Nº 1-2 (nov. 1953) - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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Bergamín: "Lo primero que enseñaba Torres, si no ando equivocado, era<br />
precisamente eso: no personalizar, ni personificar en él ni en ningún otro<br />
a la pintura. Y muchísimo menos en el joven aprendiz que la intenta.<br />
También evangélicamente practicaba Torres como Darío, el parabólico<br />
precepto de que aquel que quiera salvar su vida, su alma, (¿su personalidad?<br />
¿su máscara?), la perderá. Lo que tiene que salvar el pintor, como<br />
el poeta, siguiendo el consejo de Swinburne, es la forma; siempre impersonal,<br />
en la humana aventura espiritual de su vida". De acuerdo con el<br />
sentir de su maestro, los integrantes <strong>del</strong> Taller Torres-García, si bien saben<br />
que la pintura no es anterior a los pintores, creen que éstos existen porque<br />
existe la pintura y no a la inversa. Es este, indudablemente, un criterio<br />
anti-historicista, si entendemos por historicismo la creencia de que existe una<br />
historia sin pintura y sin poesía, en donde está la explicación de la pintura<br />
y de la poesía. Y si lo que un pintor procura no es convertirse en un ser<br />
extraordinario y admirable que hace cosas nunca vistas para asombro de<br />
las gentes, sino en un contemplador y artífice con la necesaria sabiduría y<br />
con la suficiente docilidad para que la pintura pueda hacer de él y con<br />
él lo que graciosamente quiera, si ese es su afán, repito, tanto más lejos<br />
llegará en su propósito cuanto más profundamente pueda compartirlo con<br />
otros. Por otra parte, la enseñanza <strong>del</strong> maestro Torres no podía ser, como<br />
es natural, una invitación a la genialidad, sino una iniciación en los misterios<br />
<strong>del</strong> arte, para poder hacer las cosas como Dios manda, y lo que Dios<br />
manda es cumplir con la Ley, pero amorosamente, en <strong>nov</strong>edad de espíritu<br />
y no en vejez de letra, Y al que proteste ante esta aparente legalización<br />
<strong>del</strong> arte, podemos asegurarle que es de pintores y de poetas creer que en<br />
la pintura, en la poesía, hay una ley escondida. Pero esa ley no nos aprisiona,<br />
nos libera, porque comienza por sujetar nuestras naturales tendencias,<br />
para salvarnos de naufragar en las frías corrientes de nuestro propio<br />
yo, de nuestra propia vida.<br />
Torres-García educó a sus discípulos en un oficio tan riguroso como<br />
anti-académico, inseparable de la pintura misma. Los acostumbró a dominar<br />
un instrumento vivo, a desconfiar de lo caprichoso y de lo fácil y,<br />
sobre todo, a sentir que la pintura está siempre más allá de todos los medios<br />
utilizados para apresarla, por sabios, <strong>del</strong>icados y sutiles que éstos sean. Y<br />
en esta extraordinaria enseñanza, única en nuestro tiempo, -pues, según<br />
creo, ninguno de los otros grandes maestros modernos ha formado una<br />
verdadera escuela- Torres no sólo hizo comprender un arte en donde se<br />
funden, con una nueva y vivísima significación, las más nuevas y las más<br />
antiguas manifestaciones de la pintura y que él llamó Constructivismo,<br />
-arte nocturno, interior y objetivo, que él creía sujeto a leyes eternas, camino<br />
para una apacible y melodiosa libertad que le permitía no sólo no<br />
renegar de la Naturaleza, sino buscarla, perseguirla, para agregarle aquella<br />
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música sobrenatural a su música secreta-, no sólo enseno ese .arte, repito,<br />
cuyo verdadero destino es la decoración mural, sino, también, la pintura<br />
de la luz, arte de encantamiento en donde la realidad parécese recrearse,<br />
haciéndose más real, más sensual y luminosa que en su estado natural; procedimiento<br />
sutil, divino y diabólico, capaz de asir lo indefinible, de adueñarse<br />
<strong>del</strong> color escondido en una sombra, de expresar la maravilla fugaz<br />
de un instante y de convertir el aire en el alma circundante de las cosas.<br />
Pero además, el maestro Torres cuidaba los menores detalles, que en él<br />
tenían un muy profundo sentido, y, al mismo tiempo que instruía en el<br />
difícil manejo <strong>del</strong> Compás de Oro, que él interpretaba de una manera muy<br />
particular, limpiaba la paleta <strong>del</strong> pintor, aconsejando por ejemplo, la utilización<br />
de estos colores: blanco, negro, ocre, tierra sombra, rojo puzzoli,<br />
verde y azul; o bien: blanco, negro, amarillo cromo, bermellón, verde y<br />
azul. Indicaba, también, que no se deben mezclar los colores entre sí, sino<br />
únicamente con el blanco y el negro, para aclararlos o ensombrecerlos.<br />
Todos estos detalles de una disciplina tan minuciosa parecerán antipáticos<br />
a los autodidactos que cuidan de su personalidad como de una plantita<br />
que hay que regar todos los días y que creen que de sus más ligeros<br />
antojos nacerá lo portentoso y nunca visto. Para su tranquilidad, les aseguro<br />
que esa disciplina era múltiple y, en apariencia, contradictoria, como<br />
que era obra de un artista que se mantuvo vivo hasta el instante mismo de<br />
su muerte, y para el cual la pintura nunca dejó de ser un problema. Por<br />
eso, los pintores <strong>del</strong> Taller, para quienes la originalidad es muy rara, pero<br />
la rareza no es nada original, están unidos por grandes problemas más<br />
que por extrañas soluciones. Y es preocupación de todos la de desentrañar<br />
o manifestar, pintando entrañablemente, esos problemas, y no la de tener<br />
criterio personal e ideas propias. Sobre esta actitud vital, sin la que no es<br />
posible un verdadero artista porque no es posible un verdadero hombre, yo<br />
no he leído palabras más reveladoras y resplandecientes que las de un personaje<br />
de Bergamín: "Nuestro espíritu no es nuestro como no lo son nuestras<br />
ideas. Eso que llaman espiritualismo los ideólogos, suelen ser imposturas<br />
de ladronzuelos o rateros <strong>del</strong> pensamiento; rateros de raterías sutiles y<br />
quiméricas, que viven de ilusiones de propiedad; porque ignoran que lo<br />
propio <strong>del</strong> espíritu, como de las ideas, es no poder ser ni poderse hacer<br />
propiedad de nadie. ¡Qué ideas tiene usted! exclaman los tontos. ¡Yo que<br />
voy a tener ideas! Permita que se lo repita: yo no tengo ideas; las ideas<br />
me tienen a mí que no es lo mismo; que es todo lo contrario: ¡me tienen<br />
y me sostienen, quiméricamente, en el aire, asido al ímpetu arrebatador y<br />
poderoso de sus alas!"<br />
En fin, el Taller Torres-García no podría tener la unidad que tiene<br />
sin creer en las cosas que cree, ni creer en ellas si no creyera de una manera<br />
unitaria. Quiero señalar con esto que la índole de una creencia, su<br />
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