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mayo 1967 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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EL CORONEL,<br />

MIENTRAS AGONIZO<br />

45<br />

inteligencia admirablemente exacta y lúcida? Nadie<br />

que estuviera en su juicio recelaría de ese apocado,<br />

de ese obsecuente, de ese pusilánime, de ese cornudo<br />

de Gasparito. El cual, sin embargo, no había<br />

hecho otra cosa que crearse concienzudamente esa<br />

personalidad conmiserativa y epigramática, conducida<br />

con maravillosa exactitud hasta que el señor<br />

presidente de la República, mi inteligente persona,<br />

cayera juiciosamente en la trampa.<br />

Hace tres semanas, Timoteo. El honorable, el<br />

discreto, el sabio, el invulnerable doctor José Domingo<br />

Real fue el indicado para mover la primera<br />

pieza <strong>del</strong> engranaje inverosímil. Era una maquinaria<br />

enteramente perfecta, verdadera obra maestra de<br />

conspiración y venganza, por lo simple, por lo ingenuo,<br />

por lo extraordinariamente sencillo de su<br />

traza. Todas las conspiraciones clásicas que se<br />

conocen tienen un mecanismo complicado, Timoteo.<br />

y constan indefectiblemente de dos o tres comandantes<br />

de unidades militares como piezas básicas.<br />

Pero no ésta, que comenzó por eliminar a militares.<br />

El foco central de su ataque fue el coronel Odón<br />

Cano Peña; usted, coronel, ex-combatiente de la<br />

guerra <strong>del</strong> Chaco, comandante de Regimiento y<br />

oficial de la reserva. Usted, coronel, tan silencioso,<br />

tan moreno, tan austero, tan patriota y tan ignorante.<br />

Usted, que no pronunciaba jamás las «eses»<br />

<strong>del</strong> plural y que se levantaba invariablemente a las<br />

cuatro de la mañana, y se pasaba frente a la Comandancia<br />

con el mate en la mano, meditabundo,<br />

silencioso, lleno de autoridad natural y espontánea.<br />

Usted, coronel, a quien sus camaradas de escuela<br />

despreciaban sinceramente; usted, a quien debía,<br />

sin saberlo, mi permanencia en el escritorio <strong>del</strong><br />

despacho presidencial.<br />

11<br />

El abultado legajo de minuciosos y exhaustivos documentos<br />

que me enseñaba la ministerial diligencia<br />

de Gasparito, lo acusaba a usted de traidor,<br />

coronel. Su correspondencia secreta -y cifradacon<br />

el jefe político <strong>del</strong> Guairá no daba lugar a la<br />

duda. Bien es verdad que ninguno de esos documentos<br />

(urdidos cuidadosamente por Jerónimo Ledesma)<br />

llevaba su trabajosa firma. Pero la de<br />

Juan Cayetano Gaona era fácilmente identificable.<br />

Pasé la mañana analizando, con el ministro, punto<br />

por punto esos papeles traidores. En ellos se hablaba<br />

de la organización de brigadas campesinas<br />

de combate que estaban actuando, hasta que llegase<br />

la hora de la rebelión, bajo la fachada de<br />

agrupaciones agrarias meramente sindicales y apolíticas,<br />

y a las cuales había dirigido yo, orgullosamente,<br />

más de un mensaje.<br />

Mi exasperación desembocó en un deseo de refinada<br />

venganza contra usted, coronel. Imaginé<br />

rápidamente una variedad de crueldades respecto<br />

de su persona, pero todas ellas me parecieron<br />

ofensivamente benignas.<br />

Gasparito parecía derrumbado, mientras yo medía<br />

a pasos coléricos la amplitud alfombrada <strong>del</strong> despacho<br />

presidencial. Varias veces intenté descolgar<br />

el tubo <strong>del</strong> teléfono, pero el alicaído ministro me<br />

disuadía invariablemente de ello.<br />

Hasta que Gasparito dijo:<br />

-Hay que pillarlos con las manos en la masa,<br />

Julián.<br />

y me alargó un billete en que, usted, coronel,<br />

citaba a Juan Cayetano Gaona «en el local <strong>del</strong><br />

equipo C». El local <strong>del</strong> equipo C resultó ser la propia<br />

casa de campo de Gasparito. Usted ya sabe lo<br />

que allí ocurrió, coronel. Había concurrido usted<br />

a ella accediendo a una invitación para una partida<br />

de poker. Un radiograma urgente había traído,<br />

asimismo, al desfoliado Juan Cayetano Gaona desde<br />

su apostadero de Villarrica. Después...<br />

Fue una maniobra perfecta, coronel. Jerónimo<br />

Ledesma le había descerrajado una ráfaga apenas<br />

entramos en el local, Gasparito y yo. Usted conversaba<br />

distraídamente de animales con el desleído<br />

de Juan Cayete.no... ¿Quién lo hubiera sospechado?<br />

Tuve que firmar. Lo tuve que firmar, coronel.<br />

Dejaba la presidencia a Gasparito, al mismo tiempo<br />

que me enteraba horrorizado de que mi «úlcera»<br />

no era otra cosa que cáncer. El honorable doctor<br />

José Domingo Real me había ocultado, hasta ese<br />

instante, juiciosamente, la realidad de mi dolencia.<br />

111<br />

Ahora todo está en su sitio. La oscura celda, húmeda<br />

y maloliente, fue el lugar de mi muerte, coronel.<br />

Me trajeron aquí acusado de traición a la<br />

causa nacional y a los principios de la revolución.<br />

Las tragedias y venganzas sentimentales de Gasparito<br />

están pasando a la historia transmutadas en<br />

heroica acción de salvamento de la dignidad na·<br />

cional. Su venganza fue perfecta. Esmeralda Neo<br />

vino a hacerme conpañía invitada por los fusiles<br />

policíacos de su <strong>del</strong>icado amante, mientras la prensa<br />

<strong>del</strong> régimen anunciaba, pudorosamente desde<br />

sus columnas sociales, que había emprendido viaje<br />

a Suiza para tratarse de una enfermedad. Los boletines<br />

médicos <strong>del</strong> actual ministro de Salud, doctor<br />

José Domingo Real, propalan una serie de falsedades<br />

acerca de mi estado, mientras los editoriales<br />

de Jerónimo Ledesma realizan una minuciosa<br />

disección de mi conferencia sobre «La psicología<br />

<strong>del</strong> vendepatria» atribuyéndome una subcon-

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