de nuevo el fuego,<br />
husmear las tierras vírgenes,<br />
partir en largas migraciones aventuradas,<br />
describir un guijarro o un árbol,<br />
perderse gozosamente en el olvido como en un llano,<br />
cambiar de apariencias para escapar a los cruzados<br />
y llevar consigo la imagen de un lugar secreto<br />
donde la soledad se pareciera al Jardín <strong>del</strong> Paraíso.<br />
Pero la angustia y la guerra me pueblan<br />
y ella tiene muchas cicatrices<br />
y cuesta creer en la <strong>dic</strong>ha.<br />
Angustia como polvo <strong>del</strong> tiempo.<br />
Angustia de no poder ser hombre.<br />
Angustia de negarnos cotidianamente.<br />
Angustia por el beso de Judas<br />
tan desesperadamente ajeno a sí mismo,<br />
el pobre, el grande Judas, el maldito,<br />
el que amó tanto sin ser correspondido,<br />
el que besó para matar sus celos, su imposible deseo.<br />
Sube el nivel <strong>del</strong> odio<br />
mientras aumentan las lluvias