El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
P. Tenemos <strong>el</strong> mayor gusto en poderos dar una prueba de nuestra admiración por la<br />
conducta que habéis tenido durante vuestra existencia terrestre, y esperamos que vuestra<br />
abnegación<br />
habrá recibido su recompensa.<br />
R. Sí, Dios, para su sirviente, ha tenido misericordia y amor.<br />
Lo que he hecho, lo que encontráis bien, era muy natural.<br />
P. Para nuestra instrucción, ¿podríais describimos cuál fue la<br />
causa de la humilde condición que habéis ocupado en la Tierra?<br />
R. Yo ocupé, en dos existencias sucesivas, una posición bastante <strong>el</strong>evada. <strong>El</strong> bien me era<br />
fácil, lo hacía sin sacrificio, porque era rica. Me parecía que progresaba lentamente y por esto pedí<br />
volver en condición más ínfima en la que tendría que luchar contra las privaciones, y me preparé a<br />
<strong>el</strong>lo durante mucho tiempo. Dios sostuvo mi esfuerzo, y he podido llegar al fin que me había<br />
propuesto, gracias a los socorros espirituales que Dios me ha enviado.<br />
P. ¿Habéis visto a vuestros antiguos amos? Os suplico nos digáis cuál es vuestra situación<br />
respecto a <strong>el</strong>los, y si os consideráis siempre como su subordinada.<br />
R. Sí, los he vu<strong>el</strong>to a ver. Estaban esperando mi llegada a este mundo, y debo deciros con<br />
toda humildad que me consideran muy superior a <strong>el</strong>los.<br />
P. ¿Teníais un motivo particular para uniros a <strong>el</strong>los antes que a otros?<br />
R. Ningún motivo obligatorio. Habría alcanzado mi objeto en todas partes, pero los <strong>el</strong>egí<br />
para satisfacerles una deuda de reconocimiento. En otro tiempo habían sido buenos para mí y me<br />
habían hecho servicios.<br />
P. ¿Qué porvenir presentís para vos?<br />
R. Espero ser reencarnada en un mundo en que <strong>el</strong> dolor sea desconocido. Quizá me<br />
encontréis muy presuntuosa, pero os respondo con la viveza de mi carácter. Por lo demás, lo dejo a<br />
la voluntad de Dios.<br />
P. Os damos las gracias por haber venido a nuestro llamamiento y no dudamos de que Dios<br />
os colmará de bondades.<br />
R. Gracias. ¡Ojalá Dios os bendiga y al morir os haga experimentar a todos las alegrías tan<br />
puras que me han sido dispensadas!<br />
Clara Rivier<br />
Clara Rivier era una joven de diez años, perteneciente a una familia de labradores de una<br />
aldea d<strong>el</strong> Mediodía de Francia. Estaba completamente enferma desde los cuatro años. Durante su<br />
vida, no dejó escapar una sola queja, ni dio una sola señal de impaciencia. Aunque desprovista de<br />
instrucción, consolaba a su afligida familia, conversando de la vida futura y de la dicha que debía<br />
encontrar en <strong>el</strong>la.<br />
Murió en septiembre de 1862, después de cuatro días de torturas y convulsiones, durante las<br />
cuales no cesó de rogar a Dios. “No temo la muerte -decía-, puesto que una vida de f<strong>el</strong>icidad me<br />
está reservada después.” Decía también a su padre, que lloraba: “Consuélate, vendré a visitarte. Mi<br />
hora está próxima, lo siento. Cuando llegue, lo sabré y te lo advertiré antes.” En efecto, cuando <strong>el</strong><br />
momento fatal estuvo a punto de llegar, llamó a todos los suyos, diciendo. “No tengo más que cinco<br />
minutos de vida, dadme vuestras manos.” Y expiró como lo había anunciado.<br />
Desde entonces un espíritu golpeador vino a visitar la casa de los esposos Rivier, donde lo<br />
derribaba todo, y golpeaba la mesa como si tuviera una maza. Agitaba las colgaduras de las camas y<br />
las cortinas, y removía la vajilla. Este espíritu aparecía bajo la forma de Clara a su joven hermana,<br />
que no tiene más que cinco años. Según esta niña, su hermana le ha hablado muchas veces, y estas<br />
apariciones le hacen a menudo dar gritos de alegría y exclamar: “Pero, ¿veis qué linda está Clara?”<br />
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