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mayo 1967 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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PEDRO G. ORGAMBIDE<br />

El perseguido<br />

... Un silencio respetuoso siguió a los versos de<br />

Nemesio Medina, en la pulpería de Bragado. Había<br />

cantado el destino de un pobre, dejando un<br />

sabor áspero en la boca, como el <strong>del</strong> vino carión<br />

que corría en las mesas. Alguien le arrimó un<br />

vaso que él bebió, despacioso, míentras la noche<br />

cuidaba el sueño de las hembras, haciéndose perro<br />

junto al perseguido. El lo acarició, casi con<br />

lástima, y el perro se echó a sus pies mientras<br />

los hombres se entreveraban en el truco. Unos<br />

goterones en el alero, un olor de yerba y de tabaco<br />

o quizá de cuero de recado, le dieron a Medina<br />

la nostalgia <strong>del</strong> rancho. Duró un momento<br />

no más, y él siguió manoseando las cuerdas. De<br />

afuera llegó un galope. No se movió. Sólo que la<br />

costumbre hizo que ladeara apenas la cintura,<br />

para tener el filoso más cerca de la mano. Por lo<br />

demás, todo quedó como antes: una reiterada<br />

charla de caballos o muertes, algún sucedido de<br />

frontera, una pasiva cortesía para nombrar la violencia,<br />

una distancia, -la de la pampa tal vez-,<br />

apenas interrumpida por el alboroto de los naipes.<br />

juegos de nada para el proscrito, engrillado a su<br />

suerte como a una lepra o a una fiebre mala. La<br />

gente distraía esos encuentros, los postergaba<br />

como si no existieran. No él. Sabía que la noche<br />

lo esperaba afuera, que aquel era su sino, y ahora<br />

se preparaba para salir, para buscarla, así tuviera<br />

nombre de terror o difunto. Acaso él era la<br />

noche, como su perro y el caballo, y lo demás<br />

un sueño.<br />

Sos un animal sombrío, Nemesio Medina. Los estás<br />

esperando para hacerlos hocicar como potro<br />

en la raya. Ahora los ves llegar como tropilla,<br />

mirás a todos esos infelices que se llenan la<br />

trompa con tu nombre "iTigre!» Te nombrás a<br />

vos mismo, llamándote con el apodo de los montes,<br />

aquel que te diera fama de gaucho malo y<br />

peleador. Y como tigre, a zarpazos, te estás<br />

abriendo cancha entre los hombres de la partida.<br />

"iDate preso, Medina!» -grita el sargento, mientras<br />

pela el sable. Otro milico se te viene a lo<br />

loco y un tercero tira de arriba como para partirte<br />

en dos. Si serán brutos, Nemesio Medina, hacerte<br />

eso a vos, que peleás lindo cuando hay tíempo<br />

para un duelo sin apuro, a vos, que te gusta medir<br />

al hombre por su maña y su fuerza. Parás dos<br />

sablazos con el poncho, otros con el cuchillo, puteando<br />

y sudando, dándotQ el gusto de pelear.<br />

Después, cansado de entretenerlos, atropellás de<br />

frente, vos solo como si fueran un malón, vos<br />

solo con el alarido que hiela la sangre de esos<br />

pobres milicos. De un salto estás en el caballo.<br />

y mientras los otros se juntan el miedo, ya andás<br />

al galope por la pampa, amparado en la oscuridad,<br />

tu madre.<br />

Lo esperaba el desierto, como a tantos. Nemesio<br />

Medina, de a caballo, pechó la noche y se metió<br />

en el día. Subió una loma y el aire le golpeó la<br />

cara, bajó, y ya los pastos clareaban entre las<br />

aguadas donde chillaba el tero, el flamenco, el<br />

chajá. El hombre aspiró el aire como si lo hiciera<br />

por primera vez, y creyó -por un momento no<br />

más-, sentir el olor <strong>del</strong> rancho, de la hembra<br />

y de los perros... Entre los costurones de su rostro,<br />

una gota de rocio le fue bajando como una<br />

lágrima que él apartó, despacio. A lo lejos, vio<br />

las carretas que iban a Luján. Receló, no quiso<br />

acercarse, temió que lo confundieran con algún<br />

gaucho ladrón y le dieran un chumbo, le dio vergüenza<br />

su condición de paria (vergüenza y odio<br />

a la vez, así eran las cosas esa mañana en las<br />

entendederas de Nemesio) y por eso, y por rabia,<br />

porque no era un cuatrero sino un perseguido,<br />

se apartó de ese pueblo flotante en la llanura,<br />

de las carretas que navegaban la nada de la pampa.<br />

Rumbeó con su tordillo hacia el oeste, marginando<br />

los pueblos por sus orillas de caballos cimarrones,<br />

pajonales y camposantos, lejos de las<br />

parvas de los chacareros gringos. Solo, él y su<br />

alma. (Eran dos, sí: él, hombre de a caballo y cuchillo;<br />

su alma enviciada de recuerdos.) Fue bordeando<br />

los ríos, metiéndose cada vez más en el<br />

desierto, allí donde el indio y el cristiano peleaban<br />

a muerte su derecho a la vida. Por las noches,<br />

la cabeza apoyada en el recado, repetía una<br />

misma pesadilla, el mismo cuento de horror: su<br />

rancho incendiado, su mujer ultrajada, su venganza<br />

(un juez de paz al que cruzó con una raya<br />

de sangre, un comisario muerto, otros milicos,<br />

otras desgracias a su cuenta), y después despertaba,<br />

con la camisa mojada de sudor, puteando<br />

a su suerte. "Fui manso como la oveja, señor<br />

-dijo una vez, la primera que lo metieron en el<br />

cepo-. Supe llevar la hacienda, respetar al que<br />

manda, trabajar de sol a sol como corresponde<br />

a un nombre honrao. No fue mía la culpa si con<br />

mentiras me quitaron la tierra, si a prepotencia<br />

se alzaron con lo mío. Mi único vicio era la guitarra,<br />

mi única pendencia saber si había otro hom-

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