mayo 1967 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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WOLFGANG A. LUCHTING<br />
tiva de mito, de leyenda, son tres elementos. Me<br />
refiero, en primer lugar, al viejo Aquilino; en segundo<br />
lugar, a Fushía; en tercer lugar, a la relación<br />
entre ambos. Aquilino es la fígura, en mi<br />
opinión, más misteriosa de la novela: es el bueno<br />
per se, igual que Fushía es el malo por definición.<br />
En ningún momento Vargas Llosa nos explica<br />
las causas de esa bondad y de esa maldad.<br />
Aquilino no tiene ambiciones ( si dejamos de lado<br />
la única que él menciona: la de bañarse en un<br />
rfo con una mujer, desnudos los dos). Y me parece<br />
que es precisamente por esta ausencia de ambiciones<br />
que Aquilino nunca se ve frustrado, con lo<br />
que se sitúa inequfvocamente al lado opuesto de<br />
todos los otros personajes en la novela. Es como<br />
si Vargas Llosa hubiese puesto a Aquilino en un<br />
plato de la balanza de la justicia y <strong>del</strong> juicio, y<br />
a todos los demás en el otro.<br />
Tendemos irresistiblemente a interpretar a Aquilino<br />
como una versión selvática y modernísima de<br />
Cristo: por ejemplo, nunca se nos cuenta nada de<br />
ninguna relación de Aquilino con una mujer (salvo<br />
cuando era muy joven y, con otros adolescentes,<br />
buscaba a indígenas). Mientras que de las actividades<br />
sexuales de Fushía leemos casi constantemente.<br />
Es interesante, dicho sea de paso, que en<br />
la obra de Vargas Llosa haya una relación sexual<br />
arquetípica o simbólica: la vejación por un hombre<br />
maduro de un mujer joven (en La ciudad y los<br />
perros, el equivalente es la institución madura y<br />
sus víctimas, los cadetes). Es simbólica esta relación<br />
porque significa la explotación de la inocencia<br />
o, en un marco más grande, la explotación de<br />
lo indefenso. Es, pues, la situación social <strong>del</strong> Perú.<br />
Pero volvamos a Aquilino.<br />
Aquilino acepta todo lo que el malísimo Fushfa<br />
le cuenta de sus fechorías sin reprocharle ninguna;<br />
tan sólo le advierte una que otra vez que no<br />
debe odiar tanto. No se les escapará ahora que<br />
este mandamiento de no odiar corresponde, tímidamente,<br />
a aquel otro -que nunca resultó- de<br />
amar (al prójimo, por ejemplo). Sin Fushía, Aquilino<br />
no emanaría ese olor a santo rupestre que<br />
más y más percibimos a medida que vamos siguiendo<br />
el largo viaje desde la isla hasta el leprosario.<br />
En la misma manera, nos entra a la nariz<br />
el olor de azufre que despide Fushía.<br />
Se trata, pues, de un maniqueismo personificado.<br />
Lo que es muy significativo, en mi opinión, es<br />
que los dos viajan:<br />
a) sobre un río,<br />
b) de un punto de partida que es una isla,<br />
e) a un punto de llegada que es un leprosario,<br />
es decir, un purgatorio,<br />
d) por la selva, o sea en la "casa verde», o sea<br />
en el mundo.<br />
No es preciso, creo, hacer hincapié en que los<br />
ríos, islas, bosques, etc. son antiquísimas y clásicas<br />
decoraciones <strong>del</strong> escenario de la mitología,<br />
de lo legendario. Es una prueba de la extraordinaria<br />
técnica de Vargas Llosa el que la dialéctica<br />
que representan Fushía y Aquilino, lo irreparablemente<br />
bueno que es éste y lo cinematográficamente<br />
malo que es aquél, que los extremos éticos<br />
que representan, no nos hagan reír, no nos aburran.<br />
No es aquí el sitio, ni hay el suficiente tiempo,<br />
para investigar cómo Vargas Llosa ha logrado<br />
esto.<br />
Lo que sí quisiera investigar y subrayar es esto:<br />
Fushía y Aquilino, figuras que en ningún momento<br />
salen de una cierta unidimensionalidad, son, juntos,<br />
personificaciones de la base de la dialéctica<br />
hegeliana, son tesis y antítesis. Más importante<br />
todavfa es que la razón por la que no nos molesta<br />
el que ambos sean figuras "chatas»- en vez de<br />
"redondeadas» (E. M. Forster) como las pide la<br />
novela, como lo son casi todos los héroes de Julio<br />
Ramón Ribeyro-; la razón por la que aceptamos<br />
a estos personajes es que simplemente existen,<br />
en el primer plano de la narración, uno en<br />
función <strong>del</strong> otro, pues lo bueno no existe sin lo<br />
malo. De ahí que tengamos la impresión de que<br />
los dos, juntos, son personajes "redondeados», sólidos.<br />
Pero con esto, con la dicotomía y la interdependencia<br />
entre lo malo y lo bueno estoy pisando<br />
un terreno donde fácilmente podría resbalar:<br />
el terreno de la teología, la problemática de la<br />
teodicea. Baste que haga referencia a una de las<br />
más fuertes preocupaciones de Vargas Llosa en<br />
su obra: la de la justicia. Es muy difícil reconciliar<br />
esta preocupación con la dicotomía que acabo<br />
de describir.<br />
Los opuestos coinciden<br />
Para llegar por fin a la conclusión de esta charla,<br />
y a mi conclusión sobre la obra de Vargas Llosa<br />
y la de Ribeyro, permítaseme llamar la atención<br />
sobre la semejanza que existe entre, por un lado,<br />
lo que dije antes respecto a la estructura mental<br />
y emocional de los personajes en la obra de Ribeyro,<br />
o sea entre las contradicciones que relativizan<br />
los valores de su comportamiento, y, por<br />
otro lado, la coincidentia oppositorum encarnada<br />
por Fushía y Aquilino. Es posible, entonces, decir<br />
que la estructura de ideas en ambos autores es<br />
muy similar en cuanto a la polarización de valores.<br />
La diferencia estriba en que, en Vargas Llosa,<br />
podemos quizá decir que los opuestos que coinciden,<br />
no lo hacen dentro de sus personajes;