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mayo 1967 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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40<br />

saron el porrón de ginebra que les había obsequiado<br />

el viejo. Después, en un cruce se separaron.<br />

Oviedo tomó la huella que lo llevaba a las<br />

salinas, Medina siguió al acaso, adonde el diablo<br />

quisiera.<br />

"Nadie repite la misma historia», sentenció Nemesio<br />

Medina cuando alguien, sabedor de sus<br />

desventuras, contó las de otros gauchos cimarrones<br />

y sin ley. "Ninguna desgracia viene sola»­<br />

dijo el otro entre otras sonseras que afearon la<br />

charla. Medina se apartó, cuidadoso de sus sentimientos.<br />

El cuchicheo de unos paisanos, dio paso<br />

a la figura <strong>del</strong> tallador. "Cuando gusten, caballeros»,<br />

dijo el hombre. Sobre un tablón largo, naipes<br />

y manos se entreveraron en el monte. Jugó Medina,<br />

muy serio, arrastrando a los otros. "Tiene<br />

suerte el caballero», comentó el tallador. No sonrió.<br />

Medina, reacio al elogio, ocupado en lo suyo,<br />

llevándose la plata sucia <strong>del</strong> tablón. Un golpe de<br />

azar lo dejaba indiferente. Manoseó los billetes,<br />

los puso en el tirador, y fue gastando a cuenta:<br />

un porrón de ginebra, galletas, yerbas, un poncho<br />

y otros lujos. Cuando lo creyó prudente, se<br />

alejó de la rueda. "Levantan vuelo los caranchos»,<br />

comentó el tallador, con la sangre en el ojo. Medina<br />

no contestó. Juntó sus cosas, pagó, y ya salía<br />

cuando el pendenciero le largó otra insolencia.<br />

"No sea sonso, compañero", replicó Medina.<br />

"No moleste como cachorro pulguiento. No es de<br />

hombre andar peleando por plata -argumentó-o<br />

Otras cosas hay para sacar a relucir los fierros,<br />

y no faltará ocasión, si Dios así lo dispone, de<br />

mostrarse despreciativo con la muerte.» Dijo esa<br />

y otras modalidades ante la cara <strong>del</strong> tallador,<br />

"Usté le da todo el trabajo a la sin hueso», respondió<br />

éste. Bajó los ojos Medina. "Será...», dijo<br />

y, cansado de charla, quiso dejar aquel lugar, la<br />

tentación de sacar el filoso. Pero en vano. Nunca<br />

falta el buey que se hace toro cuando uno toma<br />

el camino prudente, siempre hay un maula que<br />

confunde serenidad con cobardía. Ese fue uno.<br />

Sin decir palabra, le asestó a Medina un rebencazo<br />

en el hombro. Este se frotó el cogote, tiró cuchillo<br />

y vaina para sacarse la tentación de encima,<br />

se agachó a lo indio y ahí nomás le largó un<br />

cachetazo al insolente. "Te sopapeo por infelizle<br />

dijo mientras le cruzaba los dedos por la cara.<br />

Para que no te confundás... para que sepas ver<br />

a un hombre sin necesidad de que te ponga la<br />

mano encima...», moralizó otra vez. No tuvo que<br />

repetir la advertencia. El otro se fue a baraja y,<br />

al ratito dejó el boliche rumiando su rencor. El<br />

resto empezó con alabanzas, y Medina, molesto,<br />

comprobó con tristeza que sólo valía la ley <strong>del</strong><br />

gallo. Se apartó de la gente y en un rincón se<br />

PEDRO G. ORGAMBIDE<br />

puso a templar las cuerdas de la guitarra. Triste<br />

estaba, señores, triste como una noche sin luna.<br />

Nemesio Medina desmonta frente a un rancho.<br />

Oye el llanto de un chico. Se acerca, curioso.<br />

Una mujer sale de lo oscuro. Medina rezonga un<br />

saludo, da vuelta el ala <strong>del</strong> sombrero. Ya se ha<br />

calmado el chico que gatea entre unos huesitos.<br />

Mira al hombre que ahora se arrodilla para jugar<br />

con él. Allí están los dos, haciendo barro, siguiendo<br />

a un bicho por el suelo, juntando ramas para<br />

llevar al rancho. La mujer, desconfiada, mira de<br />

reojo al forastero. "Seguro que es un perdido»,<br />

piensa, y observa las manos grandes de Nemesio,<br />

el vello tupido, los dientes amarillos. Entonces<br />

Nemesio pide permiso para acomodarse un rato<br />

por allí. Adivina el pensamiento de la mujer y se<br />

anticipa diciendo: "No soy un gaucho malo. Si me<br />

desgracié alguna vez, fue defendiendo mi libertad.»<br />

Ella, la Paula, apenas lo escucha. Los hombres<br />

charlan siempre, pero al fin -piensa-, es<br />

una la que se queda en el rancho, una mujer con<br />

los críos que sabe Dios cómo crecen entre tanta<br />

soledad y muerte <strong>del</strong> desierto. Hablan, hablan los<br />

hombres. Habló así su padre cuando se fue a<br />

pelear <strong>del</strong> otro lado de la cordillera, dejándolos<br />

a ellos, a su madre y los chicos, solitos con su<br />

alma. Hablan y dejan huérfanos y soledad a su<br />

alrededor. Que hable nomás el forastero, hasta<br />

mañana si quiere. No la ha de convencer, no.<br />

¿Qué dice de la injusticia? ¿Y qué se creerá él,<br />

gaucho matrero, tan envalentonado en eso de la<br />

pelea y el coraje? No, no quiere saber nada. La<br />

Paula quiere estar allí, con sus críos. No anda<br />

con ganas de caricias de hombre. Sabe en lo que<br />

terminan: una mujer pariendo, sola, en medio <strong>del</strong><br />

rancho. Y el padre que no está. O anda matando<br />

indios en la frontera o está mamado en el boliche.<br />

Puede Nemesio seguir hablando... Sin embargo,<br />

cuando él se echa allí, en el suelo, lo ve<br />

dormir, le pone una manta, deja que las horas<br />

pasen. A la madrugada el hombre anda por allí<br />

como si el rancho le quedara chico. Vuelve, y<br />

ella cierra los ojos, miente dormir. Nemesio pasa<br />

su mano por el pelo de Paula. El hombre se echa<br />

otra vez y sueña un duelo feroz, una matanza.<br />

Nemesio Medina necesita el campo abierto. Claro<br />

que si Paula le pidiera que se quedase, él echaría<br />

raíces allí mismo. Se ha encariñado con el<br />

chico que se le pega a las piernas como un cuzco.<br />

Pero Nemesio no puede bolacear más, no<br />

puede enredarse en ese pensamiento. Junta sus<br />

pilchas y se va. Toma el camino largo, el de las<br />

aguadas, el que bordea la Laguna Grande. No<br />

sabe si volverá algún día; él es esclavo de su libertad.

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