oct. 1986 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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to? Ni ni menos que uno que<br />
hicieran época feliz y luego pasaran largo. ¿Pues existe, verdaderamente,<br />
la justicia o sólo nos pavoneamos con el símbolo? Y en<br />
"El ángel planeador" igual fracaso. No era posible que la madre de<br />
aquellos pobres mellizos condenados, esclavizados por un ser de<br />
ultra tumba, se arrojase sobre ellos a cubrirlos de besos, mientras en<br />
la claridad lunar de la azotea planificaban el exterminio <strong>del</strong> enemigo<br />
metafísico. Cierto que una madre normal lo resolvería todo así, y<br />
yo hubiera quedado en mi versión angélica más pura como relatora.<br />
Pero se trataba de una madre atípica, que las hay tantas como hijos,<br />
y era preciso validarla como tal, aurl a riesgo de modificar o alterar<br />
el patrón de maternidad que nos asiste. Así podría defender en un<br />
juicio público todos mis supuestos horrores, aunque deba decir que<br />
Rama no me condenaba, al contrario, más bien me catapultaba literariamente<br />
con su página a cuatro columnas y su temperamento<br />
pasional de crítico sin medida.<br />
Los franceses de la masa media tienen, y hay que oírselo decir<br />
en su propia lengua, esta expresión absolutoria: "No soy yo quien<br />
lo inventó". Y en mi favor, diría que yo inventé ese horror <strong>del</strong> título<br />
de Rama, sólo parecería ser que el horror me eligiera a mí para<br />
representarlo, para darle, si acaso, funcionalidad hablante. Y no sé si<br />
debo pedir perdón o no por esta toma de lugar, pues el hecho se da<br />
sin mi participación, o como alguien lo dijera anónimamente al<br />
anunciar "Todos los cuentos" en una revista argentina: "Cómo columpiarse<br />
sobre el abismo sin perder la inocencia".<br />
No sé si tanto, pues qué sabemos nosotros de la inocencia, se<br />
preguntó el mejor biógrafo de Wilde. Pero lo cierto es que yo me<br />
siento a escribir -y digo me siento porque otros lo han hecho curiosamente<br />
de pie, como Nabokov- empiezo mansamente a manejar<br />
mis datos primarios, y todo parece deslizarse sin sustos paranadie, ni<br />
siquiera para mí. De repente, por lo general en los finales, salta el<br />
resorte provocativo, una especie de posesión diabólica, y ya no puedo<br />
escribir para los santos, sino para los torturados hombres. Por lo<br />
cual he pensado que la aventura literaria debe constituir también<br />
una forma de heroísmo, toda vez que pueda sobrevivirse a lo inventado.<br />
Pero no se crea tampoco que siempre me ha de vencer el demonio.<br />
Cuando se tiene la paciencia de leerme, hay algunas sorpresas<br />
que tampoco me propongo, que juegan solas, como en la pelea de<br />
una madre negra, drogadicta, y una prostituta, por un negrito de<br />
brazos. El cuento, titulado obviamente "Salomón", y perdido en<br />
una de esas ediciones agotadas, me llevó a un conformismo sobre la<br />
eterna cuestión <strong>del</strong> mejor derecho, así sea en un juzgado como en la<br />
puerta de un bar de última clase tal allí se daba el caso.<br />
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