oct. 1986 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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19.05.2014 Views

tomos. Y también un desenlace tan triste, la soledad, como para un réquiem. Pero la señora que quizás cuente ahí pedazos inconexos de su vida con la poderosa memoria retroactiva de la edad no escribió esa novela por la sencilla razón de que entre todas las cosas queJue hubo una que no fue, algo que se llama, para bien o para mal, creador de ficciones, sea o no la realidad su fuente. La vivió y muere con ella adentro: esto es lo más claro y más terrible que puedo decir bajo el apremio de la pregunta. Y quienquiera se la formule a sí mismo que lo haga con la absoluta seguridad de que va a encontrarse con un verdadero yacimiento dramático. Dénme un hombre y os daré una tragedia, dijo Francis Scott Fitzgerald. Pero a sabiendas de que la narrativa es, además, creación, y aquí comienza la diferencia, tanto para la propia vida trágica de Scott Fitzgerald como la de cualquier~. Las trampas del escritor son su potestad, y sin ese artificio el mecanismo narrativo no funciona. También, y por supuesto, cuenta eso que se llama la técnica, palabra que infunde un poco de miedo porque muchas veces ingresa a la petulancia literaria, cuando en tantos esa técnica es intuitiva, al punto de que grandes maestros como Balzac hayan nacido con La Comedia Humana adentro, ya estructurada. Pero justamente son ellos los que luego transmiten los resortes secretos del menester en una especie de docencia remota de alto vuelo. De donde se infiere que todo es novela, sí, pero que hay que saberla armar. Esto parecería algo demasiado elemental para exponerlo con destino a un medio literario. Pero si cometo el pecado de hacerlo es porque algunas, o bastantes veces, me ha ocurrido enfrentarme a un fenómeno que yo llamo el desperdicio, la malversación de fondos argumentales por haber caído en manos de cualquiera. La novela ya está escrita, me dijo cierta vez un buen hombre que contaba hasta los límites de lo repetitivo la historia de un asunto sucesorio de familia: o los avatares de unas grandes posesiones en tierras hasta llegar a su absoluto despojo. En suma quedaba él como sobrino sobreviviente y encargado de un pleito siempre fallido, los letrados que se lo iban pasando de una a otra generación, y una tía soltera a la que ya no le quedaba ni prestigio para enfrentarlos. La busqué y la encontré, por pura casualidad del oficio, viviendo en medio de unos campos escapados del mapa. Vestida de arpillera sostenida con unos ganchos de alambre, tomaba y ofrecía con un jarro de hojalata el vino que sacaba de un balde puesto en el suelo junto a su asiento, mientras unos cerdos entraban y salían no sólo por la puerta del rancho de adobe sino también por los agujeros de las paredes. La mujer, más que un personaje, era un prototipo. Pero su mayor mérito estribaba en el desentendimiento, en el no saberse a sí misma, y principalmente en ignorar que había algo llamado literatura que podría involucrarla. Pero el sobrino del "ya está escrita", al 50

volver a la ciudad sacó de una gran caja de hierro la novela, un masacote de esos de "él me dijo y yo le dije, él me preguntó y yo le contesté", etc., para cuyo sostén hubo que consumir litros de café, desde luego que menos ensoñadores que el vino de la tía. Poco tiempo después el hombre, del que olvidaba decir que era de temperamento apoplético, murió sin rescatar nada de aquellos bienes en cuestión. Yo sólo utilicé en mi provecho la unidad narrativa más transparente, una isla con pájaros de colores situada en medio de un arroyo, isla que se perdió con todo lo demás: campos, aspirante a narrador, mujer de arpillera quizás ahogada felizmente en vino o devorada por los cerdos. Pero ya se ha visto, no me dio los legajos que debieron contener un valor documental de primer agua. Porque ciertos infelices poseedores de anécdotas son como minas de oro sin explotar por falta de implementos, y esa novela de cada cual queda para los roedores o el fuego. Y a mí siempre me ha dolido eso, el argumento perdido, una especie de robo al concierto universal de lo narrarlo, que es un todo indiviso, aunque parezca lo contrario. Claro que podría argumentarse que lo principal ha sido dado, los personajes, el clima, que lo demás correspondería a la creación, y yo acepto desde ya la observación como válida. Pero no sé por qué aberración leguleya a mí me interesaban entonces los tecnicismos legales que pudieran trasladar una inmensa propiedad en tierras de aquellas pocas manos a otras también pocas, es decir una especie de reforma agraria pro do mus sua, yeso fue lo que me escamotearon. Ese hombre, y muchos como él, parecen el cazador que se come él solo el venado que ultimó y muere indigestado. Pero entretanto el venado quedó inconcluso, su preciosa vida, que valía más que la' del hombre, se suspende en el bosque. y de la novela de cada cual yo pienso algo así, muchas veces es el pobre y trágico venado el que muere en el anonimato. Podría decirse también, y esto es un abierto caso de prolepsis de mi parte, que lo importante sería el hecho en sí, la peripecia, se haya o no escrito la novela. Y yo doy también asentimiento. Pero igualmente vengo por mis fueros. Para mí organizar la narración y echarla a andar acabada es como llevar la armonía al caos con que comienza el Génesis. No sé si un plástico sentirá lo mismo, pero puedo imaginarlo en la música, porque esa armonía le pertenece por antonomasia. ¿Cuál puede ser la misteriosa atracción que encierra para los demás el lugar donde Ud. fragua la ficción? Desvanezco ese misterio así: La torre del Palacio Salvo es la especie de trampolín de donde saltan las ideas y no sé por qué. Pero mi casa del balneario, pomposamente llamada Somersvzlle por el buen humor de un hombre ex- 51

volver a la ciudad sacó de una gran caja de hierro la novela, un masacote<br />

de esos de "él me dijo y yo le dije, él me preguntó y yo le contesté",<br />

etc., para cuyo sostén hubo que consumir litros de café, desde<br />

luego que menos ensoñadores que el vino de la tía. Poco tiempo<br />

después el hombre, <strong>del</strong> que olvidaba decir que era de temperamento<br />

apoplético, murió sin rescatar nada de aquellos bienes en cuestión.<br />

Yo sólo utilicé en mi provecho la unidad narrativa más transparente,<br />

una isla con pájaros de colores situada en medio de un arroyo, isla<br />

que se perdió con todo lo demás: campos, aspirante a narrador, mujer<br />

de arpillera quizás ahogada felizmente en vino o devorada por los<br />

cerdos. Pero ya se ha visto, no me dio los legajos que debieron contener<br />

un valor documental de primer agua. Porque ciertos infelices<br />

poseedores de anécdotas son como minas de oro sin explotar por<br />

falta de implementos, y esa novela de cada cual queda para los roedores<br />

o el fuego. Y a mí siempre me ha dolido eso, el argumento<br />

perdido, una especie de robo al concierto universal de lo narrarlo,<br />

que es un todo indiviso, aunque parezca lo contrario. Claro que podría<br />

argumentarse que lo principal ha sido dado, los personajes, el<br />

clima, que lo demás correspondería a la creación, y yo acepto desde<br />

ya la observación como válida. Pero no sé por qué aberración leguleya<br />

a mí me interesaban entonces los tecnicismos legales que pudieran<br />

trasladar una inmensa propiedad en tierras de aquellas pocas manos<br />

a otras también pocas, es decir una especie de reforma agraria<br />

pro do mus sua, yeso fue lo que me escamotearon. Ese hombre, y<br />

muchos como él, parecen el cazador que se come él solo el venado<br />

que ultimó y muere indigestado. Pero entretanto el venado quedó<br />

inconcluso, su preciosa vida, que valía más que la' <strong>del</strong> hombre, se<br />

suspende en el bosque.<br />

y de la novela de cada cual yo pienso algo así, muchas veces es<br />

el pobre y trágico venado el que muere en el anonimato. Podría decirse<br />

también, y esto es un abierto caso de prolepsis de mi parte,<br />

que lo importante sería el hecho en sí, la peripecia, se haya o no escrito<br />

la novela. Y yo doy también asentimiento. Pero igualmente<br />

vengo por mis fueros. Para mí organizar la narración y echarla a andar<br />

acabada es como llevar la armonía al caos con que comienza el<br />

Génesis. No sé si un plástico sentirá lo mismo, pero puedo imaginarlo<br />

en la música, porque esa armonía le pertenece por antonomasia.<br />

¿Cuál puede ser la misteriosa atracción que encierra para los<br />

demás el lugar donde Ud. fragua la ficción?<br />

Desvanezco ese misterio así:<br />

La torre <strong>del</strong> Palacio Salvo es la especie de trampolín de donde<br />

saltan las ideas y no sé por qué. Pero mi casa <strong>del</strong> balneario, pomposamente<br />

llamada Somersvzlle por el buen humor de un hombre ex-<br />

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