La hora cero - Juventud Rebelde
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04<br />
NACIONAL<br />
MARTES 28 DE NOVIEMBRE DE 2006<br />
juventud rebelde<br />
<strong>La</strong> <strong>hora</strong> <strong>cero</strong><br />
Durante mucho tiempo se pensó que el apoyo al desembarco del Granma había sido un punto<br />
muerto en la historia de Ciego de Ávila. Sin embargo, varios sobrevivientes de aquel momento<br />
han revelado detalles que solo eran del conocimiento de pocos familiares y amigos<br />
por MAYDA PÉREZ GARCÍA, ÁNGEL<br />
CABRERA SÁNCHEZ y LUIS RAÚL<br />
VÁZQUEZ MUÑOZ<br />
corresp@jrebelde.cip.cu<br />
fotos NOHEMA DÍAS MUÑOZ y ARCHIVO<br />
PROVINCIAL BRIGADIER JOSÉ GÓMEZ<br />
CARDOSO<br />
CIEGO de Ávila.— A finales de agosto<br />
de 1956, Roberto León, uno de<br />
los jefes del 26 de Julio en la ciudad<br />
de Ciego de Ávila, llegó a Camagüey<br />
con las apariencias de un viaje de<br />
paseo. Días antes, Gregorio Junco y<br />
Lázaro Artola, miembros de la dirección<br />
del Movimiento en la entonces<br />
provincia camagüeyana, habían contactado<br />
con David Salvador Manso,<br />
coordinador del 26 en el término<br />
municipal de Ciego de Ávila, para<br />
conocer de los preparativos que allí<br />
se hacían en apoyo al desembarco<br />
del Granma.<br />
En la reunión participaron otros<br />
dirigentes de la organización en la<br />
localidad y en la misma se analizaron<br />
varios planes, aunque existía un<br />
obstáculo mayor: en el municipio no<br />
se contaba con armas para un levantamiento.<br />
Al terminarse el encuentro,<br />
Roberto León recibió la orden de viajar<br />
de inmediato a Camagüey.<br />
Allí, en la calle República, León se<br />
entrevistó con Badito Saker, de la<br />
dirección provincial. Después de los<br />
saludos, Saker preguntó: «¿Cuál es<br />
el problema?» Roberto explicó: «Se<br />
acaba el año; Fidel va a desembarcar<br />
y nosotros sin nada para apoyarlo».<br />
Entonces Badito comentó que<br />
por la Base Naval de Guantánamo<br />
se estaban comprando algunas<br />
armas.<br />
Al regresar, León informó de las<br />
conversaciones y concluyó: «Esto es<br />
urgente, tenemos que apurarnos».<br />
Everildo Vigistaín Morales, por esos<br />
años al frente de la sección obrera,<br />
recuerda que se acordó exigirles una<br />
suma de dinero, sobre todo, a aquellos<br />
comerciantes y colonos que<br />
habían hecho donaciones para la<br />
compra de una perseguidora para la<br />
policía y cuyo listado aparecía en el<br />
periódico El Pueblo. Al cabo de una<br />
semana, Roberto León partió de nuevo<br />
hacia Camagüey. Badito Saker lo<br />
recibió en el despacho de su tienda,<br />
en la calle República. Preguntó: «Y<br />
bien, ¿qué hay?». León contestó:<br />
«Aquí hay 2 000 pesos». Saker dio<br />
un salto en la silla: «¿Qué ustedes<br />
han hecho?». Roberto sonrío. «No se<br />
preocupe —le dijo —; no se preocupe,<br />
que no hemos asaltado ningún<br />
banco».<br />
MORÓN, CIUDAD AISLADA<br />
<strong>La</strong> idea consistía en comprar 12<br />
fusiles para asaltar la policía. El dinero<br />
fue enviado a Frank País en Santiago<br />
de Cuba, y en Ciego de Ávila<br />
quedaron a la espera. Sin embargo<br />
aquello no era más que un eslabón<br />
dentro de una cadena de preparativos.<br />
Desde hacía meses, el 26 de<br />
Julio entrenaba a sus hombres en el<br />
manejo de las armas. En Morón las<br />
prácticas se hacían con un Sprinfield,<br />
en la casa de Orlando de Jesús<br />
(Tito), en la calle Cisneros No. 80,<br />
entre Narciso López y Martí. En Ciego<br />
de Ávila el punto principal de<br />
entrenamiento era un bohío en la finca<br />
de la familia Fraxeda, a la entrada<br />
del poblado de Guayacanes. En diferentes<br />
días de la semana, un auto<br />
llegaba con varias personas, que<br />
entraban con total discreción e iniciaban<br />
el aprendizaje con un fusil<br />
M-1. Para finales de año, el adiestramiento<br />
estaba concluido.<br />
Hecho el contacto para la compra<br />
de armas, el Movimiento se dispuso<br />
para las acciones en apoyo al desembarco.<br />
En Ciego de Ávila, además de<br />
los petardos y las bombas que deberían<br />
estallar una vez recibida la orden<br />
de ataque, la dirección en el municipio<br />
levantó el croquis de la estación<br />
de la policía e inició el plan de asalto.<br />
De acuerdo con Everildo Vigistaín<br />
y Roberto León, la instalación era<br />
accesible por varios sitios, sobre<br />
todo por su patio, que colindaba con<br />
la iglesia y un área de deportes, donde<br />
hoy se ubica el anfiteatro de<br />
baloncesto.<br />
En Morón se precisaron puntos<br />
clave para lanzar cocteles Molotov a<br />
la policía y el ejército. Mientras, en la<br />
fábrica de vino ubicada en Narciso<br />
López y Maceo, se inició la preparación<br />
de botellas incendiarias y su distribución<br />
en distintas zonas de acuartelamiento.<br />
Roberto León González. Preparó el<br />
croquis para el asalto a la estación de<br />
policía.<br />
Paulino Alberto Pila García (Betín),<br />
coordinador del Movimiento en Morón,<br />
junto con Antonio López de Sousa<br />
(Ñico) y un pequeño grupo examinaron<br />
la forma de volar Puente <strong>La</strong>rgo,<br />
viaducto que une a la Ciudad del<br />
Gallo con el poblado de Cunagua<br />
(Bolivia), y al de El Calvario, en las<br />
inmediaciones del pueblo de Tamarindo.<br />
El estudio incluyó hasta un gráfico<br />
de la voladura, la que debería<br />
activarse a la señal de levantamiento.<br />
De realizarse, Morón quedaría<br />
casi aislada.<br />
«¿Y LAS ARMAS…?».<br />
Pero un contratiempo estaba en<br />
camino. A principios de noviembre<br />
de 1956, Ricardo Pérez Alemán<br />
—quien luego caería como miembro<br />
del Ejército <strong>Rebelde</strong> en la emboscada<br />
de Pino Tres— llegó a Santiago de<br />
Cuba. De inmediato contactó con el<br />
26 de Julio y al preguntar por las<br />
armas que se habían mandado a<br />
comprar desde Ciego de Ávila, le<br />
informaron que por decisión de Frank<br />
País esos fusiles serían destinados<br />
a la acción principal.<br />
Sin embargo, los planes se mantuvieron.<br />
En consecuencia, el momento<br />
de las acciones fue codificado<br />
como <strong>La</strong> <strong>hora</strong> <strong>cero</strong>, y a cada uno<br />
de los implicados se le determinó el<br />
grupo sanguíneo en un pequeño<br />
laboratorio, propiedad del doctor<br />
Alfonso Esteban Garnier, en la calle<br />
Honorato del Castillo, entre Cuba y<br />
Ciego de Ávila. <strong>La</strong> idea, tanto en<br />
Ciego como en Morón, era que el<br />
desembarco de Fidel estaría acompañado<br />
de un levantamiento en<br />
Dos instantáneas de la huelga azucarera de 1955, la cual paralizó por más de 48 <strong>hora</strong>s el territorio de la actual provincia<br />
de Ciego de Ávila. Su concepción pesó en el criterio que se tenía para el apoyo al desembarco del Granma.<br />
Everildo Vigistaín Morales. Fue el<br />
segundo hombre en Ciego de Ávila en<br />
recibir la orden de acuartelamiento.<br />
varias ciudades del país, junto con<br />
una manifestación popular de grandes<br />
proporciones, semejante a la<br />
vivida cuando la huelga azucarera,<br />
en diciembre de 1955.<br />
Cerca de la medianoche del 29<br />
de noviembre, cuando ya el Granma<br />
llevaba cuatro jornadas de navegación,<br />
Gustavo Cruz Ramírez, jefe del<br />
Directorio Revolucionario en Ciego y<br />
Morón, le pasó el aviso de acuartelamiento<br />
a David Salvador. <strong>La</strong> orden<br />
—enviada por Jesús Suárez Gayol,<br />
de la dirección del 26 en Camagüey—<br />
era permanecer listos a la<br />
señal de ataque.<br />
En poco tiempo, en casa de Carlos<br />
Ceballos Echemendía, en Chicho<br />
Torres No. 15, entre Abraham<br />
Delgado y Marcial Gómez, se agrupó<br />
un comando de varias personas.<br />
Ellos fueron, entre otros, además<br />
del propietario de la vivienda,<br />
David Salvador, Everildo Vigistaín<br />
Morales, Ricardo Pérez Alemán,<br />
Ezequiel Rosado, Roberto León,<br />
José Manuel Montegil <strong>La</strong>rduy, y los<br />
hermanos José Irene, José Armando<br />
(Pilón) y Alfredo Cervantes Cervantes.<br />
Contaban solo con tres pistolas<br />
y un revólver y unas pocas<br />
balas por arma, mientras que el<br />
contacto con el exterior, además de<br />
un pequeño radio, era Jesús Rego<br />
Ramos (Chito), como enlace.<br />
Más adelante, al amanecer del<br />
30, el grupo se dividió y una parte se<br />
acuarteló en casa de Chito Rego, en<br />
la Avenida del Sur. El tiempo pasaba<br />
y las noticias informaban de los combates<br />
en Santiago de Cuba. Al anochecer<br />
el ejército había tomado el<br />
control de Oriente y la orden de ataque<br />
no había llegado a Ciego de Ávila<br />
y Morón, donde varios hombres<br />
también se habían acuartelado. Lentamente<br />
se fueron dispersando.<br />
Pocas personas caminaban por las<br />
aceras y en las calles soplaba un<br />
viento otoñal. En el Parque Martí los<br />
carros de alquiler se ubicaban tranquilos<br />
en las esquinas con sus luces<br />
encendidas. Parecía una escena feliz<br />
de año nuevo, pero era solo un espejismo.<br />
En el país, la guerra estaba<br />
empezando.
juventud rebelde MARTES 28 DE NOVIEMBRE DE 2006 NACIONAL 05<br />
Recuerdos del viejo<br />
por ENRIQUITO NÚÑEZ «RODRÍGUEZ»<br />
digital@jrebelde.cip.cu<br />
POR estos días de noviembre, desde hace cuatro años, no puedo<br />
evitar que se acentúen los recuerdos que guardo de mi padre.<br />
Lo que hago entonces es ponerme esos días alguna de las camisas<br />
suyas que siempre me gustaron tanto, que a la larga heredé<br />
y cuido muchísimo, y tomarme un añejo sentado al atardecer en<br />
un balance del balcón, como a él le gustaba. Y recordarlo.<br />
El recuerdo más antiguo que tengo del viejo es el sempiterno<br />
repiquetear de su máquina Underwood, desde las ocho de la<br />
mañana hasta bien entrada la tarde, cada día de mi infancia.<br />
Cuando tuve edad para subir sin gatear hasta su despacho,<br />
siguiendo la musiquita de las teclas, lo encontraba absorto,<br />
escribiendo frenéticamente. Nunca me sintió cuando me colocaba<br />
a sus espaldas, pero en un ángulo que me dejaba observar<br />
sus manos moviéndose velozmente sobre el teclado, mientras<br />
de la máquina brotaba una cuartilla tras otra. Conservo<br />
intacto el recuerdo del olor que despedía la multitud de colillas<br />
que ya se amontonaban en el ceni<strong>cero</strong>, revelando una adicción<br />
que tan caro le costaría casi 50 años después. Pero lo que más<br />
me gustaba era cuando el viejo «sonaba». Hacía unos ruiditos a<br />
intervalos, como asintiendo para adentro, cuando algo de lo que<br />
escribía le gustaba, incluso dejaba escapar una rápida risita gutural,<br />
sin abrir la boca: «mjum jmm mjum», tras lograr alguno de los<br />
chistes con que divertía a media Cuba en tres programas radiales<br />
diarios, luego de un maratón creativo que dudo que alguien<br />
haya superado alguna vez. Pero eso lo supe después. Entonces<br />
solo me divertía espiándolo cuando trabajaba en su despacho.<br />
Años más tarde, cuando ya tenía 11 o 12, subía también sin<br />
hacer ruido, mientras el viejo dormía la siesta, y deslizaba la<br />
mano en el bolsillo de su pantalón. Mi padre tenía la mala costumbre<br />
de andar con todo el salario encima, y cuando aquello el<br />
sueldo del viejo era alto, y nunca se daba cuenta cuando yo le<br />
cogía 20 o 40 pesos, no más, para que no lo notara, creía yo,<br />
porque no hace tantos años, una tarde en que acababa de quitarle<br />
algo, y me iba en puntillas, sentí su voz adormilada tras de<br />
mí: «Déjame algo…» Entonces sospeché que el viejo siempre<br />
supo que yo le cogía dinero, y que no me decía nada. Ya yo<br />
cobraba 138 pesos, pero nunca llegaba a fin de mes, y a partir<br />
de ese día, decidí que jamás le iba a coger plata, así que empecé<br />
a pedírsela. Una, dos, hasta tres veces al mes «¿Viejo, me<br />
puedes prestar 20 pesos?» Un día me respondió: «Creo que prefiero<br />
que me tumbes 60 de una vez, como antes».<br />
De muchacho me gustaba mucho cuando íbamos en el carro<br />
y llegábamos a la esquina de casa de mis abuelos. Sin apagar<br />
el motor del Buick, se ponía la mano junto a la boca haciendo<br />
una bocina, y soltaba un potente chiflido. Aquel chiflido tenía una<br />
entonación y un acento muy particulares, era un chiflido que<br />
«decía» clarito «¡Queto!», que era el apodo de mi abuela Enriqueta,<br />
quien pasados unos segundos se asomaba al balcón con<br />
una sonrisa. «¿Quéhubo?» saludaba el viejo, y mi abuela respondía<br />
siempre: «¿No vas a subir?» Mi padre era un hombre muy<br />
ocupado, y a veces le decía «Luego». Y abuela Queto, sin dejar<br />
de sonreír: «Hice frijoles negros». No había terminado de decirlo<br />
y ya el viejo había parqueado el carro. Cuando murió mi abuela,<br />
los chiflidos de mi padre comenzaron a decir «¡Tito!», el nombre<br />
de mi abuelo. «¿Quéhubo?», volvía a gritar mi padre, y abuelo contestaba<br />
ladeando la cabeza. El cáncer que mató al viejo, primero<br />
le robó la voz, y para mi padre la voz tenía la misma importancia<br />
que para Plácido Domingo. <strong>La</strong> casi totalidad de las anécdotas<br />
que publicó, eran cuentos que él hacía siempre, y que simplemente<br />
llevó al papel. Todavía hay noches en que creo oír su<br />
inconfundible chiflido, con el que en las madrugadas del hospital<br />
me llamaba para que lo ayudara en algo. Y vuelvo a sentir el<br />
soberbio olor de los frijoles negros de abuela Queto.<br />
Cuando niño siempre creí que mi padre era un gran gourmet<br />
—bueno, esa palabra la aprendí de grande— pero entonces me<br />
encantaba oírlo hablar de las comidas que había disfrutado en<br />
El Monseñor, <strong>La</strong> Torre, El Floridita o el Centro Vasco. Recordaba<br />
los nombres en francés de muchos platos y salsas. Se sabía las<br />
marcas de los mejores vinos y dulces exóticos, y pronunciaba<br />
perfectamente crèpes suzzettes y well done o medium rare, para<br />
referirse al punto de cocción del filete mignon. Tenía muchos amigos<br />
entre los legendarios maitres y bartenders de <strong>La</strong> Habana.<br />
Más tarde fui descubriendo que, aparte de su innegable cultura<br />
culinaria, el viejo era enfermo a la raspa de arroz blanco, o la de<br />
harina de maíz, al pan de flauta con la salsa que quedó en la<br />
cazuela, al tamal del refrigerador... Mi mamá se espantaba cuando<br />
el viejo estaba en casa trabajando, pues era capaz de abrir el<br />
frío 97 veces en 4 <strong>hora</strong>s, buscando qué picar, y volver a bajar a<br />
las doce en punto para empezar a destapar las ollas, y tragarse,<br />
todavía no entiendo cómo, hirvientes cucharadas de potaje, o un<br />
tostón a 120 grados centígrados. Y disfrutaba igual de un Chivas<br />
Regal que de un cuerazo de Paticruzao. Era de los que después<br />
del postre, en la sobremesa, entre un cuento y otro, volvía a pinchar<br />
la fuente de papitas fritas. Mi viejo era un gourmet, sí, ¡pero<br />
un gourmet glotón!<br />
Es imposible precisar cuántas personas conoció en su vida.<br />
En cualquier caso, se puede afirmar que es una cifra astronómica.<br />
Apreciaba mucho el cariño que la gente le tenía, pero eran<br />
tantas que creo que esa puede ser la razón de su incapacidad<br />
para recordar cada<br />
rostro. Lo curioso es<br />
que toda su vida de<br />
escritor fue un arduo<br />
ejercicio de la memoria,<br />
sobre todo porque el<br />
género que más le gustaba<br />
escribir era el costumbrismo,<br />
que requiere<br />
una gran memoria. El viejo<br />
recordaba el nombre del bedel<br />
del Instituto de Sagua, y<br />
la totalidad de los apodos<br />
de los personajes de<br />
Quemado de Güines.<br />
Cuando ya estaba<br />
enfermo, un día le pedí<br />
permiso para usar<br />
su segundo apellido<br />
para que formara<br />
parte de mi<br />
nombre artístico.<br />
<strong>La</strong> verdad es que<br />
desde hacía muchos<br />
años los locutores de radio y animadores<br />
de TV me decían Enriquito Núñez «Rodríguez», y yo nunca<br />
les rectificaba, pensando, con mentalidad comercial, que no<br />
me venía mal un nombre artístico que ya estaba establecido en<br />
el medio, y mi apellido materno fue quedando solamente para trámites<br />
legales. «¿Me das permiso para usar el Rodríguez como segundo<br />
apellido?», le pregunté. Me miró un momento, y respondió<br />
con una sonrisa socarrona «Claro… después de todo, creo que<br />
eres mi hijo…» Y poniéndose serio «Te doy permiso, pero si usas<br />
mis apellidos no puedes dejar de amar jamás a tu Patria y a la<br />
Revolución». Hoy voy a firmar por primera vez con sus apellidos.<br />
Unos días antes de morir me hizo su último chiste. El viejo no<br />
era dado al chiste verde o de doble sentido. El suyo era otro tipo<br />
de humor. Aquella noche le comenté que al fin iba a hacer otro<br />
disco con mis canciones, y que se iba a llamar Con cierta ternura.<br />
Con un susurro me preguntó «¿Y cómo se llamaba el primero?».<br />
«Con dulce rabia», le respondí. «¿Y qué tiempo hace que<br />
hiciste aquel?» «Más de 12 años», le digo. Y él, «Doce años….<br />
Con dulce rabia… Con cierta ternura… ¿Qué edad tú tienes<br />
a<strong>hora</strong>?». «49», respondí. Entonces abrió aquellos pícaros ojos, y<br />
en el mismo tono jodedor de siempre me suelta: «A ese paso el<br />
próximo disco tuyo se va a llamar Con la lengua».<br />
Cosas del barrio<br />
por JUAN MORALES AGÜERO<br />
corresp@jrebelde.cip.cu<br />
LAS TUNAS.— <strong>La</strong> mayoría de los tuneros<br />
de pura cepa presume de<br />
conocer como la palma de su mano<br />
la geografía de la ciudad que acaba<br />
de cumplir 210 años de fundada.<br />
Para muchos de ellos no existe aquí<br />
vericueto o callejuela que no sean<br />
capaces de localizar, incluso con los<br />
ojos cerrados. Pero, ¿dirían lo mismo<br />
acerca del origen de los nombres de<br />
algunos de sus repartos y barrios?<br />
Comenzaré con un caso simpático.<br />
Allá por los años 60 del siglo pasado<br />
comenzó a poblarse a velocidad de vértigo<br />
una barriada conocida aquí por<br />
Propulsión. Era tal la rapidez con la que<br />
los vecinos construían allí sus viviendas<br />
que uno de ellos exclamó una<br />
mañana: «Ñoooo, caballeros, esto va<br />
más rápido que un propulsión a chorro».<br />
<strong>La</strong> referencia se basaba en que<br />
por entonces la Revolución defendía su<br />
cielo con ese tipo de aeronaves supersónicas.<br />
A partir de ese momento la<br />
gente comenzó a llamar al barrio así:<br />
Propulsión. Y con Propulsión se quedó.<br />
Otro nombrecito de anjá es Cantarrana.<br />
Dicen sus pobladores más<br />
antiguos que el apelativo data de<br />
cuando se estaban edificando por la<br />
zona las casas fundacionales. <strong>La</strong>s lluvias<br />
solían anegar los huecos de las<br />
cimentaciones, creándose un paraíso<br />
para los batracios, cuyo croar llegó a<br />
ser tan recurrente que el sector terminó<br />
llamándose Cantarrana.<br />
Un bloque urbano cuyo mote suele<br />
desconcertar a los visitantes es el<br />
conocido por <strong>La</strong>s 40. Realmente, el<br />
nombre oficial del reparto es Fernando<br />
Betancourt, en honor a un mártir<br />
local que murió en Guantánamo<br />
mientras cumplía con su deber. Surgió<br />
luego del paso por aquí del ciclón<br />
Flora, en 1963, cuando construyeron<br />
en la zona 40 viviendas para los damnificados.<br />
<strong>La</strong> población se dio entonces<br />
en nombrarlo <strong>La</strong>s 40.<br />
¿Y qué me dicen del muy conocido<br />
barrio Marabú? Otrora sus habitantes<br />
tuvieron fama de camorristas<br />
y conflictivos. Esa imagen cambió<br />
con el proceso revolucionario, pero<br />
su denominación oficial no ha conseguido<br />
imponerse. Según los investigadores,<br />
el reparto está asentado en<br />
lo que fue en otra época una finca<br />
propiedad de Rafael Suárez Cruz,<br />
demarcación a la que el Ayuntamiento<br />
dio en 1915 el nombre de Santo<br />
Domingo. Como por entonces su parte<br />
norte estaba plagada de marabú,<br />
muchas personas se acostumbraron<br />
a llamarlo así, Marabú.<br />
En la ciudad abundan también los<br />
asentamientos con denominaciones<br />
concebidas a partir de los nombres o<br />
los apellidos de sus propietarios originales.<br />
El reparto Santos, por ejemplo,<br />
se localiza en una zona que perteneció<br />
al señor José Santos Vargas,<br />
quien parceló y vendió el terreno donde<br />
más tarde se construyeron viviendas.<br />
A partir de 1959, se le cambió el<br />
nombre por el de Israel Santos, un<br />
hijo del antiguo dueño caído en combate<br />
a las órdenes del Che durante la<br />
toma de Santa Clara, en diciembre de<br />
1958. Cuando se accede a este<br />
asentamiento desde la zona del ferrocarril<br />
por la avenida Camilo Cienfuegos,<br />
las primeras manzanas son<br />
conocidas con el apelativo de Bonachea,<br />
apellido de la familia que fundó<br />
allí un conocido servicentro que todavía<br />
funciona.<br />
Existe otro reparto que sigue esa<br />
línea onomástica. Se trata del Aurora,<br />
cuyas áreas pertenecieron en los<br />
años 50 del siglo pasado a la señora<br />
Aurora Pérez. Se localiza con rumbo<br />
noreste, a partir del ángulo formado<br />
por las calles General Menocal y Francisco<br />
Varona. Curiosamente, el Aurora<br />
incluye a otro reparto con linaje propio.<br />
Me refiero a dos manzanas a las<br />
que la gente identifica como Reparto<br />
Médico, una pequeña comunidad<br />
residencial construida por trabajadores<br />
de la salud en tiempos de la inauguración<br />
del hospital Guevara, en el<br />
año 1980.<br />
Por el apellido de su antiguo dueño<br />
se conoce también al reparto<br />
Sosa, próximo a la terminal ferroviaria,<br />
que se levantó inicialmente en<br />
predios de una finca propiedad de<br />
Bautista Sosa. Y a propósito, durante<br />
la última etapa de la lucha revolucionaria<br />
cayó en combate Carlos Sosa<br />
Ballester, nieto de Bautista. En su<br />
memoria una calle del reparto fue<br />
bautizada con su nombre. Al Sosa<br />
pertenece además el barrio llamado<br />
<strong>La</strong> Canoa. Sus vecinos dicen a quien<br />
quiera oírlos que recibió tal bautismo<br />
porque cuando llovía la zona parecía<br />
una canoa rodeada de agua.<br />
El reparto Pena tiene su historia.<br />
Pertenecía en un inicio a la señora<br />
Esperanza León, casada a la sazón<br />
con Generoso Pena, conocido fotógrafo<br />
de la ciudad. El reparto Velázquez,<br />
por su parte, surgió de una propiedad<br />
cuyo dueño era José Velázquez.<br />
Al aprobarse su existencia por<br />
el ayuntamiento en 1950, su dueño<br />
cedió una manzana para construir un<br />
estadio que se llamó Estadio Municipal<br />
Velázquez. Luego del triunfo de la<br />
Revolución, adoptó el nombre de Julio<br />
Antonio Mella.<br />
Podría hablar de otros repartos<br />
que le ponen calor y color a la lista<br />
onomástica de nuestra ciudad, como<br />
son Casa Piedra, Aguilera, Buena Vista,<br />
<strong>La</strong> Loma, <strong>La</strong> Victoria, Aeropuerto...,<br />
pero la muestra es suficiente. Todos<br />
conforman el terruño donde vivimos, y<br />
reflejan también, como legítima patria<br />
chica, la identidad de sus hijos.