oct. 1986 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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eligió a Rodó para que confeccionara el discurso de recepción (1). y<br />
es en nombre de todo el continente que se recibe al "embajador glorioso<br />
de la patria universal". Frente a esta presencia europea, mensajera<br />
de la civilización por excelencia, el <strong>Uruguay</strong> se mostraba c~mo<br />
un "pueblo joven" y las naciones latinoamericanas todas, eran el último<br />
"grupo atento y entusiasta" que se había incorporado a "esa<br />
grande unidad ideal" de la cultura occidental. Nada había aún para<br />
ofrecer al visitante: la historia se resumía a un "testimonio demasiado<br />
violento" y por toda cultura se tenía solo "conciencia de los deberes<br />
de la civilización", cuyo único mérito era el haber sobrevivido<br />
en medio de las luchas y los desgarramientos de la violencia:<br />
( ... ) hemos reconstruído cien veces los fundamentos'de cultura<br />
arrebatados por el huracán de las discordias; hemos tendido,<br />
en una palabra, a la luz, con la fi<strong>del</strong>idad inquebrantable de<br />
la planta que, arraigada en sitio obscuro, dirige sus ramas anhelantes<br />
hacia el resquicio por donde penetra, pálida y escasa, la<br />
claridad <strong>del</strong> día. (ps. 156-57).<br />
La cultura en América Latina ha sido una "obra lenta y penosa",<br />
que no ha podido dar aún sus frutos y que permanece todavía<br />
dependiente de. la europea:<br />
Somos aún, en ciencia y arte, vuestros tributarios; pero lo somos<br />
con el designio íntimo y perseverante de reivindicar la<br />
autonomía de nuestro pensamiento, y hay ya presagios que<br />
nos alientan a afirmar que vamos rumbo a ella. (p. 157).<br />
Este discurso resume, pues, la conciencia de civilización temprana,<br />
de cultura en formación, de dependencia intelectual y de<br />
ideal de autonomía sobre el cual se asienta la necesidad urgente de<br />
encontrar una tradición: "Necesitamos, como <strong>del</strong> aire y de la luz,<br />
formar nuestra historia", decía en un discurso de 1907 (2). Esta urgencia<br />
vital de una historia no está solo en la comparación. De su<br />
existencia, de la posibilidad de una cultura que pueda de alguna manera<br />
servir de referencia, depende la posibilidad mi~ma de todo el<br />
continente. El ser continental, en este sentido, no ~s entendido como<br />
realidad política, social y geográfica, sino como civilización, como<br />
plenitud de un destino histórico específico:<br />
20<br />
Ante la posteridad, ante la historia, todo gran pueblo debe aparecer<br />
como una vegetación cuyo desenvolvimiento ha tendido<br />
armoniosamentc a producir un fruto en el que su savia acrisolada<br />
ofrece al porvenir la idealidad de su fragancia y la fecundidad<br />
de su simiente. Sin este resultado duradero, humano, levantado<br />
sobre la finalidad transitoria de lo útil, el poder y la<br />
grandeza de los imperios no son más que una noche de sueño<br />
en la existencia de la humanidad; porque, como las visiones