oct. 1986 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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encontramos dos valores relativos: el poeta gauchesco Bartolomé Hidalgo que a pesar de ,reconocerle muchos valores positivos, encuentra su obra superficial y limitada por el localismo y el neoclásico Francisco Acuña de Figueroa, que "dio expresión a las últimas resistencias del espíritu urbano y español". (50) Volviendo ahora, nuevamente, a la generación de 1830, se constata que detrás de ella aparecen dos figuras aisladas: el cubano J osé María de Heredia, superior por su inspiración, sentimiento y calidad pictórica a Andrés Bello, perfecto en su arte descriptivo, pero finalmente decorativo y sin unidad interna. Situaríamos luego la literatura de la independencia, que a pesar de haber tendido a ser nacional, sus poetas carecieron "de la percepción o del aprecio de las originalidades de la realidad que los rodeaba", por encontrarse bajo el ilfflujo de la abstracción neoclásica. Es así que no trasmitieron a la generación siguiente "una sola tentativa de llegar al alma del pueblo y de empaparse en el jugo del terruño" (51} . Por sobre la literatura colonial, aparecería después, atendiendo al orden de los valores, la literatura de la conquista, lo que significa una alteración en el orden cronológico. Si bien Rodó ha hecho ya la advertencia de que no hay rastros de americanismo con anterioridad a la época de la emanncipación, aprecia en esta literatura "una viril animación, un grande espíritu de vida" y comenta con entusiasmo "La Araucana" del español Ercilla. Contrariamente, la literatura de la colonia está desprovista de todo valor: Sin duda, una gran parte de la literatura de la colonia es la expresión de los hechos reales y actuales de la sociedad en que se producía, pero la trivialidad constante de esos hechos que urden la trama de una existencia estéril y monótona, quita todo valor significativo a las páginas que los reflejan y las reduce a la condición del diario de una travesía sin percances frente a playas desiertas y brumosas. (52) Sin embargo, y esto es muy importante, la literatura colonial argentina presenta rasgos que la distinguen y la hacen particularmente remarcable. Pues, a pesar de participar de los rasgos coloniales generales, se puede detectar ya en ella "ciertos vagos vislumbres del ideal literario cuyos remotos antecedentes seguimos" (53).y Rodó se esfuerza por demostrar que es aquí donde se puede fijar el punto de arranque de la tradición que culminará en la época de Juan María Gutiérrez. Posteriormente a la generación de 1830, el ecuatoriano Juan Montalvo, parece resumir toda la integridad de la conciencia americanista, "integridad que comprende el sentimiento profético de la cabal grandeza de nuestros destinos, y por tanto, de la cabal grandeza de nuestro pasado, ... " (54) . A él le dedicará uno de sus mejores ensayos. 34

Con la inclusión de Montalvo en el cuadro de la tradición, llegamos a la tercera operación: la integración, o sea, el encadenamiento de los nuevos elementos que se definen y se desarrollan en la misma línea de coherencia. La integración se confunde, en gran parte, con la crítica literaria de actualidad y tiene sus aspectos militantes. En Rodó, esa militancia, claro está, se traduce por la defensa de toda literatura que continúe la obra de americanización iniciada por los románticos. La llamada, hoy, segunda generación romántica, que la crítica sitúa entre 1860 y 1880, no ofreció a Rodó grandes problemas, pues al mismo tiempo que se mantuvo la continuidad del programa de 1830, se conquistaba una evidente madurez estética. Su posición frente a las últimas generaciones queda resumida en el siguiente juicio: "Puede afirmarse que ellas mantienen sin decadencia aquella inagotable inspiración de poesía" (55). Sin embargo, la vanguardia literaria de aquel entonces creó una situación conflictiva. En efecto, el "modernismo" -tal cual se ha convenido en denominar a este movimiento post-romántic@- se constituyó como una "tendencia divergente" con respecto a la tradición. El modernismo puede encuadrarse dentro del período 1880­ 1915 Y sus características más salientes, en el período en que Rodó escribe para la "Revista Nacional de Líteratura y Ciencias Sociales", son la de un extravagante exotismo, un cultivo insistente de lo refinado y raro, un predominio absoluto del ritmo y la imagen como finalidades en sí mismos, una actitud vital torremarfilista y una absoluta indiferencia por lo latinoamericano. A través de esta somera caracterización se puede apreciar cuán lejos se estaba del americanismo. A pesar de ello, Rodó nunca atacó dogmáticamente al modernismo y mantuvo con él una relación extremadamente compleja. El era un defensor apasionado de la total independencia del artista frente a cualquier tipo de doctrina y partidario, también, de la profunda renovación estética que se estaba operando en el lenguaje latinoamericano. Contra el mito del numen romántico, combatió, asimismo, por los derechos de la perfección formal y del arte conciente. Y contra el arte sentimental y humano, proclamó con Heine la irresponsable libertad del genio creador. A pesar de todo, el problema se planteó agudamente cuando la tendencia modernista se transformó en movimiento avasallante y el perfeccionismo estilístico "llega a la superstición e induce al delirio" (56). Es entonces que, sin dejar de apreciar lo bueno que estaba produciendo el modernismo, da su voz de alerta: Muy avenido a que la poesía americana abra su espíritu a las modernísimas cOITientes del pensamiento y la emoción, se inicie en los nuevos ritos del arte, acepte los procedimientos con 35

Con la inclusión de Montalvo en el cuadro de la tradición, llegamos<br />

a la tercera operación: la integración, o sea, el encadenamiento<br />

de los nuevos elementos que se definen y se desarrollan en la misma<br />

línea de coherencia. La integración se confunde, en gran parte,<br />

con la crítica literaria de actualidad y tiene sus aspectos militantes.<br />

En Rodó, esa militancia, claro está, se traduce por la defensa de toda<br />

literatura que continúe la obra de americanización iniciada por<br />

los románticos. La llamada, hoy, segunda generación romántica, que<br />

la crítica sitúa entre 1860 y 1880, no ofreció a Rodó grandes problemas,<br />

pues al mismo tiempo que se mantuvo la continuidad <strong>del</strong><br />

programa de 1830, se conquistaba una evidente madurez estética.<br />

Su posición frente a las últimas generaciones queda resumida en el<br />

siguiente juicio: "Puede afirmarse que ellas mantienen sin decadencia<br />

aquella inagotable inspiración de poesía" (55).<br />

Sin embargo, la vanguardia literaria de aquel entonces creó una<br />

situación conflictiva. En efecto, el "modernismo" -tal cual se ha<br />

convenido en denominar a este movimiento post-romántic@- se<br />

constituyó como una "tendencia divergente" con respecto a la tradición.<br />

El modernismo puede encuadrarse dentro <strong>del</strong> período 1880­<br />

1915 Y sus características más salientes, en el período en que Rodó<br />

escribe para la "Revista Nacional de Líteratura y Ciencias Sociales",<br />

son la de un extravagante exotismo, un cultivo insistente de lo refinado<br />

y raro, un predominio absoluto <strong>del</strong> ritmo y la imagen como<br />

finalidades en sí mismos, una actitud vital torremarfilista y una absoluta<br />

indiferencia por lo latinoamericano. A través de esta somera<br />

caracterización se puede apreciar cuán lejos se estaba <strong>del</strong> americanismo.<br />

A pesar de ello, Rodó nunca atacó dogmáticamente al modernismo<br />

y mantuvo con él una relación extremadamente compleja. El<br />

era un defensor apasionado de la total independencia <strong>del</strong> artista<br />

frente a cualquier tipo de d<strong>oct</strong>rina y partidario, también, de la profunda<br />

renovación estética que se estaba operando en el lenguaje latinoamericano.<br />

Contra el mito <strong>del</strong> numen romántico, combatió,<br />

asimismo, por los derechos de la perfección formal y <strong>del</strong> arte conciente.<br />

Y contra el arte sentimental y humano, proclamó con Heine<br />

la irresponsable libertad <strong>del</strong> genio creador.<br />

A pesar de todo, el problema se planteó agudamente cuando la<br />

tendencia modernista se transformó en movimiento avasallante y el<br />

perfeccionismo estilístico "llega a la superstición e induce al <strong>del</strong>irio"<br />

(56). Es entonces que, sin dejar de apreciar lo bueno que estaba<br />

produciendo el modernismo, da su voz de alerta:<br />

Muy avenido a que la poesía americana abra su espíritu a las<br />

modernísimas cOITientes <strong>del</strong> pensamiento y la emoción, se inicie<br />

en los nuevos ritos <strong>del</strong> arte, acepte los procedimientos con<br />

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