oct. 1986 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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cepcional que dejó allí esa huella, es mi lugar geométrico de la invención posterior. En ese sitio hay de todo lo que se precisa para concentrarse o desconcentrarse, según venga: la soledad, el silencio circundante, los ruidos propios, la bendita cama, la buena aguaincontaminada de la napa. Y sobre todas las cosas, a medida que la vida y la muerte se superponen en nuestra biografía, hay también fantasmas, y a ellos me debo. Yo no vaya intentar legalizar al pintoresco fantasma inglés que abre o cierra ventanas, que sube o baja escaleras, aunque admita el doble etérico en algún rincón privado del sí y el no de mis creencias. Pero si de algo estoy segura es de que los recuerdos habitan las casas cuando alguien se constituye en su conservador natural o por encargo, y no permite que el hálito muera. Pueden, yeso es el carácter cíclico de la vida, entrar nuevos cuerpos y sus almas por las puertas abiertas. Yo sigo creyendo en la convivencia con los espíritus, una familiaridad irracional, quizás, pero que a mí me ayuda para seguir adelantando todos los días un tramo más no se sabe bien hacia dónde. y así es como esa casa se sigue construyendo, los muertos ponen su piedra cada gía, los vivos las acomodan, los que enmudecieron alcanzan silencio para las siestas y las noches, los que aún estamos hablamos o escribimos a veces en voz alta. De modo que crear en esas casas tan vividas es seguir transfonnando en el sentido biológico más cabal. Y la casa es así el veh ículo en que caben todos, aun los nuevos que entran y perciben el nosequé, según dicen. Mientras tanto, protagonizan ellos también un agrandamiento extraño sin trascender el plano arquitectónico inicial, más bien hacia lo profundo, hacia la conciencia sumergida bajo el piso. Y esto lo digo porque lo experimento, en cuanto escribir o guardar manuscritos ya éditos en un lugar especial sea como cortej~r en el amor, un trabajo delicadamente estratégico para obtener mas amor. Pero en realidad todo ello es de veinte años para acá, la edad cronológica de la vivienda. Antes no fue así. Con excepción de mi primer cuento "El derrumbamiento", cuyo borrador primario nació sobre una roca de Pocitos nuevo, luchando con el viento que quería llevarse los papeles y el diablo que pugnaba por mi alma, los demás relatos del volumen y "La mujer desnuda", fueron de mesa de café después de una larga jornada de trabajo extraliterario. Quizás algún buen catador logre percibir todavía el aroma primigenio, se dé cuenta de que no eran producto del escritorio sofisticado de aquella señorita de buenas maneras que tanto engañó al mundo con su luego comentada doble personalidad. Porque el olor a café no muere aunque sea típicamente del reino de este mundo. 52 ¿Existe una mitología del silencio en Arm.onía Somers? Sí, existe, y yo he contribuído a crear esa imagen silenciosa,

pero no lo he hecho en fonna premeditada a través de estos 35 años de literatura, sino porque me hieren las vibraciones de la publicidad, las entrevistas, las mesas redondas. Y no en una postura crítica respecto a las mismas como fonnas que son de la comunicación, sino a causa de mi propia sensibilidad hiperacústica, o algo así. Vi hace un tiempo, durante un homenaje nocturno con salvas de cañón, unos murciélagos arrojándose en vuelo ciego a contraflecha del ruido, y sólo en eso podría encontrar un símil para mi caso temperamental. Pero existe también, y aunque yo no me lo haya tampoco propuesto, una especie de reverencia ante el lector. Porque lo cierto es que cada uno se fonna su imagen del autor, y esa imagen no debería destruirse con la exhibición excesiva. Graham Greene dijo una vez en cierta entrevista muy parca pero muy contundente en las respuestas: "Un escritor debería tener una especie de sobre protector que le impidiera ser reconocido". Y daba sus razones. Las mías son diferentes: no por miedo a transfonnarse en ''vedettes'' como él decía respecto a los amigos que salían en TV, sino por lo que ya he dicho, dejar libertad a la imagen de cada cual que es de su propiedad absolutao Y, ya que estamos en tren de confidencias, vaya ejemplificar: un pintor brasileño que decía haber sido discípulo de Portinari me envió cierta vez, por supuesto que sin conocenne, un retrato inventado en el que yo aparecía como autora de "La mujer desnuda", y no como una realidad más, sino como la realidad imaginaria del lector. Todavía conservo aquella fantasía delirante en la que me enajenaron de mí trasladándome a la protagonista de la novela, pero aún con más riqueza de la que yo había empleado en la descripción, pues nunca pensé en una cabellera multicolor y esa era la concepción surrealista de mi pelo. Por razones así, pues, que seguirán siendo siempre las de la sinrazón, poco dejo mi cubil por los foros literarios. Alguna vez, si acaso, admitiría la excepción que confinnase la regla, pero qué cerca del morir estaría entonces. Lo hice en 1968, cursos de verano de la Facultad de Arquitectura, en una invitación a Punta del Este, Centro de Artes y Letras, y en 1969 por la del Centro Horacio Quiroga de Salto. En el 70 le vi la cara a la muerte. No, no me convendrían más experimentos. Según María Luisa Torrens, con Solari en pintura y Armonía Somers en literatura queda revelado un rostro desconocido del Uruguay. ¿Qué opina de esta afirmación? Sí, con interés y sorpresa leí yo también ese juicio al visitar una exposición y mirar el catálogo. Creo recordar que estaba seguido de un comentario sobre esas máscaras de Solari debajo de las 53

cepcional que dejó allí esa huella, es mi lugar geométrico de la invención<br />

posterior. En ese sitio hay de todo lo que se precisa para concentrarse<br />

o desconcentrarse, según venga: la soledad, el silencio<br />

circundante, los ruidos propios, la bendita cama, la buena aguaincontaminada<br />

de la napa. Y sobre todas las cosas, a medida que la<br />

vida y la muerte se superponen en nuestra biografía, hay también<br />

fantasmas, y a ellos me debo. Yo no vaya intentar legalizar al pintoresco<br />

fantasma inglés que abre o cierra ventanas, que sube o baja<br />

escaleras, aunque admita el doble etérico en algún rincón privado<br />

<strong>del</strong> sí y el no de mis creencias. Pero si de algo estoy segura es de que<br />

los recuerdos habitan las casas cuando alguien se constituye en su<br />

conservador natural o por encargo, y no permite que el hálito muera.<br />

Pueden, yeso es el carácter cíclico de la vida, entrar nuevos cuerpos<br />

y sus almas por las puertas abiertas. Yo sigo creyendo en la convivencia<br />

con los espíritus, una familiaridad irracional, quizás, pero<br />

que a mí me ayuda para seguir a<strong>del</strong>antando todos los días un tramo<br />

más no se sabe bien hacia dónde. y así es como esa casa se sigue<br />

construyendo, los muertos ponen su piedra cada gía, los vivos las<br />

acomodan, los que enmudecieron alcanzan silencio para las siestas y<br />

las noches, los que aún estamos hablamos o escribimos a veces en<br />

voz alta. De modo que crear en esas casas tan vividas es seguir transfonnando<br />

en el sentido biológico más cabal. Y la casa es así el veh<br />

ículo en que caben todos, aun los nuevos que entran y perciben el<br />

nosequé, según dicen. Mientras tanto, protagonizan ellos también<br />

un agrandamiento extraño sin trascender el plano arquitectónico<br />

inicial, más bien hacia lo profundo, hacia la conciencia sumergida<br />

bajo el piso. Y esto lo digo porque lo experimento, en cuanto escribir<br />

o guardar manuscritos ya éditos en un lugar especial sea como<br />

cortej~r en el amor, un trabajo <strong>del</strong>icadamente estratégico para obtener<br />

mas amor.<br />

Pero en realidad todo ello es de veinte años para acá, la edad<br />

cronológica de la vivienda. Antes no fue así. Con excepción de mi<br />

primer cuento "El derrumbamiento", cuyo borrador primario nació<br />

sobre una roca de Pocitos nuevo, luchando con el viento que quería<br />

llevarse los papeles y el diablo que pugnaba por mi alma, los demás<br />

relatos <strong>del</strong> volumen y "La mujer desnuda", fueron de mesa de café<br />

después de una larga jornada de trabajo extraliterario. Quizás algún<br />

buen catador logre percibir todavía el aroma primigenio, se dé cuenta<br />

de que no eran producto <strong>del</strong> escritorio sofisticado de aquella señorita<br />

de buenas maneras que tanto engañó al mundo con su luego<br />

comentada doble personalidad. Porque el olor a café no muere aunque<br />

sea típicamente <strong>del</strong> reino de este mundo.<br />

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¿Existe una mitología <strong>del</strong> silencio en Arm.onía Somers?<br />

Sí, existe, y yo he contribuído a crear esa imagen silenciosa,

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