El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
instante en que se impone como verdad absoluta la razón lo rechaza, resulta necesariamente una de<br />
estas dos cosas: o <strong>el</strong> hombre que quiere creer se forma una creencia más racional, en cuyo caso se<br />
separa de vosotros, o bien no cree en nada. Es evidente, para todo aqu<strong>el</strong> que haya estudiado la<br />
cuestión fríamente, que en nuestros días <strong>el</strong> dogma de la eternidad de las penas ha hecho más<br />
materialistas y ateos que filósofos.<br />
Las ideas siguen un curso incesantemente progresivo. No se puede gobernar a los hombres<br />
sino siguiendo este curso. Querer detenerlo, o hacerle retroceder, o simplemente pararse en su<br />
carrera, es perderse. Seguir o no seguir este motivo es una cuestión de vida o de muerte para las<br />
r<strong>el</strong>igiones, así como para los gobiernos. ¿Esto es un bien o es un mal? Seguramente es un mal a los<br />
ojos de aqu<strong>el</strong>los que, viviendo a expensas de lo pasado, ven que se les escapa. Para los que ven <strong>el</strong><br />
porvenir, es la ley d<strong>el</strong> progreso, que es la misma ley de Dios, y contra las leyes de Dios toda<br />
resistencia es inútil. Luchar contra su voluntad es anonadarse.<br />
¿Por qué, pues, querer sostener a la fuerza una creencia que cae en desuso, y que en<br />
definitiva hace más mal que bien a la r<strong>el</strong>igión? ¡Ay! Triste es tener que afirmar que la cuestión<br />
material domina en este caso a la cuestión r<strong>el</strong>igiosa. Esta creencia ha sido extensamente explotada<br />
con la idea errónea de que con dinero podía hacerse abrir las puertas d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y preservarse d<strong>el</strong><br />
infierno. Las sumas que ha producido, y produce todavía, son incalculables. Es <strong>el</strong> impuesto<br />
provisional sobre <strong>el</strong> miedo de la eternidad. Siguiendo facultativo este impuesto, <strong>el</strong> producto es<br />
proporcionado a la creencia. Si la creencia no existe, <strong>el</strong> producto es nulo. <strong>El</strong> niño da de buena gana<br />
la golosina al que le promete espantar al duende. Pero cuando <strong>el</strong> niño no cree en <strong>el</strong> duende, guarda<br />
la golosina.<br />
24. La nueva rev<strong>el</strong>ación, dando ideas más sanas de la vida futura, y probando que puede<br />
salvarse <strong>el</strong> hombre por sus propias obras, debe encontrar una oposición tanto más viva cuanto agota<br />
una fuente muy importante de productos. Así sucede cada vez que un descubrimiento o una<br />
invención viene a cambiar las costumbres. Los que viven de los antiguos usos predican y<br />
desacreditan los nuevos, aunque sean más económicos. ¿Se cree, por ejemplo, que la imprenta, a<br />
pesar de los servicios que debía prestar a la Humanidad, debió ser aclamada por la numerosa clase<br />
de los copistas? No, ciertamente, debieron maldecirla. Así ha acontecido con otros respecto de las<br />
máquinas, líneas de ferrocarril y otras cien cosas.<br />
A los ojos de los incrédulos, <strong>el</strong> dogma de la eternidad de las penas es una cuestión fútil de la<br />
que se ríen. A los ojos d<strong>el</strong> filósofo, tiene una gravedad social por los abusos a que da lugar. <strong>El</strong><br />
hombre verdaderamente r<strong>el</strong>igioso ve la dignidad de la r<strong>el</strong>igión interesada en la destrucción de estos<br />
abusos y de su causa.<br />
Ezequi<strong>el</strong> contra la eternidad de las penas y <strong>el</strong> pecado original<br />
25. A los que pretenden encontrar en la Biblia la justificación de la eternidad de las penas, se<br />
les puede oponer textos contrarios de la misma que no dan lugar a ninguna duda. Las siguientes<br />
palabras de Ezequi<strong>el</strong> son la negación más explícita, no sólo de las penas irremisibles, sino de la<br />
responsabilidad que la falta d<strong>el</strong> padre d<strong>el</strong> género humano había hecho recaer sobre su raza.<br />
“1. <strong>El</strong> señor me habla nuevamente y me dice. 2. ¿De dónde viene que os sirváis entre<br />
vosotros de esta parábola y que la hayáis sentado como proverbio en Isra<strong>el</strong>: Los padres, decís, han<br />
comido racimos verdes y los dientes de los hijos se resienten de <strong>el</strong>lo? 3. Juro por mí mismo, dice <strong>el</strong><br />
Señor Dios, que esta parábola no será proverbio entre vosotros en Isra<strong>el</strong>. 4. Porque todas las almas<br />
son mías: <strong>el</strong> alma d<strong>el</strong> hijo es mía como <strong>el</strong> alma d<strong>el</strong> padre. <strong>El</strong> alma que ha pecado morirá por sí<br />
misma.<br />
“5. Si un hombre es justo, si obra según la equidad y la justicia. 7. Si no entristece ni oprime<br />
a nadie, si vu<strong>el</strong>ve a su deudor la prenda que le había dado, si no toma con violencia los bienes de<br />
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