El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
y quizás esta carrera debía presentarle la ocasión de hacer algo útil para su ad<strong>el</strong>anto.<br />
Su intención era buena, sin duda, y también se le ha tenido en cuenta. La intención atenúa <strong>el</strong><br />
mal y merece indulgencia, pero no impide que <strong>el</strong> mal sea mal. Sin esto, a favor d<strong>el</strong> pensamiento,<br />
podrían excusarse todas las maldades y también se podría matar bajo <strong>el</strong> pretexto de hacer un<br />
servicio. Una madre que matase a su hijo en la creencia de que le envía derecho al ci<strong>el</strong>o, ¿dejaría<br />
de<br />
estar en error porque lo hiciera con buena intención? Con este sistema se justificarían todos los<br />
crímenes que <strong>el</strong> fanatismo ciego hizo cometer en las guerras de r<strong>el</strong>igión.<br />
Es un principio que <strong>el</strong> hombre no tiene derecho a disponer de su vida, porque se le ha dado<br />
con la mira de los deberes que debe cumplir en la Tierra. Así es que no debe abreviarla<br />
voluntariamente bajo ningún pretexto. Como tiene su libre albedrío, nadie puede impedírs<strong>el</strong>o, pero<br />
sufre siempre las consecuencias. <strong>El</strong> suicidio más severamente castigado es aqu<strong>el</strong> que se ejecuta en<br />
un acto de desesperación y con la idea de librarse de las miserias de la vida. Siendo semejantes<br />
penalidades a la vez pruebas y expiaciones, sustraerse a <strong>el</strong>las equivale a retroceder ante la tarea que<br />
se había aceptado, y ante la misión que se debía cumplir.<br />
<strong>El</strong> suicidio no consiste solamente en <strong>el</strong> acto voluntario que produce la muerte instantánea.<br />
Consiste también en todo aqu<strong>el</strong>lo que se hace con conocimiento de causa para precipitar la<br />
extinción de las fuerzas vitales.<br />
No se puede asimilar con <strong>el</strong> suicidio la abnegación de aqu<strong>el</strong> que se expone a una muerte<br />
inminente por salvar a sus semejantes. En primer lugar porque no hay en este caso ninguna<br />
intención premeditada de sustraerse a la vida, y, en segundo, porque no hay p<strong>el</strong>igro d<strong>el</strong> cual la<br />
Providencia no pueda sacarnos, si la hora de dejar la Tierra no nos ha llegado. La muerte, si tiene<br />
lugar en tales circunstancias, es un sacrificio meritorio, porque es una abnegación en provecho de<br />
otro (<strong>El</strong> Evang<strong>el</strong>io según <strong>el</strong> Espiritismo. cap. V. n.º 23 y ss.).<br />
Francisco Simón Louvet<br />
D<strong>el</strong> Havre<br />
La comunicación siguiente fue dada espontáneamente en una reunión espiritista en <strong>El</strong><br />
Havre, <strong>el</strong> 12 de febrero de 1863.<br />
“¡Tened piedad de un pobre miserable que sufre hace mucho tiempo los más cru<strong>el</strong>es<br />
tormentos! ¡Oh! ¡<strong>El</strong> vacío..., <strong>el</strong> espacio..., caigo, caigo, socorro!.... ¡Dios mío, tuve una vida tan<br />
miserable!... Era un pobre diablo, sufrí a menudo <strong>el</strong> hambre en mi vejez, por esto me entregaba a la<br />
bebida y me. avergonzaba y disgustaba de todo... He querido morir, y me he arrojado... ¡Oh! Dios<br />
mío, ¡qué momento!... ¿Por qué, pues, tener deseo de acabar cuando estaba tan cerca d<strong>el</strong> término?<br />
¡Rogad! Para que no vea siempre este vacío debajo de mí ... ¡Voy a destrozarme contra estas<br />
piedras!...<br />
“Os lo suplico a vosotros, que tenéis conocimiento de las miserias de los que no están en la<br />
Tierra. A vosotros me dirijo, aunque no me conozcáis, porque sufro tanto... ¿Por qué queréis<br />
pruebas? Sufro, ¿no es esto bastante? Si tuviese hambre en lugar de este sufrimiento más terrible<br />
pero invisible para vosotros, no vacilaríais en aliviarme dándome un pedazo de pan. Os pido que<br />
oréis por mí... No puedo permanecer más tiempo... Preguntad a uno de estos f<strong>el</strong>ices que están aquí y<br />
sabréis quién era yo. Rogad por mí.”<br />
Francisco S. Louvet<br />
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