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Nº 1-2 (nov. 1953) - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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infantil, de aquel tributo inconfesable mío al alegre dios de la flecha zigzagueante.<br />

Lo que no acabó, ni parecía que se acabase nunca cuando se<br />

rezaba, era el Rosario, que rezábamos, generalmente, por las noches, después<br />

de cenar, reunidos en el cuarto al que decíamos de las 1liñas, porque<br />

en él dormían mis dos hermanas más pequeñas: Concha y Asunción.<br />

Sobre una chimenea inutilizada se había puesto un altarcito, con una imagen<br />

de la Virgen de Lourdes, que era devoción de mi madre. Siempre<br />

tenía flores y luces encendidas. Ante ella se rezaba el Rosario. De esa<br />

época, apenas recuerdo el primer diez, pues inevitablemente al segundo<br />

estaba ya dormido. Cuando no me despertaban las risas de mis hermanos,<br />

que, a veces, contagiaban a mi madre, que era la que llevaba el Rosario,<br />

o una de mis hermanas mayores. Estas risas se producían siempre por nada.<br />

Bastaba una leve equivocación o un gesto imprevisto para desatarlas: la<br />

menor cosa rompía la seriedad monótona <strong>del</strong> rezo, cuyo admirable poder<br />

poético y sentido de su repetición, sólo mucho después he comprendido.<br />

No sé si comprendía pero sí sentía el valor de la repetición en los<br />

juegos y en los cuentos. Repetir es ya empezar a memorizar la vida, tejiéndola<br />

de hilo de alma, de ilusión de sueño. De sueño de vida que nos despierta<br />

de dormirlo. ¿Se repite para recordar o se recuerda para repetir?<br />

Repetir es recordar; y recordar es despertar; porque despertar es repetir.<br />

Despertamos, a nuestra vida, de nuestro sueño de cada noche, cada día.<br />

La vida puede hacerse, de ese modo, creadora o recreadora de nuestro<br />

ser temporal humano, porque lo temporaliza de repeticiones, despertándolo<br />

a los recuerdos. De repeticiones está hecho el vivo artificio poético<br />

de nuestras palabras, como el artificio sonoro de la música o de la poesía<br />

misma. Memoria es madre de las Musas. La repetición es la raíz y el fundamento<br />

de la <strong>nov</strong>edad que de esa profundísima savia de repeticiones se<br />

sustenta. Cuando cantamos, cuando contamos, repetimos. La <strong>nov</strong>edad de<br />

un cuento o de una canción radica en su profunda entraña invisible de<br />

repetición secular, milenaria. Golpear el yunque de la repetición es lograr<br />

el temple de nuestra vida y hallarle ritmo humano a nuestro pulso. Repetir<br />

es amar. Se repite porque se ama. Pero la repetición viva <strong>del</strong> amor<br />

nos encadena a una forma de espiral creciente. La vida es una sucesión<br />

de amor porque crece su fuego en el espiral de su llama. Vivir es recordar<br />

en la medida en que el recuerdo asciende en nosotros para perforar, infinitamente,<br />

un cielo de esperanza: para abrirnos, en ese cielo, un extraño<br />

abismo de luz. Y aunque invirtamos nuestro anhelo, perforando con él<br />

la tierra, para llegar hasta el infierno de la desesperación, si cavamos<br />

más hondo, como el Dante en su Visió1l Maravillosa, romperemos de<br />

nuevo la tierra misma para volver a mirar, al otro lado, las estrellas.<br />

Todas las noches, todos los días, me enseñaron a repetir, de niño, una<br />

misma oración, sin alterar el orden sagrado de sus palabras. Para pedir<br />

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a Dios, cada día, cada noche, el mismo pan con el mismo espirrtu: para<br />

pedirle la presencia en mí de ese espíritu; su creciente eternidad de amor.<br />

El más querido sueño de la niñez, --o, al menos, es el que yo recuerdo<br />

de la mía- era éste de hacer lo mismo siempre cada día, cada noche, cada<br />

semana, cada mes, cada año. . . haciéndolo cada vez de nuevo. Yeso con el<br />

ritmo, en la medida que estos años, meses, semanas, días, parecían cambiar<br />

de traje, transformar sus vivas apariencias iguales, repetirlas también<br />

en ellos, o con ellos, en esas estacionarias, extáticas impresiones de su<br />

ritmo: en un invierno, una primavera, un estío, un otoño, siempre iguales:<br />

siempre los mismos y siempre, siempre, otros. El yo infantil, el tú<br />

infantil, son la conciencia de esa repetición creciente, creadora. Hasta que<br />

va descubriendo el alma, por hacerlo, por repetirse a sí misma en todo,<br />

que lo es de esa manera, ella misma, por la repetición, el recuerdo, el<br />

despertar de cada día. El niño quiere que le cuenten siempre el mismo<br />

cuento que le canten el mismo canto: porque está aprendiendo a recordar,<br />

a despertar, a hacerlo nuevo cada vez, por la misma repetición que lo<br />

crea y en él se recrea. Está aprendiendo a tener alma: a vivir animadamente,<br />

a ir tejiendo y destejiendo de alma el sueño de su vida. Está aprendiendo<br />

a desdoblarse en vigilia y en sueño; a trascenderse a sí mismo<br />

y de sí mismo, en todo: a derramar de sí esa totalizadora identificación,<br />

mismidad de amor, que le abre el ámbito <strong>del</strong> mundo y le reúne con los<br />

demás seres en ese mundo mismo: siempre el mismo y siempre otro. ¿Qué<br />

hace entonces, en él, esa invisible presencia viva de la Muerte, que le va<br />

naciendo con su esqueleto?<br />

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