El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
Aunque <strong>el</strong> espíritu declara que se encuentra en una sociedad de mucha mezcla, y por<br />
consecuencia de espíritus inferiores, nos sorprendió su lenguaje en razón a su género de muerte, a la<br />
cual no hacía ninguna ilusión, aunque por otra parte se veía <strong>el</strong> reflejo de su carácter. Esto nos<br />
dejaba algunas dudas sobre su identidad.<br />
P. ¿Queréis referirnos, os lo suplico, cómo habéis muerto?<br />
R. ¿Cómo he muerto? Por la muerte que he <strong>el</strong>egido, <strong>el</strong>la me ha gustado. He meditado<br />
bastante tiempo sobre la que debía <strong>el</strong>egir para librarme de la vida. Y a fe mía confieso que no he<br />
ganado gran cosa, si se exceptúa que me he librado de mis cuidados materiales, mas para<br />
encontrarlos más graves, más penosos en mi situación de espíritu, cuyo fin no preveo.<br />
Al guía d<strong>el</strong> médium:<br />
P. ¿Es verdaderamente <strong>el</strong> espíritu de M. F<strong>el</strong>icien quien ha contestado? Ese lenguaje casi<br />
indiferente nos sorprende en un suicida.<br />
R. Sí, pero por un sentimiento perdonable en su situación y que comprenderéis, no quería<br />
rev<strong>el</strong>ar su género de muerte al médium. Por esto mismo, buscando rodeos, concluyó por confesarlo<br />
obligado por vuestra pregunta directa, por lo que se halla muy afectado. Sufre mucho por haberse<br />
dado la muerte, y aparta tanto como puede todo lo que le recuerda ese fin funesto.<br />
Al espíritu:<br />
P. Vuestra muerte me afectó tanto más cuanto que preveía las tristes consecuencias para vos,<br />
y en razón, sobre todo, de la estimación y cariño que os teníamos. Personalmente, no he olvidado<br />
cuán bueno y servicial habéis sido para mí. Tendría la mayor f<strong>el</strong>icidad en acreditaros mi<br />
reconocimiento, si puede haber algo que os sea útil.<br />
R. Sin embargo, no podía evitar de otro modo lo embarazoso de mi situación material.<br />
Ahora sólo tengo necesidad de oraciones. Orad, sobre todo, para que se me libre de los horribles<br />
compañeros que me rodean, que me atormentan con sus risas, sus gritos y sus burlas infernales. Me<br />
llaman cobarde y tienen razón, cobardía es dejar la vida. Ya veis, van cuatro veces que sucumbo a<br />
esta prueba. ¡Sin embargo, mucho me había prometido no flaquear!... ¡Fatalidad!... ¡Ah!, orad.<br />
¡Qué suplicio es <strong>el</strong> mío! ¡soy muy desgraciado! Haréis más por mí rogando que no he hecho por vos<br />
cuando estaba en la Tierra, pero la prueba a la cual he faltado tan a menudo, se presenta ante mí con<br />
rasgos ind<strong>el</strong>ebles. Es preciso que la sufra nuevamente en un tiempo dado. ¿Tendré bastante fuerza?<br />
¡Ah! ¡Tantas veces volver a empezar la vida! ¡Luchar tanto tiempo y verme arrastrado por los<br />
acontecimientos a sucumbir a mi pesar, es desesperante, incluso aquí! Para esto tengo necesidad de<br />
fuerza. La oración la da, se dice: orad por mí, también yo quiero orar.<br />
Este caso particular de suicidio, aunque ejecutado en circunstancias muy vulgares, se presenta, no<br />
obstante, bajo una fase especial. Nos muestra un espíritu que ha sucumbido muchas veces a esta prueba, que se<br />
renueva en cada existencia, y se renovará mientras no tenga la fuerza de resistirla <strong>el</strong>la. Es la confirmación <strong>el</strong><br />
principio de que cuando <strong>el</strong> objeto de mejorar, para <strong>el</strong> cual nos hemos encarnado, no se alcanza, hemos sufrido<br />
sin provecho. Porque debemos volver a empezar hasta que salgamos victoriosos de la lucha.<br />
Al espíritu d<strong>el</strong> Sr. F<strong>el</strong>icien:<br />
Os suplico que escuchéis lo que voy a exponeros, y tened a bien meditar mis palabras. Lo<br />
que llamáis fatalidad no es otro hecho que vuestra propia debilidad, porque no hay fatalidad. De no<br />
ser así, <strong>el</strong> hombre no sería responsable de sus actos. <strong>El</strong> hombre es siempre libre, y éste es su más<br />
b<strong>el</strong>lo privilegio. Dios no ha querido hacer de él una máquina que obrase y obedeciese a ciegas. Si<br />
esta libertad le hace falible, le hace también perfectible, y sólo por la perfección llega a la dicha<br />
suprema.<br />
Su orgullo le conduce a acusar al destino de sus desgracias en la Tierra, cuando lo más a<br />
menudo son efecto de su incuria. Vos sois de esto un ejemplo patente. En vuestra última existencia<br />
Página 167