El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
Después de rogar a nuestros guías espirituales para que dijeran su parecer sobre este objeto,<br />
dictaron las tres comunicaciones siguientes, que merecen fijemos en <strong>el</strong>las una formal atención.<br />
I<br />
Los espíritus, en <strong>el</strong> estado errante, están, evidentemente, desde <strong>el</strong> punto de vista de las<br />
existencias, inactivos y en expectación. Pero, a pesar de <strong>el</strong>lo, pueden expiar, con tal que su orgullo,<br />
la tenacidad formidable y terca de sus errores, no les retenga en <strong>el</strong> momento de su ascensión<br />
progresiva.<br />
Tenéis de esto un ejemplo terrible en la última comunicación de este criminal endurecido,<br />
luchando contra la justicia divina que le estrecha después de la de los hombres. En este caso, la<br />
expiación, o mejor dicho, <strong>el</strong> sufrimiento fatal que le oprime, en lugar de aprovecharle y de hacerle<br />
sentir la profunda significación de sus penas, le exalta, le subleva, y le hace dar lo que la Escritura,<br />
en su poética <strong>el</strong>ocuente, llama rechinamientos de dientes, ¡imagen por exc<strong>el</strong>encia! ¡Signo d<strong>el</strong><br />
sufrimiento abatido! ¡Perdido en <strong>el</strong> dolor, pero cuya reb<strong>el</strong>ión es todavía lo bastante grande para que<br />
se resistan a reconocer la verdad de la pena y la verdad de la recompensa!<br />
Los grandes errores se continúan a menudo, y casi siempre en <strong>el</strong> mundo de los espíritus, lo<br />
mismo que las conciencias muy criminales. Ser él a pesar de todo y hacer alarde ante lo infinito, se<br />
parece mucho a la ceguera d<strong>el</strong> hombre que contempla las estr<strong>el</strong>las y las toma por los arabescos de<br />
un techo, tal como lo creían los galos en tiempo de Alejandro.<br />
¡Hay la moral infinita! ¡Miserable, ínfimo es aqu<strong>el</strong> que bajo pretexto de continuar las luchas<br />
y las fanfarronadas abyectas de la tierra, no ve más allá, en <strong>el</strong> otro mundo. que lo que veía en la<br />
tierra! Para éste es la ceguera, <strong>el</strong> desprecio de los otros, la egoísta y mezquina personalidad y la<br />
detención d<strong>el</strong> progreso. ¡Oh. hombres! Es una gran verdad que entre la inmortalidad de un nombre<br />
puro dejado en la tierra y la inmortalidad que guardan realmente los espíritus en sus pruebas<br />
sucesivas, hay un secreto acuerdo.<br />
Lamennais<br />
II<br />
Precipitar a un hombre en las tinieblas o en torrentes de claridad. <strong>El</strong> resultado, ¿no es <strong>el</strong><br />
mismo? <strong>El</strong> uno y <strong>el</strong> otro no ven nada a su alrededor, y se acostumbrarán con más facilidad a la<br />
sombra que a la intensa claridad <strong>el</strong>éctrica en la cual puede ser sumergido. Por consiguiente, <strong>el</strong><br />
espíritu que se ha comunicado en la última sesión expresa bien la verdad de su situación cuando<br />
exclama: “¡Oh! ¡Yo me libraré de esta odiosa luz!” En efecto, esta luz es tanto más terrible, tanto<br />
más espantosa, cuanto más penetra por completo, haciendo visibles y transparentes sus más<br />
recónditos pensamientos. Ese es uno de sus castigos espirituales más rudos. Se encuentra, por así<br />
expresarlo, dentro de la casa de vidrio que pedía Sócrates. También en esto tenemos una enseñanza,<br />
porque lo que hubiera sido la alegría y <strong>el</strong> consu<strong>el</strong>o d<strong>el</strong> sabio se vu<strong>el</strong>ve un castigo infamante y<br />
continuo d<strong>el</strong> mal, d<strong>el</strong> criminal, d<strong>el</strong> parricida, espantado ante su propia personalidad.<br />
¿Comprendéis, hijos míos. <strong>el</strong> dolor y <strong>el</strong> terror que deben oprimir a aqu<strong>el</strong> que, durante una<br />
existencia siniestra, se complacía en combinar, en maquinar los más tristes crímenes en <strong>el</strong> fondo de<br />
su ser, donde se refugiaba como una bestia salvaje en su caverna, y que hoy se encuentra echado de<br />
su guarida, donde se ocultaba a las miradas y a la investigación de sus contemporáneos? ¡Su<br />
máscara de impasibilidad le ha sido ahora arrancada y cada uno de sus pensamientos se refleja<br />
sucesivamente en su frente!<br />
Sí, en ad<strong>el</strong>ante, ningún reposo, ningún asilo para este formidable criminal. Cada<br />
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