El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
12. Pero aquí se presenta otro inconveniente. Si las almas que están en la beatitud no pueden<br />
dejar su morada afortunada para venir en socorro de los mortales, ¿por qué invoca la iglesia la<br />
asistencia de los santos, que deben gozar de la más grande suma posible de beatitud? ¿Por qué dice<br />
a los fi<strong>el</strong>es que les invoquen en las enfermedades, en las aflicciones y para preservarse de las<br />
calamidades? ¿Por qué, según <strong>el</strong>la, los santos, la misma Virgen, vienen a mostrarse a los hombres y<br />
a hacer milagros? Dejan, pues, <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o para venir a la tierra. Si los que están en lo más alto de los<br />
ci<strong>el</strong>os pueden dejarle, ¿por qué no podrán hacerlo los que están menos <strong>el</strong>evados?<br />
13. Que los incrédulos nieguen la manifestación de las almas, se concibe, puesto que no<br />
creen en <strong>el</strong> alma. Pero lo que es extraño es ver a aqu<strong>el</strong>los cuyas creencias se apoyan sobre su<br />
existencia y su porvenir, encarnizarse contra los medios de probar que existe y esforzarse en<br />
demostrar que eso es imposible. Parecía natural, al contrario, que los que tienen más interés en su<br />
existencia debiesen acoger con alegría, y como un beneficio de la Providencia, los medios de<br />
confundir a los negadores con pruebas irrecusables, puesto que éstos son los que niegan la r<strong>el</strong>igión.<br />
Deploran sin cesar la invasión de la incredulidad que diezma <strong>el</strong> redil de los fi<strong>el</strong>es, y cuando <strong>el</strong> más<br />
poderoso medio de combatirla se presenta, lo rechazan con más obstinación que los mismos<br />
incrédulos, pues cuando las pruebas rebosan hasta <strong>el</strong> punto de no dejar ninguna duda, se recurre<br />
como argumento supremo a la prohibición de ocuparse de <strong>el</strong>las. Y para justificarla, se aduce un<br />
artículo de la ley de Moisés en <strong>el</strong> cual nadie pensaba, y donde se quiere, a la fuerza, ver una<br />
aplicación que no existe. Se conceptúa tan f<strong>el</strong>iz este descubrimiento, que no han sabido ver en él<br />
una justificación de la doctrina espiritista.<br />
14. Todos los motivos alegados contra las r<strong>el</strong>aciones con los espíritus no pueden resistir un<br />
examen serio d<strong>el</strong> encarnizamiento que se despliega. Puede inferirse que esta cuestión presenta un<br />
gran interés, pues de no ser así no se insistiría tanto en <strong>el</strong>la. Al ver esta cruzada de todos los cultos<br />
contra las manifestaciones, se diría que les tienen miedo. <strong>El</strong> verdadero motivo podría muy bien ser<br />
<strong>el</strong> temor de que los espíritus, demasiado perspicaces, no viniesen a ilustrar a los hombres sobre los<br />
puntos que se quieren dejar en la oscuridad, y a hacerles conocer de fijo lo que hay en <strong>el</strong> otro<br />
mundo y las verdaderas condiciones para ser en él dichosos o desgraciados. Poresto,lomismo<br />
que se dice a un niño “no vayas allí, que hay un duende”, se dice a los hombres: "No llaméis a los<br />
espíritus, pues son <strong>el</strong> diablo." Pero sus trabajos tendrá, porque si se prohíbe a los hombres llamar a<br />
los espíritus, no se impedirá a los espíritus que vengan a los hombres a sacar la lámpara de debajo<br />
d<strong>el</strong> c<strong>el</strong>emín.<br />
<strong>El</strong> culto que está en la verdad absoluta no tiene que temer nada de la luz, porque la luz hará<br />
resaltar la verdad, y <strong>el</strong> demonio no podrá prevalecer contra <strong>el</strong>la.<br />
15. Rechazar las comunicaciones de ultratumba es rechazar <strong>el</strong> poderoso medio de<br />
instrucción que resulta de la iniciación en la vida futura, y de los ejemplos que <strong>el</strong>las nos<br />
suministran. La experiencia nos enseña, además, <strong>el</strong> bien que se puede hacer a los espíritus<br />
imperfectos apartándoles d<strong>el</strong> mal, ayudando a los que sufren a desprenderse de la materia y a<br />
mejorarse. Prohibir, pues, dichas comunicaciones es privar a las almas desgraciadas de la asistencia<br />
que podemos darles. Las siguientes palabras de un espíritu resumen admirablemente las<br />
consecuencias de la evocación practicada con un fin caritativo.<br />
“Cada espíritu doliente y lastimero os contará la causa de su caída, los motivos que le han<br />
arrastrado a sucumbir. Os dirá sus esperanzas, sus combates, sus terrores. Os dirá sus<br />
remordimientos, sus dolores, sus desesperaciones. Os mostrará a Dios justamente irritado,<br />
castigando al culpable con toda la severidad de su justicia. Escuchándoles os conmoveréis y os<br />
atormentaréis por vosotros mismos. Siguiéndoles en sus lamentos veréis a Dios no perdiéndole de<br />
vista esperando <strong>el</strong> pecador arrepentido, tendiéndole los brazos tan pronto como traten de ad<strong>el</strong>antar.<br />
Veréis los progresos d<strong>el</strong> culpable, a los cuales habréis tenido la dicha y la gloria de haber<br />
contribuido, los seguiréis con afán, como <strong>el</strong> cirujano sigue los progresos de la herida que cura<br />
diariamente” (Burdeos, 1861).<br />
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