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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

espíritu los concibe, mi corazón no los ha escuchado jamás. Como un perro zurrado, <strong>el</strong> miedo me<br />

hace arrastrar, pero no conozco todavía al amor libre. ¡Su divina aurora tarda mucho en levantarse!<br />

¡Ruega por mi alma escuálida y miserable!”<br />

3. “Vengo en busca tuya hasta encontrarte, puesto que me olvidáis ¿Crees acaso que las<br />

oraciones aisladas y <strong>el</strong> recuerdo de nombre pueden bastar para <strong>el</strong> alivio de mi pena? No, cien veces<br />

no. Rujo de dolor. Errante, sin reposo, sin asilo, sin esperanza, sintiendo <strong>el</strong> eterno aguijón d<strong>el</strong><br />

castigo hundirse en mi alma sublevada.<br />

“Río cuando oigo vuestras quejas, cuando os veo abatidos. ¡Qué son vuestras pálidas<br />

miserias! ¡Qué vuestras lágrimas! ¡Qué vuestros tormentos que <strong>el</strong> sueño mitiga! ¿Duermo yo acaso?<br />

Quiero, ¿entiendes?, quiero que, dejando tus disertaciones filosóficas, te ocupes de mí, que hagas<br />

que los otros se ocupen también.<br />

“No encuentro palabras para pintar la angustia de este tiempo que corre, sin que las horas<br />

marquen sus períodos. Apenas veo un débil rayo de esperanza, y esta esperanza eres tú quien me la<br />

das, no me abandones.”<br />

4. <strong>El</strong> espíritu de san Luis:<br />

“Este cuadro es muy verdadero, porque en él nada se exagera. Puede que se pregunte qué<br />

hizo esa mujer para ser tan desdichada ¿Cometió algún crimen horrible? ¿Robó, asesinó? No, no ha<br />

hecho nada que haya merecido castigo de la justicia de los hombres. Se ocupaba, al contrario, en lo<br />

que 1lamáis la f<strong>el</strong>icidad terrestre: hermosura, fortuna, placeres, adulaciones, todo le sonreía, nada le<br />

faltaba, y no se podía menos de decir al verla: ¡Qué f<strong>el</strong>iz mujer!, y se envidiaba su suerte. ¿Qué ha<br />

hecho, decís? Fue egoísta. Todo lo tenía, excepto un buen corazón. Si no violó la ley de los<br />

hombres, ha violado la ley de Dios, porque ha desconocido la caridad, la primera de las virtudes.<br />

No amó a nadie sino a sí misma. Ahora nadie la ama. No dio nada, nada se le da. Está aislada,<br />

desamparada, abandonada, perdida en <strong>el</strong> espacio, donde nadie piensa en <strong>el</strong>la. Nadie se ocupa de<br />

<strong>el</strong>la. Esto es lo que constituye su suplicio. Como sólo procuró los goces mundanos, y hoy esos<br />

goces no existen, <strong>el</strong> vacío se ha formado a su alrededor. Sólo ve la nada, y la nada le parece la<br />

eternidad. No sufre tormentos físicos, los diablos no vienen a atormentarla, pero esto no es<br />

necesario: se atormenta a sí misma, y sufre mucho más, porque los diablos serían también seres que<br />

pensarían en <strong>el</strong>la. <strong>El</strong> egoísmo hizo su alegría en la Tierra. <strong>El</strong> mismo egoísmo la persigue, y ahora es<br />

<strong>el</strong> gusano que le roe <strong>el</strong> corazón. Es su verdadero demonio.”<br />

San Luis<br />

5. “Os hablaré de la diferencia notable que existe entre 1a moral divina y la moral humana.<br />

La primera asiste a la mujer adúltera en su abandono, y asegura a los pecadores: «Arrepentíos, y <strong>el</strong><br />

reino de los ci<strong>el</strong>os se os abrirá.» La moral divina, en fin, acepta todo arrepentimiento y todas las<br />

faltas confesadas, mientras que la moral humana rechaza éstas y admite, sonriendo, los pecados<br />

ocultos que -dice-, son medio perdonados. En la una la gracia d<strong>el</strong> perdón, en la otra la hipocresía.<br />

¡<strong>El</strong>egid, espíritus ávidos de verdad! <strong>El</strong>egid entre los ci<strong>el</strong>os abiertos al arrepentimiento, y la<br />

tolerancia que admite <strong>el</strong> alma que no molesta su egoísmo y sus falsas conveniencias, pero que<br />

rechaza la pasión y los sollozos por las faltas confesadas a la luz d<strong>el</strong> día. Arrepentíos vosotros,<br />

todos los que pecáis, renunciad al mal, pero, sobre todo, renunciad a la hipocresía, que sufre su<br />

fealdad con la máscara risueña y engañosa de las mutuas conveniencias.”<br />

6. “Ahora estoy tranquila, y resignada a la expiación de las faltas que he cometido. <strong>El</strong> alma<br />

está en mí y no fuera de mí. Yo soy, pues, la que debo cambiar, y no los hechos exteriores.<br />

Llevamos en nosotros nuestro ci<strong>el</strong>o y nuestro infierno. Y nuestras faltas, grabadas en la conciencia,<br />

salen sin detenerse en <strong>el</strong> día de la resurrección, y entonces somos nuestros propios jueces, puesto<br />

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