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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

infierno, hasta lo más profundo de los abismos. Los que te verán se acercarán a ti, y después de haberte mirado,<br />

te dirán: ¿Es éste <strong>el</strong> hombre que ha espantado a la Tierra que ha esparcido <strong>el</strong> terror en los reinos, que ha hecho<br />

d<strong>el</strong> mundo un desierto, que ha destruido sus ciudades, y que ha detenido en cadenas a los que había hecho<br />

prisioneros?”<br />

Estas palabras d<strong>el</strong> profeta no son r<strong>el</strong>ativas a la r<strong>el</strong>igión de los áng<strong>el</strong>es, sino una alusión al orgullo y a la<br />

caída d<strong>el</strong> rey de Babilonia, quien tenía cautivos a los judíos, como lo prueban los últimos versículos. <strong>El</strong> rey de<br />

Babilonia es designado, por alegoría, bajo <strong>el</strong> nombre de Lucifer, pero no se hace aquí ningún mérito de la escena<br />

descrita más arriba. Estas palabras son las d<strong>el</strong> rey, quien las decía en su corazón, y se colocaba, por su orgullo,<br />

sobre Dios, cuyo pueblo tenía cautivo. La predicción de la libertad de los judíos, de la ruina de Babilonia y de la<br />

derrota de los asirios es, por otra parte, objeto exclusivo de este capítulo.<br />

3.º Las palabras atribuidas a Lucifer acusan una ignorancia que causa admiración en un<br />

arcáng<strong>el</strong> que por su misma naturaleza, y en <strong>el</strong> grado en que está colocado, no debe tener sobre la<br />

organización d<strong>el</strong> Universo los errores y las preocupaciones que los hombres han profesado hasta<br />

que la ciencia viniera a ilustrarles.<br />

¿Cómo pudo decir: “Estableceré mi morada sobre los astros”, “dominaré las nubes más<br />

<strong>el</strong>evadas”? Esta es la antigua creencia en la Tierra como centro d<strong>el</strong> mundo, d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, de las nubes<br />

que se extienden hasta las estr<strong>el</strong>las, en la región limitada de éstas formando bóveda, y que la<br />

astronomía nos demuestra diseminadas en <strong>el</strong> espacio infinito. Como se sabe hoy que las nubes no se<br />

extienden más allá de dos leguas de la superficie de la Tierra, para llegar a decir que dominaría las<br />

más <strong>el</strong>evadas nubes, y para hablar de las montañas, era preciso que la escena pasase en la<br />

superficie de la Tierra, y que en <strong>el</strong>la estuviese la mansión de los áng<strong>el</strong>es. Si esta mansión está en las<br />

regiones superiores, era inútil decir que se <strong>el</strong>evaría más arriba de las nubes. Pretender que los<br />

áng<strong>el</strong>es tengan un lenguaje tan ignorante es confesar que los hombres de hoy saben más que los<br />

áng<strong>el</strong>es. La iglesia ha tenido siempre <strong>el</strong> inconveniente de no contar con los progresos de la ciencia.<br />

10. La respuesta a la primera objeción se encuentra en <strong>el</strong> pasaje siguiente:<br />

“La escritura y la tradición dan <strong>el</strong> nombre d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o al lugar en que los áng<strong>el</strong>es habían sido<br />

colocados en <strong>el</strong> momento de su creación. Pero éste no era <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o de los ci<strong>el</strong>os, <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o de la visión<br />

beatífica, donde Dios se muestra a sus <strong>el</strong>egidos cara a cara, y donde sus <strong>el</strong>egidos le contemplan sin<br />

esfuerzos y sin obstáculos, porque allí no hay p<strong>el</strong>igro ni posibilidad de pecar. La tentación y la<br />

flaqueza son desconocidas, la justicia, la alegría y la paz reinan con una inmutable seguridad. La<br />

santidad y la gloria no pueden perderse. Ésta era, pues, una región c<strong>el</strong>este, una esfera luminosa y<br />

afortunada donde estas nobles criaturas, tan favorecidas con las comunicaciones divinas, debían<br />

recibirlas y adherirse a <strong>el</strong>las por humildad de la fe antes de ser admitidas para ver claramente la<br />

realidad en la misma esencia de Dios.”<br />

Resulta de lo que precede que los áng<strong>el</strong>es que han faltado pertenecen a una categoría menos<br />

<strong>el</strong>evada, menos perfecta, y que no habían alcanzado todavía <strong>el</strong> lugar supremo donde la falta es<br />

imposible. Admitido, pero en este caso tenemos una contradicción manifiesta, porque se ha dicho<br />

más arriba que. “Dios los había hecho en todo semejantes a los espíritus sublimes, que confundidos<br />

en todos sus órdenes y mezclados entre sus filas, tenían <strong>el</strong> mismo fin y <strong>el</strong> mismo destino, que su jefe<br />

era <strong>el</strong> más hermoso de los áng<strong>el</strong>es.” Si en todo fueron hechos semejantes a los áng<strong>el</strong>es, no eran de<br />

una naturaleza inferior. Si estaban mezclados en todas sus filas, no estaban en <strong>el</strong> lugar especial. De<br />

este modo la objeción subsiste por completo.<br />

11. Hay otra que, sin contradicción, es la más grave y la más seria.<br />

Se ha dicho: “Este designio (la mediación de Cristo) concebido desde la eternidad, se<br />

manifestó a los áng<strong>el</strong>es mucho tiempo antes de su cumplimiento.” Dios, pues, desde la eternidad,<br />

que los áng<strong>el</strong>es, así como los hombres, tendrían necesidad de esta mediación. Él sabía o no sabía<br />

que ciertos áng<strong>el</strong>es faltarían, que esta caída les ocasionaría la condenación eterna, sin esperanza de<br />

volver al anterior estado. Que se les destinaría a tentar a los hombres, que aqu<strong>el</strong>los que se dejarían<br />

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