El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
<strong>El</strong> Sr. Demeure era un médico homeópata muy distinguido de Albi. Su carácter, tanto como<br />
su saber, le había conquistado la estimación y la veneración de sus conciudadanos. Su bondad y su<br />
caridad eran inagotables y a pesar de su avanzada edad, ningún trabajo le costaba ir a prestar sus<br />
cuidados a los pobres enfermos. <strong>El</strong> precio de sus visitas era <strong>el</strong> menor de sus cuidados. Estaba más<br />
dispuesto a prestárs<strong>el</strong>os al desgraciado, que a aqu<strong>el</strong> que sabía que podía pagarle, porque decía que<br />
éste, a falta suya, podía siempre procurarse otro médico.<br />
Al primero no solamente daba los remedios gratuitamente, sino que a menudo le dejaba con<br />
que sufragar las necesidades materiales, lo que es a veces <strong>el</strong> más útil de los medicamentos. Se<br />
puede<br />
afirmar de él que era <strong>el</strong> cura de Ars de la medicina.<br />
<strong>El</strong> Sr. Demeure había abrazado con ardor la doctrina espiritista, en la que encontró la clave<br />
de los más graves problemas, de los cuales había vanamente pedido la solución a la ciencia y a<br />
todas las filosofías. Su espíritu profundo e investigador le hizo inmediatamente comprender toda su<br />
importancia. También fue uno de sus más c<strong>el</strong>osos propagadores. Por correspondencia se habían<br />
establecido entre nosotros r<strong>el</strong>aciones de viva y mutua simpatía.<br />
Supimos su muerte <strong>el</strong> 30 de enero, y nuestro primer pensamiento fue <strong>el</strong> de conversar con él.<br />
He aquí la comunicación que nos dio <strong>el</strong> mismo día:<br />
“Heme aquí. Había prometido, cuando vivía, que después de mi muerte vendría, si me era<br />
posible, a dar la mano a mi querido maestro y amigo Allan Kardec.<br />
“La muerte dio a mi alma ese pesado sueño que se llama letargo, pero mi pensamiento<br />
v<strong>el</strong>aba. He sacudido esa torpeza funesta, que prolonga la turbación que sigue a la muerte. Me he<br />
despertado, y de un salto he hecho <strong>el</strong> viaje.<br />
“¡Qué f<strong>el</strong>iz soy! No soy viejo ni achacoso. Mi cuerpo no era más que un disfraz sobrepuesto.<br />
Soy joven y hermoso, con esa eterna juventud de los espíritus, sin pliegues que arruguen las<br />
facciones, sin cab<strong>el</strong>los que encanezcan con <strong>el</strong> tiempo. Soy ligero como <strong>el</strong> ave que atraviesa de un<br />
vu<strong>el</strong>o rápido <strong>el</strong> horizonte de vuestro ci<strong>el</strong>o nebuloso, y admiro, contemplo, bendigo, amo y me<br />
inclino, átomo, ante la grandeza, la sabiduría, la ciencia de nuestro Creador, ante las maravillas que<br />
me rodean.<br />
“Soy dichoso, ¡estoy en la gloria! ¡Oh! ¿Quién podrá jamás rev<strong>el</strong>ar las espléndidas<br />
hermosuras de la Tierra de los <strong>el</strong>egidos, los ci<strong>el</strong>os, los mundos, los soles, su misión en <strong>el</strong> gran<br />
concurso de la armonía universal? ¡Pues bien! yo probaré, maestro mío, voy a hacer de <strong>el</strong>lo <strong>el</strong><br />
estudio, vendré a depositaros <strong>el</strong> homenaje de mis trabajos de espíritu, que os dedico por ad<strong>el</strong>antado.<br />
Hasta luego.”<br />
Demeure<br />
Las dos comunicaciones siguientes, dadas <strong>el</strong> 1 y <strong>el</strong> 2 de febrero, son r<strong>el</strong>ativas a la enfermedad de que<br />
estoy atacado en este momento. Aunque sean personales, las reproducimos porque prueban que <strong>el</strong> Sr. Demeure<br />
es tan bueno en espíritu como lo era siendo hombre.<br />
“Mi buen amigo, tened confianza en nosotros y buen ánimo. Esta crisis, aunque fatigosa y<br />
dolorosa, no será duradera, y con los tratamientos prescritos podréis, según vuestros deseos,<br />
completar la obra que ha sido <strong>el</strong> objeto principal de vuestra existencia. No obstante, estoy siempre a<br />
vuestro lado con <strong>el</strong> Espíritu de Verdad, quien me permite tomar en su nombre la palabra como <strong>el</strong><br />
último de vuestros amigos que ha venido entre los espíritus. Me hacen los honores de la bienvenida.<br />
Querido maestro, ¡qué f<strong>el</strong>iz soy de haber muerto a tiempo para estar con <strong>el</strong>los en este momento! Si<br />
hubiese muerto más pronto, quizás os hubiera podido evitar esta crisis que no preveía. Hacía muy<br />
poco tiempo que estaba desencarnado para ocuparme de otro asunto más que de lo espiritual. Pero<br />
ahora os v<strong>el</strong>ará, querido maestro, vuestro hermano y amigo que está contento de ser espíritu para<br />
poder estar a vuestro lado, y cuidaros en vuestra enfermedad. Conocéis <strong>el</strong> proverbio: «Ayúdate, y <strong>el</strong><br />
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