El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
preciso que me ayudéis a salir de este estado terrible.<br />
P. Nosotros oraremos por vos.<br />
R. ¡Gracias! Orad para que olvide mis riquezas terrestres. Sin esto no podría jamás<br />
arrepentirme. Adiós y gracias.<br />
Francisco Riquier (calle de la Caridad. n.º 14)<br />
Es bastante curioso ver a este espíritu dar las señas de su casa como si estuviera todavía vivo. La señora,<br />
que las ignoraba, se apresuró a comprobarlas, y quedó muy sorprendida al ver que la casa indicada era<br />
justamente la última que aqu<strong>el</strong> había habitado. De esta suerte, después de cinco años aún no se creía muerto, y<br />
se encontraba todavía en la ansiedad, terrible para un avaro, de ver sus bienes divididos entre sus herederos. La<br />
evocación, provocada sin duda por algún buen espíritu, ha tenido por efecto hacerle comprender su situación y<br />
disponerle al arrepentimiento.<br />
Clara<br />
Sociedad de París, 1861<br />
<strong>El</strong> espíritu que ha dictado las comunicaciones siguientes es <strong>el</strong> de una mujer, que <strong>el</strong> médium<br />
había conocido en su vida, y cuya conducta y carácter justifican bastante los tormentos que sufre.<br />
Sobre todo estaba dominada por un sentimiento de egoísmo y de personalidad que se refleja en la<br />
tercera comunicación, y por su pretensión en querer que <strong>el</strong> médium no se ocupe más qué de <strong>el</strong>la.<br />
Estas comunicaciones se han obtenido en diversas épocas. Las tres últimas denotan un progreso<br />
apreciable en las disposiciones d<strong>el</strong> espíritu, gracias a los cuidados d<strong>el</strong> médium, que había<br />
emprendido su educación moral.<br />
1. “Heme aquí, yo, la desgraciada Clara. ¿Qué quieres que te enseñe? La resignación y la<br />
esperanza sólo son palabras para aqu<strong>el</strong> que sabe que, innumerables como las arenas de las playas,<br />
sus sufrimientos durarán interminable sucesión de siglos. ¿Puedo endulzarlos, dices tú?. ¡Qué<br />
palabra tan vaga! ¿Dónde está <strong>el</strong> valor y la esperanza para eso? Procura, pues, con tu cerebro<br />
limitado, poder comprender lo que es un día que no acaba jamás. ¿Es acaso un día, un año, un<br />
siglo? ¿Qué sé yo lo que es? Las horas no lo dividen, las estaciones no lo varían: eterno y lento,<br />
como <strong>el</strong> agua que destila gota a gota de una roca, este día execrado, este día maldito, pesa sobre mí<br />
como una capa de plomo... ¡Yo sufro!... Sólo veo a mi alrededor sombras silenciosas e<br />
indiferentes... ¡Yo sufro!<br />
“Sin embargo, yo sé que por encima de esta miseria reina Dios, <strong>el</strong> Padre, <strong>el</strong> Señor, aqu<strong>el</strong><br />
hacia quien todo se dirige. Quiero pensar en Él, quiero implorarle. Hago esfuerzos y estoy como un<br />
lisiado que se arrastra a lo largo d<strong>el</strong> camino. No sé qué poder me atrae hacia ti. Puede que en ti<br />
encuentre mi salvación. Me despido un poco más tranquila y animada, como un viejo temblando de<br />
frío a quien reanima un rayo de sol. Mi alma h<strong>el</strong>ada toma nueva vida acercándome a ti.”<br />
2. “Mi desgracia aumenta todos los días, aumenta a medida que <strong>el</strong> conocimiento de la<br />
eternidad se desenvu<strong>el</strong>ve ante mí. ¡Oh, miseria! ¡Cuánto os maldigo, horas culpables, horas de<br />
egoísmo y de olvido, en que desconociendo toda caridad, toda abnegación, no pensaba más que en<br />
mi bienestar! ¡Malditas seáis, humanas comodidades! ¡Vanas preocupaciones de intereses<br />
materiales! ¡Malditas seáis vosotras que me habéis cegado y perdido! Estoy roída por la incesante<br />
pena d<strong>el</strong> tiempo transcurrido.<br />
“¿Qué quieres que te diga a ti que me escuchas? V<strong>el</strong>a sin cesar por ti, ama a los otros más<br />
que a ti mismo, no te rezagues en los caminos d<strong>el</strong> bienestar, no engordes tu cuerpo a costa de tu<br />
alma, v<strong>el</strong>a, como decía <strong>el</strong> Salvador a sus discípulos. No me des gracias por estos consejos, mi<br />
Página 147