El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
d<strong>el</strong> éter y todas las fibras d<strong>el</strong> alma! ¡Qué tristes e insípidas son vuestras mayores alegrías, al lado de<br />
la inefable sensación de dicha que penetra incesantemente todo nuestro ser como un efluvio<br />
benéfico, sin mezcla de ninguna inquietud, de ningún sufrimiento! Aquí todo respira amor,<br />
confianza, sinceridad. Por todas partes amigos, en ninguna parte envidiosos y c<strong>el</strong>osos. Tal es <strong>el</strong><br />
mundo en que estoy, amigo mío, y a donde llegaréis infaliblemente, siguiendo <strong>el</strong> camino recto.<br />
“No obstante, se cansaría uno pronto de una ventura uniforme. No creáis que nuestro mundo<br />
esté exento de peripecias. No es un concierto perpetuo, ni una fiesta sin fin, ni una beata<br />
contemplación durante la eternidad, no. Es <strong>el</strong> movimiento, la vida y la actividad. Las ocupaciones,<br />
aunque exentas de fatigas, tienen una incesante variedad de aspectos y de emociones por los mil<br />
incidentes de que están salpicadas. Cada uno tiene su misión que cumplir, sus protegidos a quienes<br />
asistir, amigos en 1a Tierra a quienes visitar, rodajes de 1a Naturaleza que dirigir, almas en<br />
sufrimiento que consolar. Se va, se viene, no de una calle a la otra, sino de un mundo al otro: Se<br />
congregan y se separan para congregarse otra vez. Se citan en un punto, se comunican lo que ha<br />
hecho cada uno. Se f<strong>el</strong>icitan de los resultados obtenidos. Se conciertan y asisten recíprocamente en<br />
los casos difíciles, en fin, os aseguro que nadie tiene motivo de aburrirse un instante.<br />
“En este momento la Tierra nos preocupa mucho. ¡Qué movimiento entre los espíritus! ¡Qué<br />
numerosas cohortes afluyen a <strong>el</strong>la para concurrir a su transformación! Se diría que una nube de<br />
trabajadores ocupados en desmontar un bosque a las órdenes de jefes experimentados, derriban los<br />
unos los viejos árboles con <strong>el</strong> hacha y arrancan sus profundas raíces. Los otros desmontan. Éstos<br />
labran y siembran y aquéllos edifican la nueva ciudad sobre las ruinas carcomidas d<strong>el</strong> viejo mundo.<br />
Mientras tanto los jefes se reúnen, tienen consejo y envían mensajeros a dar ordenes en todas<br />
direcciones. La Tierra debe ser regenerada en un tiempo dado: es preciso que los designios de la<br />
Providencia se cumplan. Por esto cada uno acude a la obra. No creáis que sea simple espectadora de<br />
este gran trabajo: me avergonzaría de permanecer inactiva cuando todo <strong>el</strong> mundo trabaja. Una<br />
importante misión me está confiada y me esfuerzo en cumplirla lo mejor que puedo.<br />
“No he llegado al lugar en que estoy sin luchas en la vida espiritual, persuadida de que mi<br />
última existencia, por meritoria que os parezca, no hubiera bastado para conseguirlo. Durante<br />
muchas existencias he pasado por las pruebas d<strong>el</strong> trabajo y de la miseria, que había voluntariamente<br />
<strong>el</strong>egido para fortificar y purificar mi alma. He tenido la dicha de salir victoriosa de <strong>el</strong>las, pero<br />
quedaba una que vencer, la más p<strong>el</strong>igrosa de todas: la de la fortuna y d<strong>el</strong> bienestar material, un<br />
bienestar sin mezcla de amargura: ahí estaba <strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro. Antes de intentarla, he querido sentirme<br />
bastante fuerte para no sucumbir. Dios tuvo cuenta de mis buenas intenciones, y me hizo la gracia<br />
de sostenerme. Muchos otros espíritus, seducidos por las apariencias, se apresuran a <strong>el</strong>egirla.<br />
Demasiado débiles, por desgracia, para arrostrar <strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro. las seducciones triunfan de su<br />
inexperiencia.<br />
“Trabajadores, he estado en vuestras filas. Yo, la noble dama, como vosotros, he ganado mi<br />
pan con <strong>el</strong> sudor de mi frente. He sufrido las privaciones, he soportado intemperies, y esto fue lo<br />
que desarrolló las fuerzas viriles de mi alma. Sin eso hubiera probablemente caído en mi última<br />
prueba, lo que me hubiera hecho retroceder mucho. Como yo, tendréis también a vuestra vez la<br />
prueba de la fortuna, pero no os apresuréis a pedirla demasiado pronto. Y vosotros que sois ricos,<br />
tened siempre presente que la verdadera fortuna, la fortuna imperecedera, no está en la Tierra, y<br />
comprended a qué precio podéis merecer los beneficios d<strong>el</strong> Todopoderoso.”<br />
En la tierra condesa de ***<br />
Juan Reynaud<br />
Sociedad Espiritista de Paris. Comunicación espontánea<br />
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