El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
Después, a estos cuerpos d<strong>el</strong>eznables, prontos a volver al polvo de que salieron, impone una<br />
propiedad que nunca tuvieron, y he aquí <strong>el</strong> segundo milagro. Les impone la inmortalidad, aqu<strong>el</strong><br />
mismo don que encolerizado, decid más bien en su misericordia, retiró a Adán al salir d<strong>el</strong> Edén.<br />
Cuando Adán era inmortal era invulnerable, y cuando cesó de ser invulnerable, fue mortal: la<br />
muerte fue inmediata al dolor.<br />
La resurrección no nos restablece las condiciones d<strong>el</strong> hombre inocente ni las d<strong>el</strong> hombre<br />
culpable. Es una resurrección de nuestras miserias solamente, pero con un recargo de otras nuevas,<br />
infinitamente más horribles. Es, en parte, una verdadera creación, la más maliciosa que la<br />
imaginación se haya atrevido a concebir. Dios cambia de parecer, y para añadir a los tormentos<br />
espirituales de los pecadores tormentos carnales que puedan durar siempre, varía de repente, por un<br />
efecto de su poder, las leyes y las propiedades asignadas por Él mismo, desde <strong>el</strong> principio, a los<br />
compuestos de materia. Resucita carnes enfermas y corrompidas, y uniendo con un nudo<br />
indestructible aqu<strong>el</strong>los <strong>el</strong>ementos que naturalmente tienen que separarse, mantiene y perpetúa,<br />
contra <strong>el</strong> orden natural, aqu<strong>el</strong>la podredumbre viviente, la echa al fuego no para purificarla, sino para<br />
conservarla tal como es, sensible, quejumbrosa, ardiente, tal como la quiere, inmortal.<br />
Con este milagro se hace de Dios uno de los verdugos d<strong>el</strong> infierno, porque si los condenados<br />
no pueden culparse más que a sí mismos de sus males espirituales, en recompensa, no pueden<br />
atribuir los otros más que a Dios.<br />
Sin duda sería poca cosa abandonarlos después de su muerte a la tristeza, al arrepentimiento<br />
y a todas las angustias de un alma que siente haber perdido <strong>el</strong> supremo bien: Dios irá, según los<br />
teólogos, a buscarlos en aqu<strong>el</strong>la noche al fondo de aqu<strong>el</strong> abismo. Los llamará por un momento a la<br />
luz d<strong>el</strong> día, no para consolarlos, sino para revestirlos de un cuerpo asqueroso, ardiente,<br />
imperecedero, más apestado que la túnica de Dejanira, y entonces es cuando los abandonará para<br />
siempre.<br />
Y aun así no los abandonará, puesto que <strong>el</strong> infierno no subsiste, así como tampoco la tierra y<br />
<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, sino es por un acto permanente de su voluntad, siempre activa, y todo desaparecería si<br />
cesase de sostenerlo. Tendrá puesta continuamente su mano sobre <strong>el</strong>los para impedir que se apague<br />
<strong>el</strong> fuego y que su cuerpo no se consuma, queriendo que aqu<strong>el</strong>los desgraciados inmortales<br />
contribuyan, por sus suplicios constantes, a la edificación de los <strong>el</strong>egidos.<br />
14. Dijimos con razón que <strong>el</strong> infierno de los cristianos había sobrepujado al de los paganos.<br />
En <strong>el</strong> Tártaro se ve, en efecto, a los culpables atormentados por los remordimientos, siempre cara a<br />
cara de sus crímenes y de sus víctimas, agobiados por aqu<strong>el</strong>los a quienes agobiaron viviendo. Se les<br />
ve huir de la luz que les penetra y procuran en vano ocultarse a las miradas que los persiguen, se<br />
rebaja y humilla <strong>el</strong> orgullo. Todos llevan <strong>el</strong> s<strong>el</strong>lo de su pasado, todos son castigados por sus propias<br />
faltas, hasta d<strong>el</strong> extremo de que para algunos, basta entregarlos a sí mismos y se cree inútil añadir<br />
otros castigos. Pero son almas con un cuerpo fluídico, imagen de su existencia terrestre. No se ve<br />
allí que los hombres vu<strong>el</strong>van a tomar su cuerpo carnal para sufrir materialmente, ni <strong>el</strong> fuego penetra<br />
bajo su pi<strong>el</strong> para saturarla hasta los tuétanos, ni <strong>el</strong> lujo y <strong>el</strong> refinamiento de los suplicios que<br />
constituyen la base d<strong>el</strong> infierno cristiano. Se hallan allí jueces inflexibles, pero justos, que<br />
proporcionan la pena a la gravedad de la culpa, mientras que en <strong>el</strong> imperio de Satanás, todo está<br />
confundido en los mismos tormentos, todo está basado en la materialidad: hasta la equidad está<br />
desterrada de allí.<br />
Sin duda que tiene hoy la misma iglesia muchos hombres de buen sentido que no admiten<br />
esos hechos literalmente, viendo en <strong>el</strong>los sólo alegorías que son necesario interpretar. Pero su<br />
opinión sólo es individual y no tiene fuerza de ley. La creencia en <strong>el</strong> infierno material con todas sus<br />
consecuencias no deja de ser aún un artículo de fe.<br />
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