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CUADERNOS DE BDSM - nº 23
Eso acabó de ponerla cachonda, aunque no pudo evitar ruborizarse.
-Bueno pues… soy una puta, ya lo sabes. Una puta de verdad. Me he tirado una docena
de clientes… No son muchos, la verdad, porque la mayoría repiten -añadió con una risita.
-Será porque eres una puta de calidad -apuntó él.
El glande de goma con su reborde invasor se había abierto ya camino dentro de su coño.
Lo sintió dilatarse al máximo de su capacidad. Ahora era sólo cuestión de empujar y hacer que
la colmara hasta el fondo. Los ojos de Julio estaban fijos en la mano que sostenía el consolador.
-Ya lo creo, hasta me han puesto de maestra de las nuevas.
-Deja ya de presumir y confiésame lo mala que eres.
-Sí, soy una niña muy mala. Soy puta, pero lo hago por vicio, no por dinero. Me gusta
follar… así.
El consolador había llegado al final: un dolor sordo le avisaba de que presionaba su
cérvix. Empezó a extraerlo, preparándose a bombeárselo dentro.
-Sí, me gusta follar. Me gusta follarme con esto y que me veas. Para que veas lo zorra
que soy, que me trago todo este chisme y que me gusta. Me gustan los tíos. Voy por la calle y
me imagino sus culos y sus pollas. Fantaseo con tenerlos encima, me imagino la cara de gusto
que pondrían si me follaran.
El consolador entraba y salía con facilidad, proporcionándole un placer creciente. Su
clítoris reclamaba su dedo, pero decidió que Julio preferiría que gozara sólo por dentro. En vez
de eso se puso a jugar con un pezón, titilándolo con el dedo, pellizcándolo hasta que lo tuvo
bien tieso. Luego se ensañó con el otro, todo mientras continuaba confesándole a Julio sus
perversiones.
-Como con Óscar esta mañana. Tenías que haber visto como disfrutó conmigo. ¡Y yo
con él, no te creas! Me corrí un montón de veces. Me corrí cuando me comió el coño, y dos
veces más mientras me follaba. ¡Cariño, te fías demasiado de mí! Me tenías que haber prohibido
tener más de un orgasmo, porque me paso un montón. Me gusta ser tu puta, que me entregues a
otros.
-Y si no lo hago, me pones los cuernos…
-Sí, soy muy mala-. La voz le salía entrecortada por el placer creciente. Te puse los
cuernos una vez porque soy una zorra que no sabe aguantarse las ganas. Pero ya no lo volveré a
hacer. Porque ahora soy tuya. Tu sumisa… tu esclava… ¡Ay, cariño! ¿Me dejas que me corra?
-¡Nada de eso, cacho guarra! -Julio se incorporó de la cama de un salto-. ¿No me acabas
de decir que te has corrido tres veces esta misma mañana? ¡Pero tú qué te crees que es esto!
¡Menuda ninfómana que estás hecha, Cecilia! Ya es hora de pasar a otra cosa.
La agarró del pelo y la hizo bajarse a gatas de la cama, casi cayéndose. El consolador se
le salió por el camino.
-Ponte aquí de pie, frente a la cama -ordenó Julio-. Ahora dóblate, tócate las rodillas con
la frente. Entrelaza los brazos por detrás de las piernas… ¡Así, muy bien! Da un paso adelante y
apoya la nuca en el borde del colchón, no quiero que te caigas. Así… No te muevas de esa
postura hasta que yo te lo diga.
Estaba de lo más expuesta, el culo en lo alto, las nalgas abiertas descubriendo por
completo el ojete y el coño. Todas sus zonas íntimas bien al alcance de Julio. El corazón le latía
con fuerza. Julio fue a coger algo a la cómoda. Volvió la cabeza para verlo, pero el pelo que le
caía sobre la cara se lo impidió.
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