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mayo 1967 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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26<br />

WOLFGANG A. LUCHTING<br />

tiva de mito, de leyenda, son tres elementos. Me<br />

refiero, en primer lugar, al viejo Aquilino; en segundo<br />

lugar, a Fushía; en tercer lugar, a la relación<br />

entre ambos. Aquilino es la fígura, en mi<br />

opinión, más misteriosa de la novela: es el bueno<br />

per se, igual que Fushía es el malo por definición.<br />

En ningún momento Vargas Llosa nos explica<br />

las causas de esa bondad y de esa maldad.<br />

Aquilino no tiene ambiciones ( si dejamos de lado<br />

la única que él menciona: la de bañarse en un<br />

rfo con una mujer, desnudos los dos). Y me parece<br />

que es precisamente por esta ausencia de ambiciones<br />

que Aquilino nunca se ve frustrado, con lo<br />

que se sitúa inequfvocamente al lado opuesto de<br />

todos los otros personajes en la novela. Es como<br />

si Vargas Llosa hubiese puesto a Aquilino en un<br />

plato de la balanza de la justicia y <strong>del</strong> juicio, y<br />

a todos los demás en el otro.<br />

Tendemos irresistiblemente a interpretar a Aquilino<br />

como una versión selvática y modernísima de<br />

Cristo: por ejemplo, nunca se nos cuenta nada de<br />

ninguna relación de Aquilino con una mujer (salvo<br />

cuando era muy joven y, con otros adolescentes,<br />

buscaba a indígenas). Mientras que de las actividades<br />

sexuales de Fushía leemos casi constantemente.<br />

Es interesante, dicho sea de paso, que en<br />

la obra de Vargas Llosa haya una relación sexual<br />

arquetípica o simbólica: la vejación por un hombre<br />

maduro de un mujer joven (en La ciudad y los<br />

perros, el equivalente es la institución madura y<br />

sus víctimas, los cadetes). Es simbólica esta relación<br />

porque significa la explotación de la inocencia<br />

o, en un marco más grande, la explotación de<br />

lo indefenso. Es, pues, la situación social <strong>del</strong> Perú.<br />

Pero volvamos a Aquilino.<br />

Aquilino acepta todo lo que el malísimo Fushfa<br />

le cuenta de sus fechorías sin reprocharle ninguna;<br />

tan sólo le advierte una que otra vez que no<br />

debe odiar tanto. No se les escapará ahora que<br />

este mandamiento de no odiar corresponde, tímidamente,<br />

a aquel otro -que nunca resultó- de<br />

amar (al prójimo, por ejemplo). Sin Fushía, Aquilino<br />

no emanaría ese olor a santo rupestre que<br />

más y más percibimos a medida que vamos siguiendo<br />

el largo viaje desde la isla hasta el leprosario.<br />

En la misma manera, nos entra a la nariz<br />

el olor de azufre que despide Fushía.<br />

Se trata, pues, de un maniqueismo personificado.<br />

Lo que es muy significativo, en mi opinión, es<br />

que los dos viajan:<br />

a) sobre un río,<br />

b) de un punto de partida que es una isla,<br />

e) a un punto de llegada que es un leprosario,<br />

es decir, un purgatorio,<br />

d) por la selva, o sea en la "casa verde», o sea<br />

en el mundo.<br />

No es preciso, creo, hacer hincapié en que los<br />

ríos, islas, bosques, etc. son antiquísimas y clásicas<br />

decoraciones <strong>del</strong> escenario de la mitología,<br />

de lo legendario. Es una prueba de la extraordinaria<br />

técnica de Vargas Llosa el que la dialéctica<br />

que representan Fushía y Aquilino, lo irreparablemente<br />

bueno que es éste y lo cinematográficamente<br />

malo que es aquél, que los extremos éticos<br />

que representan, no nos hagan reír, no nos aburran.<br />

No es aquí el sitio, ni hay el suficiente tiempo,<br />

para investigar cómo Vargas Llosa ha logrado<br />

esto.<br />

Lo que sí quisiera investigar y subrayar es esto:<br />

Fushía y Aquilino, figuras que en ningún momento<br />

salen de una cierta unidimensionalidad, son, juntos,<br />

personificaciones de la base de la dialéctica<br />

hegeliana, son tesis y antítesis. Más importante<br />

todavfa es que la razón por la que no nos molesta<br />

el que ambos sean figuras "chatas»- en vez de<br />

"redondeadas» (E. M. Forster) como las pide la<br />

novela, como lo son casi todos los héroes de Julio<br />

Ramón Ribeyro-; la razón por la que aceptamos<br />

a estos personajes es que simplemente existen,<br />

en el primer plano de la narración, uno en<br />

función <strong>del</strong> otro, pues lo bueno no existe sin lo<br />

malo. De ahí que tengamos la impresión de que<br />

los dos, juntos, son personajes "redondeados», sólidos.<br />

Pero con esto, con la dicotomía y la interdependencia<br />

entre lo malo y lo bueno estoy pisando<br />

un terreno donde fácilmente podría resbalar:<br />

el terreno de la teología, la problemática de la<br />

teodicea. Baste que haga referencia a una de las<br />

más fuertes preocupaciones de Vargas Llosa en<br />

su obra: la de la justicia. Es muy difícil reconciliar<br />

esta preocupación con la dicotomía que acabo<br />

de describir.<br />

Los opuestos coinciden<br />

Para llegar por fin a la conclusión de esta charla,<br />

y a mi conclusión sobre la obra de Vargas Llosa<br />

y la de Ribeyro, permítaseme llamar la atención<br />

sobre la semejanza que existe entre, por un lado,<br />

lo que dije antes respecto a la estructura mental<br />

y emocional de los personajes en la obra de Ribeyro,<br />

o sea entre las contradicciones que relativizan<br />

los valores de su comportamiento, y, por<br />

otro lado, la coincidentia oppositorum encarnada<br />

por Fushía y Aquilino. Es posible, entonces, decir<br />

que la estructura de ideas en ambos autores es<br />

muy similar en cuanto a la polarización de valores.<br />

La diferencia estriba en que, en Vargas Llosa,<br />

podemos quizá decir que los opuestos que coinciden,<br />

no lo hacen dentro de sus personajes;

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