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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

28. La situación d<strong>el</strong> espíritu desde su entrada en la vida espiritual es aqu<strong>el</strong>la que se ha<br />

preparado por medio de la vida corporal. Más tarde se le da otra encarnación para la expiación y<br />

reparación por nuevas pruebas, pero las aprovecha poco o mucho en virtud de su libre albedrío. Si<br />

no se corrige, tiene que volver a empezar la tarea cada vez en condiciones más penosas, de suerte<br />

que aqu<strong>el</strong> que sufre mucho en la Tierra, puede decir que tenía mucho que expiar. Los que gozan de<br />

una dicha aparente, a pesar de sus vicios y su inutilidad, que estén ciertos de que lo pagarán caro en<br />

una existencia ulterior.<br />

En este sentido señaló Jesús: “Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados” (<strong>El</strong><br />

Evang<strong>el</strong>io según <strong>el</strong> Espiritismo, Cáp. V).<br />

29. La misericordia de Dios es infinita, sin duda, pero no es ciega. <strong>El</strong> culpable, a quien<br />

perdona, no queda descargado, y hasta que no haya satisfecho la justicia, sufre las consecuencias de<br />

sus faltas. Por misericordia infinita es preciso entender que Dios no es inexorable, y deja siempre<br />

abierta la puerta de la vu<strong>el</strong>ta al bien.<br />

30. Las penas, siendo temporales y subordinadas al arrepentimiento y a la reparación, que<br />

dependen de la libre voluntad d<strong>el</strong> hombre, son a la vez castigos y remedios que deben ayudar a<br />

cicatrizar las heridas que ocasionan <strong>el</strong> mal.<br />

Los espíritus en castigo son, pues, no como los condenados a presidio por un tiempo, sino<br />

como enfermos en <strong>el</strong> hospital, que sufren por la enfermedad que es a menudo consecuencia de su<br />

falta, y de los medios curativos dolorosos que necesitan, pero que tienen la esperanza de curar, y<br />

que curan tanto más pronto cuanto mejor sigan las prescripciones d<strong>el</strong> médico, que v<strong>el</strong>a por <strong>el</strong>los con<br />

anh<strong>el</strong>o. Si prolongan los sufrimientos por su falta, no es culpa d<strong>el</strong> médico.<br />

31. A las penas que <strong>el</strong> espíritu sufre en la vida espiritual se añaden las de la vida corporal,<br />

que son consecuencia de las imperfecciones d<strong>el</strong> hombre, de sus pasiones, d<strong>el</strong> mal empleo de sus<br />

facultades y la expiación de sus faltas presentes y pasadas. En la vida corporal es cuando <strong>el</strong> espíritu<br />

repara <strong>el</strong> mal de sus anteriores existencias, poniendo en práctica las resoluciones tomadas en la vida<br />

espiritual. Así se explican las miserias y vicisitudes que a primera vista parece que no tiene razón<br />

de ser, y son enteramente justas, desde <strong>el</strong> momento en que son en compensación d<strong>el</strong> pasado y sirven<br />

para nuestro progreso (véase Cáp. VI, “<strong>El</strong> Purgatorio”, n. º 3 y ss.; Cáp. XX, “Ejemplo de<br />

expiaciones terrestres”. <strong>El</strong> Evang<strong>el</strong>io según <strong>el</strong> Espiritismo, Cáp. V, “Bienaventurados los<br />

afligidos”).<br />

32. Algunos se preguntan: ¿no probaría Dios mayor amor hacia sus criaturas creándoles<br />

infalibles, y, en consecuencia, exentas de las vicisitudes inherentes a la imperfección?<br />

Hubiera sido preciso, para esto, que crease seres perfectos que no tuvieran que adquirir nada<br />

ni en conocimientos ni en moralidad. Sin ninguna duda puede hacerlo. Si no lo ha hecho, es porque<br />

en su sabiduría ha querido que <strong>el</strong> progreso fuese la ley general.<br />

Los hombres son imperfectos, y como tales, están sujetos a vicisitudes más o menos<br />

penosas. Éste es un hecho que es preciso aceptar, puesto que existe. Inferir de él que Dios no es<br />

bueno ni justo sería una reb<strong>el</strong>día contra Dios.<br />

Habría injusticia si hubiera creado seres privilegiados, más favorecidos los unos que los<br />

otros, gozando sin trabajo de la dicha que otros consiguen con pena o que no pudieran conseguir<br />

jamás. Pero donde resplandece su justicia es en la igualdad absoluta que preside a la creación de<br />

todos los espíritus: todos tienen un mismo punto de partida. No hay ninguno que en su formación<br />

tenga mayores dotes que los otros, ninguno cuya marcha ascendente se le facilite por excepción.<br />

Los que han llegado al fin han pasado, como los otros, por las pruebas sucesivas y la inferioridad.<br />

Admitiendo esto, ¿qué más justo que la libertad dejada a cada uno? <strong>El</strong> camino de la f<strong>el</strong>icidad<br />

está abierto para todos. Las condiciones para alcanzarla son las mismas para todos. La ley grabada<br />

en la conciencia se enseña a todos. Dios ha hecho de la dicha <strong>el</strong> precio d<strong>el</strong> trabajo y no d<strong>el</strong> favor, a<br />

fin de que indudablemente tuviesen los hombres <strong>el</strong> mérito de <strong>el</strong>la. Cada uno es libre de trabajar o de<br />

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