oct. 1986 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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encia entre Ortega y Coleridge es precisamente que el poeta inglés apunta su intuición como germen de un desarrollo narrativo posible (un argumento interesante) en tanto que Ortega cancela racionalmente el sueño como imposible. Es probable que Ortega no conociera el texto de Coleridge (que pertenece a sus Notebooks) pero Borges no sólo lo conocía sino que lo cita en uno de sus ensayos más hermosos, "La flor de Coleridge", que pertenece a 1945. El trabajo de Borges desarrolla el tema y lo aplica a otros textos: uno de Wells (precisamente, The Time Machine) y otro de Henry James (la novela inconclusa, The Sense oí the Past). En tanto que Ortega se inclina a considerar el valor racional de la imagen (al fin y al cabo su ensayo se llama "Ideas"), Borges prefiere seguir la pista a las posibilidades narrativas y argumentales de la misma. Su discrepancia no puede ser más radical. (5). . La posteridad de Ortega. Aunque no se compartan todas las críticas de Borges a Ortega sobre el tema de la novela contemporánea (hoy, tanto Dostoievski como Proust nos parecen más importantes de lo que Borges afirma), es indudable que el desdén de Ortega por la trama y por las novelas de aventuras, detectivescas o de ciencia ficción, no es ya compartible. Tampoco es muy laudable su omisión de toda referencia a la narrativa de vanguardia que en momentos en que aparece su ensayo de 1925 se estaba produciendo en toda Europa. Ni J oyce, ni Kafka, ni los surrealistas parecen haber entrado entonces en su campo de visión. Esto no impidió que sus "Ideas" circulasen vastamente en el mundo hispánico. Su preeminencia era tal en esa fecha que las "Ideas" fueron discutidas, copiadas, asimiladas. No pasó lo mismo con las de Borges en el Prólogo a La invención de Morel. Publicadas en un libro que no tuvo mucho éxito y que pocos entonces leímos, su circulación por Occidente no empieza realmente hasta que la novela de Bioy Casares es traducida al francés, la comenta e imita Robbe-GrilIet, y la crítica estructuralista empieza a discutir seriamente los ensayos y las ficciones de Borges. Antes, sólo unos pocos citábamos sus trabajos críticos. Hoy sucede lo contrario: todos leen y citan a Borges, en tanto que Ortega se ha convertido en pasto de eruditos, especializados en las letras y el pensamiento españoles de la primera mitad del siglo veinte. Hay una injusticia flagrante aquí, simétrica de la que ocurrió en 1940 con el prólogo de Borges. Porque las ''Ideas'' de Ortega 98
contienen material todavía aprovechable. Hay que volver a ell~, hay que reincorporadas al discurso crítico de habla hispánica, no para levantar superfluos monumentos a su autor sino para'rescatar de estos textos aquellas páginas que aún hoy contienen observaciones perdurables. 99
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