Año 2, tomo 6 (mar. 1902) - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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VIDA MODBKNA<br />
loi empleados entre leyendo un periódico y mirando hacia la<br />
calle donde la tristeza es aún mayor que en su encierro. So diría<br />
que la vida ea hoy como un gran invierno lluvioso donde tiritan<br />
las almas.<br />
Y sin embargo, ayer todo era luz y alegría en el mismo barrio<br />
y para las mismas gentes! Es que damos i los demás nuestra<br />
fisonomía propia y consideramos los paisajes según la impresión<br />
interior que nos domina. Una ciudad nos parece lóbrega<br />
6 resplandeciente, según la impresión bajo la cual nos encontramos.<br />
Todo está dentro de nosotros. El alma tiene días de<br />
sol y días de tormenta. Y nuestros juicios sobre el mundo<br />
externo, dependen <strong>del</strong> estado de nuestro mundo interior.<br />
Mi alma era anoche como lina biblioteca donde solo hubiera<br />
cuentos de Poe y de Villiers de l'ísle Adain. Tuve un sueña<br />
raro.<br />
Por un camino oscuro que se perdía en la noche, pasaba una<br />
teoría interminable de mujeres vestidas de blanco que llevaban<br />
cirios encendidos. Las gotas de cera caían como lagrimas sobre<br />
los campos. Cada vez más numerosas, las mujeres 'se amontonaban<br />
en el camino, pálidas y mudas, como una caravana de silencio.<br />
Alguien dijo que eran almas. Las llamas de los cirios se<br />
encorvaban bajo el viento de la noche y parecían estrellas. Una<br />
de las mujeres paso* junto á mí, le pregunté adonde se dirigían y<br />
me contestó que hacia una montaña donde les habían dicho que<br />
había una cruz. Seguí tras ellas. Las almas subieron i la montaña<br />
y la escudriñaron toda. Pero la montaña estaba pelada,<br />
sin yerba ni árbol. Y las almas se enloquecieron y corrieron despavoridas,<br />
levantando los cirios. Después bajaron de la montaña<br />
precipitadamente. Los caminos volvieron á cubrirse de luces. Y<br />
hubo carreras locas á través de los campos. Las almas se dispersaban<br />
y volvían, huyendo en flujos y reflujos tumultuosos.<br />
La luz de los cirios era cada vez m¡ís roja. Los campos parecían<br />
incendiarse. Se hubiera dicho que una aurora 3urgía <strong>del</strong> fondode<br />
la tierra.... Extrañas lenguas de fuego se levantaron de los<br />
1QTÍEBLA8<br />
caninos. Las llamas cubrieron el horizonte. Todo ardid. Y me<br />
levantó con una inmensa tristera, que era como un presagio de<br />
lo que hay <strong>del</strong> otro lado de la muerte.<br />
Una niebla espesa y gris flota aofere la ciudad. Los guardias,<br />
cubiertos de nieve, levantan en las avenidas sus antorchas rojas<br />
y á la luz insegura de los mecheros de gas se enroscan y se<br />
destrenzan los transeúntes, como fantasmas de misterio, i lo largo<br />
de los muros húmedos.<br />
En la plaza de la Ópera, al volver la esquina <strong>del</strong> bulevar, me<br />
encuentro con un personaje de novela de quien he hablado alguna<br />
vez. Laviet fue el filósofo y el bohemio incorregible de<br />
cierta narración que corre impresa. Pero ha cambiado completamente.<br />
Cree seguir viviendo de la casualidad y ba acabado<br />
por vivir de sus vicios. Sus amistades forman un lodazal de<br />
almas. De abandono en abandono, ha perdido toda su aureola<br />
de artista.<br />
Quizá ha-sido la bruma, quizá esta pesadilla de sombra que<br />
da A la ciudad un aspecto vago de Necrópolis, pero me ha pa-<br />
Tecido un espectro. Me habló <strong>del</strong> café donde nos encontramos<br />
media docena de veces, <strong>del</strong> barrio en que hizo célebre su locura,<br />
de la vida turbulenta y desigual <strong>del</strong> grupo de estudiantes que<br />
le aceptaba por jefe, pero tenía los ojos tan pequeños y tan opacos,<br />
los labios tan desteñidos, las mejillas tan pálidas, la voz<br />
tan sin color y tan muerta, que me pareció que no era el mismo.<br />
Comprendí que su cadáver le pesaba sobre los hombros.<br />
La bruma seguía envolviendo la ciudad.... Los fiacres se<br />
deslizaban lentamente, con sus linternas a<strong>mar</strong>illas, veladas por<br />
el vaho.... í\o encontré nada que decirle.... Y me alejé con la<br />
sensación de que acababa de enterrar á UQ amigo.<br />
F»rfs, <strong>1902</strong>.<br />
MANUEL UGAETE.