Año 2, tomo 6 (mar. 1902) - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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fttlA torio* te satisfiro con creces en aras de un premeditado Miento 6 MSÍS de embriaguez; cuando sé detiene de pronto la marcha en el reloj de la ¡ndecenoia disfrazada y no hay ninguno que se digné darle cuerda, la cabeza de mis héroes aumenta de P«BO, sufren sus piernas convulsivos tomblores y caen, al fin, vencidos por el despótico poder del aguardiente dando oon sus meritorias humanidades en los sillones y las sillas de marroquí Quedan allí algunas horas, derrotados en la lucha contra las creaciones de la química; en una postura que Rudin no desdeñaría para los raros hijos de su cincel; hinchados, rojos como estreñidos, babeando alcoholes que chorrean por sus húmedos labios como estalactitas hasta formar depósitos en la corbata... ] Solo con mirarles la cara, que es el espejo del alma, se convence el mis refractario á la psicología, de le mucho que sufren por la muerte de don Facundo !... ¡ Pobrecüos ! Los conocidos, personajes componentes del segundo grupo, como no gozan de las mismas prerrogativas que los íntimos, se contentan con pararse & la puerta del cuarto donde gimen, desconsolados, los deudos de don Facundo, y dirigen hacia el interior unas miradas de irresistible ternura en las que se retrata de cuerpo entero el afán de saludar í cualquiera de aquellos, sin duda para dar í entender í los mirones, que alguna relación tuvieron con el difunto (cuando vivía). Cada persona que pasa cerca de los conocidos, determina en estos un suspiro hondo y prolongado, con mezcla de languidez y desesperación, que parte del alma — así se lo tragan los crédulos — y va dando un sin número de vueltas y piruetas por toda la casa, hasta desembocar con fuerzas de huracán sentimental en el reducide antro de una copita de lo que caiga. Lo malo es que, detrás del suspiro, marchan semi-autouia'ticamente I03 que le dieron puerta franca, y no se modifica el sello de tristeza ^que se dibuja eu sus caras, sino cuando el continente ocasional da amargura en que se destierran se humedece con la lluvia que arrojan las de á litro formadas en línea de batalla aobrj la plaza de armas de hk man. Eu tales circunstancias al rigor de la ley A pone «n evidencia. No tardan los contraídos en darse cuenta da la constitución que rige en los velorios y ¡á empinar el codo sin descanso par» que el asesino dolor que los embarga lea permita apurar la ultima gota del liquido, dirigiendo una arrobadora visual que atraviesa el techo del comedor y vaya hasta el mismo seno de los ángeles, con el encargo de gestionar la paz de un alma!... Pero no pasan muchos cuartos de hora, que se olvidan por completo de don Facundo, y gritan con alcohólica vehemencia sobre el estado actual del Gobierno, la enormidad del 6kase dictatorial de Semana Santa •') la discutida eficacia de algún específico para curar la sarna de las ovejas; y lo hacen con tal acaloramiento, que se impone, de cuando en cuando, la intervención de un bálsamo cualquiera que lleve paz á sus espíritus, algo alterados por la traicionera ferocidad de los tocayos. Esa tempestad, como casi todas las recias, no dura mucho, y el final obligado es una calma relativa, una especie de letargo que no llega al sueno de los otros, porque hace alguna presión la familiaridad qué á ellos les falta y que sobra á los íntimos, i. esos infelices sensitivos que tratan de ocultarse en la selva oscura de los ronquidos, acosados por la desventura y el sufrimiento. Sin embargo, alguno de los conocidos, máa audaz que sus compañeros, echa á un lado los escrúpulos y se resuelve i dormir como un bendito; pero generalmente lo hace en una de las sillas del último patio, mientras sus congéneres tratan de aminorar los efectos del sueño y de la bebida, arrimándose A la cocioa, de donde sale un suave olorcillo á café y i. mujeres que los atrae. Nunca faltan en los velorios estos dos remedios: la cuestión es saberlo tomar en dosis razonables. De lo contrario, el primero altera mucho los nervios y el segundo altera las narices ó cualquiera otro de los órganos visibles del abusador. La tercera clase de concurrentes es la más digna de estudio, no solo por la calidad de los tipos que la forman, sino también por la exactitud matemática con que verifica sus evoluciones

VIDA MODEBITA fúnebres. Los ilustres desconocidos siempre tienen que' IJonar una necesidad mis en su parasitaria vida, y la satisfacen en los velorios, parodiando á aquel tan célebre quatorxüme de los banquetes parisienses, que saciaba sus afanes de vividor en las mesas de un botel ó de un salón, cuando la casualidad reunía á trece estúpidos supersticiosos. Todas las mañanas — cuando no aun dormido en la fonda de los vigilantes — vanó leer los diarios á la puerta de las imprentas en busca de anuncios mortuorios, con el objeto de prepararse el itinerario de las maniobras. Algunos, menos previsores 6 más analfabetos, así como empieza i oscurecer se pasean por esas calles de Dios á la pesca de lutos en los picaportes y escriben en la memoria la dirección de Ja casa, cuando su anémica felicidad los pone fíente a" uno de esos trapos de muerte. Teniendo bien estudiado «I lugar hacia donde deben dirigir sus golpes, se ponen con mucha anticipación una corbata negra y alquilan un poco de palidez para sus caras: de este modo se presentan en el velorio. Abren sigilosamente la puerta; pasan de largo el corredor con el sombrero en la mano, sin mirar para la sala en donde ríen los llorones y van como balas á la biblioteca (así llaman al comedor) á conquistar más títulos para su envenenada erudición. No leen más de cuatro 6 cinco páginas — de esas que hablan al buche, no al cerebro — y salen en seguida, recorriendo el mismo camino en sentido inverso, sin hacer caso del íntimo, abnegado y fiel como de costumbre, que está esperándolos al lado de la mesita vestida de ceremonia para propinarles el sermón de marras. Xada ! So está en el programa de acción de los ilustres desconocidos esta triste manera de perder el tiempo: es corta la noche para lo que se puede ligar en otro velorio !... Y en los demás hacen lo mismo : entran, leen y se van. Cuando termina la noche ha sido tanta la lectura, que, rendidos por el cansancio, oscurecida la vista, sudorosos y delirante.?, el cuerpo magullado por los violentos castigos del gigante Vicio, se duermen en el umbral de la primera puerta que les brinda su colchón de mármol ó realizan el epílogo de su odisea do borrachos erudito.? en la pieza oscura v iin confort que so alquila en tojas I;H comisarías. Cuatro ó cinco ilii.it/ri desconocido* de la familia de don Fa- GEBOGfiFICOS 81 cundo que entraron A la casa mientras yo uto dutÜcabn ul estudio de la concurrencia, no estuvieron dentro in¡ís de diez minutos; pero me fue suficiente verlos para reconocer en ellos á unos celebérrimos sujetos aficionados al trabajo santo y remunerador de vivir de lo ajeno, trasformados en colegiales de la miís absurda escuela del comunismo. Estos nenes, que no tuvieron nunca necesidad de seguir los sabios preceptos de Edmundo Dcmolins para Iiacer3e de tuertos muacalos, comen" y beben con lo que sacan de otros bolsillos, y no tienen de los anglo-sajones otra cosa que el placer de jugar al football; con la única diferencia de que siempre que juegan, la moral oficia de pelota—lo (¡ue constituye una particular aplicación del bírbaro entretenimiento de los ingleses. Seres privilegiados, refinan las razas, y de ese especial mestizage es la carne con que colina sus voraces apetitos el HoliogAalo de las Penitenciarías. ¿Sera" porque viven tan abajo, que esos individuos quieren que todo les venga de arriba ?.... Detrás do eso» compadres salimos nosotros, también curiosos, pero al fin amigos de don Facundo. Mi secretario, ocupado en la tarea de encender un cigarrillo, arroja al suelo el fósforo y á la cara de una buena parte de la sociedad, en que desgraciadamente nos movemos, esta triste verdad, que sale de sus labios envuelta en caprichosas volutas de humo: « ¡ Muerte !... Cómo" ridiculiza tu imponencia la miseria de ciertas vidas!» VIDA MODESXA.— T. VI. FE. ALVARO DIEZ.

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torio* te satisfiro con creces en aras de un premeditado<br />

Miento 6 MSÍS de embriaguez; cuando sé detiene de pronto la<br />

<strong>mar</strong>cha en el reloj de la ¡ndecenoia disfrazada y no hay ninguno<br />

que se digné darle cuerda, la cabeza de mis héroes aumenta de<br />

P«BO, sufren sus piernas convulsivos tomblores y caen, al fin,<br />

vencidos por el despótico poder <strong>del</strong> aguardiente dando oon sus<br />

meritorias humanidades en los sillones y las sillas de <strong>mar</strong>roquí<br />

Quedan allí algunas horas, derrotados en la lucha contra las<br />

creaciones de la química; en una postura que Rudin no desdeñaría<br />

para los raros hijos de su cincel; hinchados, rojos como<br />

estreñidos, babeando alcoholes que chorrean por sus húmedos<br />

labios como estalactitas hasta for<strong>mar</strong> depósitos en la corbata...<br />

] Solo con mirarles la cara, que es el espejo <strong>del</strong> alma, se convence<br />

el mis refractario á la psicología, de le mucho que sufren<br />

por la muerte de don Facundo !... ¡ Pobrecüos !<br />

Los conocidos, personajes componentes <strong>del</strong> segundo grupo,<br />

como no gozan de las mismas prerrogativas que los íntimos,<br />

se contentan con pararse & la puerta <strong>del</strong> cuarto donde gimen,<br />

desconsolados, los deudos de don Facundo, y dirigen hacia el interior<br />

unas miradas de irresistible ternura en las que se retrata<br />

de cuerpo entero el afán de saludar í cualquiera de aquellos, sin<br />

duda para dar í entender í los mirones, que alguna relación<br />

tuvieron con el difunto (cuando vivía). Cada persona que pasa<br />

cerca de los conocidos, determina en estos un suspiro hondo y<br />

prolongado, con mezcla de languidez y desesperación, que parte<br />

<strong>del</strong> alma — así se lo tragan los crédulos — y va dando un sin<br />

número de vueltas y piruetas por toda la casa, hasta desembocar<br />

con fuerzas de huracán sentimental en el reducide antro<br />

de una copita de lo que caiga. Lo malo es que, detrás <strong>del</strong> suspiro,<br />

<strong>mar</strong>chan semi-autouia'ticamente I03 que le dieron puerta<br />

franca, y no se modifica el sello de tristeza ^que se dibuja eu<br />

sus caras, sino cuando el continente ocasional da a<strong>mar</strong>gura en<br />

que se destierran se humedece con la lluvia que arrojan las de<br />

á litro formadas en línea de batalla aobrj la plaza de armas de<br />

hk man. Eu tales circunstancias al rigor de la ley A pone «n<br />

evidencia. No tardan los contraídos en darse cuenta da la constitución<br />

que rige en los velorios y ¡á empinar el codo sin<br />

descanso par» que el asesino dolor que los embarga lea permita<br />

apurar la ultima gota <strong>del</strong> liquido, dirigiendo una arrobadora visual<br />

que atraviesa el techo <strong>del</strong> comedor y vaya hasta el mismo<br />

seno de los ángeles, con el encargo de gestionar la paz de un<br />

alma!... Pero no pasan muchos cuartos de hora, que se olvidan<br />

por completo de don Facundo, y gritan con alcohólica vehemencia<br />

sobre el estado actual <strong>del</strong> Gobierno, la enormidad <strong>del</strong> 6kase<br />

dictatorial de Semana Santa •') la discutida eficacia de algún específico<br />

para curar la sarna de las ovejas; y lo hacen con tal<br />

acaloramiento, que se impone, de cuando en cuando, la intervención<br />

de un bálsamo cualquiera que lleve paz á sus espíritus,<br />

algo alterados por la traicionera ferocidad de los tocayos. Esa<br />

tempestad, como casi todas las recias, no dura mucho, y el final<br />

obligado es una calma relativa, una especie de letargo que no<br />

llega al sueno de los otros, porque hace alguna presión la familiaridad<br />

qué á ellos les falta y que sobra á los íntimos, i. esos<br />

infelices sensitivos que tratan de ocultarse en la selva oscura<br />

de los ronquidos, acosados por la desventura y el sufrimiento.<br />

Sin embargo, alguno de los conocidos, máa audaz que sus compañeros,<br />

echa á un lado los escrúpulos y se resuelve i dormir<br />

como un bendito; pero generalmente lo hace en una de las sillas<br />

<strong>del</strong> último patio, mientras sus congéneres tratan de aminorar<br />

los efectos <strong>del</strong> sueño y de la bebida, arrimándose A la cocioa, de<br />

donde sale un suave olorcillo á café y i. mujeres que los atrae.<br />

Nunca faltan en los velorios estos dos remedios: la cuestión es<br />

saberlo to<strong>mar</strong> en dosis razonables. De lo contrario, el primero<br />

altera mucho los nervios y el segundo altera las narices ó cualquiera<br />

otro de los órganos visibles <strong>del</strong> abusador.<br />

La tercera clase de concurrentes es la más digna de estudio,<br />

no solo por la calidad de los tipos que la forman, sino también<br />

por la exactitud matemática con que verifica sus evoluciones

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