19.05.2014 Views

Nº 1-2 (nov. 1953) - Publicaciones Periódicas del Uruguay

Nº 1-2 (nov. 1953) - Publicaciones Periódicas del Uruguay

Nº 1-2 (nov. 1953) - Publicaciones Periódicas del Uruguay

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Miss Hamilton vrvra en una bohardilla de casa, sola. Era una vieja<br />

inglesa, pequeñita, consumida de cuerpo, a la que recuerdo siempre<br />

envuelta en luminosos tonos dorados, amarillos: pelo amarillo, que decían<br />

que era una peluca, pegada a un sombrerito de paja amarillento, siempre<br />

movido en su cabeza, como para caerse, parecido a un sombrero de clown.<br />

Toda ella tenía presencia escénica, teatral, clownesca, entre actriz y<br />

muñeco, de monigote guiñolesco. Se la tenía por chalada, por semiloca.<br />

Vivía dando lecciones de inglés. Era profesora de una hermana mayor mía<br />

y de su íntima amiga también vecina nuestra. El tono dorado, amarillo,<br />

de toda la vieja, no sé exactamente en qué consistía para habérseme<br />

quedado en el recuerdo fijo de ese modo. La recuerdo muy descuidadamente<br />

vestida, como de haraposos encajes de bruselas color de té chino, mantillas<br />

rotas y quemadas, apergaminados papeles viejos: todo amarillento, todo<br />

de color de hoja seca. Esa sensación, impresión dorada para mí, daba a su<br />

mínima figura, a su insignificante vejez, una irrealidad <strong>nov</strong>elesca. Nunca<br />

he podido leer a DICKENS sin acordarme de Miss Hamilton. Tenía en su<br />

bohardilla, toda sucia, entelerañada, polvorienta, muchos animales disecados:<br />

perros, gatos y pájaros; sobre todo, pájaros: loros, cacatúas de plumajes<br />

coloreados. Todo lo que le rodeaba parecía muy gastado: todo muy viejo:<br />

y todo muy inglés convencional de <strong>nov</strong>ela romántica. Hubo mucho tiempo<br />

discusión y disgusto en toda la casa por no haberse podido averiguar si a<br />

una de las cacatúas o loros disecados de Miss Hamilton, se la había<br />

comido, quiero decir que la había desplumado como para comérsela, uno<br />

de los dos gatos, acusados de tan criminal intento por la vieja inglesa: el<br />

gato gris de Doña Josefa o el blanco rosado de Doña Matilde. También<br />

estuvo en tela de juicio la buena reputación pacífica <strong>del</strong> perro Sultán.<br />

Este era un perdiguero marrón que convivía tranquilamente con el gato<br />

blanco, en su misma casa; pertenecía a la familia misma de Doña Josefa,<br />

la abuela Pepa, setentona, limpia anciana andaluza, alta, bondadosa, a la<br />

que recuerdo cantándole a una sobrinilla mía de unos meses, y acompañándose<br />

de los cuatro dedos de cada mano ante los ojos enigmáticos de la<br />

criatura, un estribillo, creo que cubano, que decía:<br />

Aquí están cuato neguitos<br />

tóo los cuaio valentones:<br />

en llegando la gustísía<br />

se caigan. etz los caisones . . .<br />

¡Y guachi, Malía Eanqzdca!<br />

¡y guachi, Malía Melcé!<br />

Yo oía contar en voz baja, en secreto, como para que yo no me enterase,<br />

que Miss Hamilton, a media noche, sobre las doce, se entregaba a<br />

60<br />

misteriosas prácticas religiosas: que se revestía de una casulla y _decía misa,<br />

con singulares murmuraciones de palabras mágicas y extraño rito. Cuando,<br />

por vez primera, se incendiaron, una madrugada, todos los trastos de Miss<br />

Hamilton, -esto se repitió muchas veces después- y toda la vecindad<br />

se alteró, asustada, parece ser que la vieja, a la que malas lenguas suponían<br />

que se emborrachaba antes de emprender sus singulares liturgias nocturnas,<br />

había dejado encendidos unos cirios, quedándose dormida.<br />

Uno de los gatos acusados por Miss Hamilton de haber asesinado,<br />

para comérsela, a su cacatúa disecada, dije que era el gato blanco de Doña<br />

Matilde. No sé para qué extraña necesidad de comunicación especial,<br />

entre nuestra casa y la de Doña Matilde, que era una vieja modista de<br />

sombreros -malagueña-, que vivía en el piso bajo, sola con su hija,<br />

-solterona, más envejecida de aspecto que su misma madre,- se había<br />

establecido un sistema de trasmisión por uno de los patios de casa: lo que<br />

se hacía con un canasto colgante, que subía y bajaba con una cuerda desde<br />

las ventanas de las cocinas. Lo recuerdo porque en ese canasto aparecía<br />

muchas veces, y al parecer muy acomodado y gustoso con tan arriesgado<br />

viaje, el gato blanco de Doña Matilde. Nunca podré saber a que obedecía<br />

tan sorprendente comunicación establecida, y todavía menos, los más<br />

sorprendentes viajes <strong>del</strong> misifuz. El caso es que, con este motivo, nos<br />

asomábamos a las ventanas para ver subir y bajar al animalito; y que<br />

desde una de estas ventanas, sentí un día la mirada sonriente de otra<br />

vecina <strong>del</strong> tercero, Carmencita, que tendría como doce años -y era de<br />

una familia francesa. A mí me parecía Carmencita -este juicio mío es<br />

posterior, de bastantes años después creo- como la quintaesencia de la<br />

feminidad francesa. Carmencita tenía una dulzura singularísima en su<br />

expresión, un poco gatuna, con ojos parecidos a los de la Dorotea lopesca:<br />

"que apenas los envidan, quieren..." Todo en ella era acariciador,<br />

mimoso, y sensual: su modo de andar, su figurilla pequeñita, como sin<br />

huesos, su voz, tal vez, sobre todo, su voz: y su pelo castaño y sus manos<br />

blanquísimas, de una palidez anémica, como de santita o muñeca de cera.<br />

Se sentía al verla y oirla hablar en un español muy melodiosamente<br />

articulado, con sólo el tropiezo elusivo de las erres y jotas, algo como un<br />

presentimiento -habla mi esqueleto- de musicalidades debussystas. Este<br />

dorado otoño primaveral, no era de hoja muerta y empolvada como el de<br />

Miss Hamilton, la vieja inglesa, sino prometedor de amaneceres suavísimos,<br />

de crepusculares encantos. Cuando por alguna enfermedad me tenían<br />

en cama algunos días, y prolongaban, ya sin fiebre, por precaución, una<br />

inicial convalecencia, todavía sin levantarme, recuerdo ver asomar el rostro<br />

gatuno de Carmencita que portadora de una enorme almohadilla de hacer<br />

encaje de bolillos, desde la puerta y sin atreverse nunca a entrar me preguntaba:<br />

¿cómo estás? Como si se disolviese en su voz, ignorada por ella<br />

61

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!