oct. 1986 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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era el maníaco sexual que había dejado unos manuscritos en la Biblioteca<br />
Nacional, bajo un título y un seudónimo allá por los años<br />
50, sino lo que quizás deba ser, alguien que no tiene miedo de presentar<br />
a sus criaturas todas enteras, yeso es todo.<br />
Porque aparte <strong>del</strong> juzgamiento <strong>del</strong> sexo en sí dentro o fuera<br />
de los parámentos de la moral, hay algo más, la propia operatividad<br />
de la narración. Una novela o un cuento no son sólo expresiones pasivas<br />
de una invención. Tienen que funcionar. Y así como el gran<br />
arquitecto Le Corbusier dijera que una casa es una máquina para<br />
habitar, la narración es también cierta suerte de máquina, pero para<br />
crear sensación de vida. Y si la plenitud <strong>del</strong> amor incluye el sexo, y<br />
la entrada en juego <strong>del</strong> desamor su declinación, la novela no puede<br />
despreciarlo sin caer en riesgo de congelamiento, de pérdida de su<br />
dinámica. "Es una gran novela, me decía un muy buen lector y crítico<br />
refiriéndose a cierto producto de la generación <strong>del</strong> 45. Pero le<br />
faltó sexo. Habiendo adolescentes en la trama no se lo podía suprimir".<br />
Y tenía razón: aquí por la adolescencia como despertar <strong>del</strong><br />
potencial sexual, allá por otras exigencias de la realidad tantas veces<br />
normales, tantas aberrantes, lo sexual es tan importante en el desarrollo<br />
de la narración como lo propiamente digestivo. Yo acabo de<br />
agregar dos páginas a una novela porque en la última corrección me<br />
di cuenta de que en la casa donde se desarrollaba la acción consecutivamente<br />
no se comía. Era una estancia y la gente trabajaba, dormía,<br />
bailaba, se moría, pero no había ninguna mención de cómo se<br />
generaban las energías vitales para todo eso. Introduje entonces un<br />
almuerzo en el circunspecto comedor presidido por cierta dictatorial<br />
capataza, desde luego que un guiso de camero, y hasta el ruido<br />
de los cubieros me fue útil. Porque entró a jugar también la conversación,<br />
los misterios de las omisiones que se revelarán en una segunda<br />
parte <strong>del</strong> libro, el sonido de un reloj de cuclillo, los cuadros convencionales<br />
<strong>del</strong> entorno, etc. Lo mismo, aunque parezca no imbricar<br />
con el ejemplo ocurre con el componente sexual, pero siendo la<br />
consigna que intervenga naturalmente. Y cuando digo esto debo<br />
aclarar también lo que expresé para la nota: que el sexo se degrada<br />
en el regodeo a que es sometido por la pornografía como gran sector<br />
de la sociedad de consumo, y también en el escenario de la literatura<br />
meramente descriptiva. Razón por la cuales un arma de dos<br />
filos. Y yo creo que hasta ahora la he manejado con tino. Si acaso,<br />
ustedes dirán la última palabra algún día.<br />
¿A qué podrá atribuirse la expresión por la cual se afirmó que<br />
su obra muestra una difícil lucha con la palabra?<br />
Sí, me dijeron muchas veces, y principalmente en mis comienzos,<br />
aunque ahora ya no tanto, que se detectaba en mi literatura un<br />
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