Género y Fuerzas Armadas - Ministerio de Defensa

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11.02.2014 Views

Ministerio de Defensa • Fundación Friedrich Ebert Perspectiva teórica Diversos estudios de la psicología social plantean que las actitudes funcionan como esquemas que permiten procesar e interpretar la información, guían las orientaciones cognitivas y valorativas de las personas (Zubieta, 2005). Un tipo particular de actitudes son los prejuicios, los cuales se crean cuando una persona posee un estereotipo sobre un grupo social que es incongruente con los atributos que supuestamente son requeridos para realizar la actividad necesaria o para pertenecer a cierta clase social (Eagly & Karau, 2002). La teoría de género de Eagly (2002) sostiene que los roles de género tienen un consenso general que se basa en ciertas creencias sobre cómo son o deben ser las mujeres y los hombres. Sin embargo, con el proceso de inclusión de la mujer al mercado laboral estos estereotipos han entrado en conflicto. Históricamente las culturas organizacionales han sido constituidas por valores que se asocian a características de personalidad masculina, implicando la predominancia de cualidades como la competencia, la asertividad, el éxito, el dinero, etc. Este tipo de organizaciones se han denominado culturas masculinas (Hofstede, 1999) y promueven un modelo masculino de liderazgo, en el cual se encontraría la Institución Militar (Lupano, 2008). En cambio, el estilo de liderar de las mujeres se caracteriza por la cooperación, la colaboración entre el líder y los subordinados, un bajo control del líder y la resolución de problemas basadas en la intuición, la empatía y la racionalidad. Eagly y Carli (2007) destacan que el prejuicio hacia las mujeres en relación al liderazgo emerge cuando los seguidores perciben que existen incongruencias entre las características que son esperadas para el ejercicio de los roles de liderazgo, mayormente masculinos, y las características estereotípicas de género (femeninas). Para Expósito y Moya (1998) hay que diferenciar las viejas modalidades de prejuicio, que suponía la inferioridad de la mujer respecto de los hombres, con las nuevas formas de sexismo que son más sutiles e imperceptibles, pero que por ello no dejan de ser peligrosas. Glick y Fiske (1997) han desarrollado un enfoque que intenta dar cuenta de esta nueva modalidad de sexismo, denominado sexismo ambivalente. Los autores plantean que el sexismo es fundamentalmente ambivalente porque combina antipatías con sentimientos positivos hacia las mujeres, específicamente sostienen que la ambivalencia se debe a: “la existencia simultánea del poder estructural de los varones y el poder diádico de las mujeres (basado en la interdependencia en las relaciones) que crea ideologías sexistas ambivalentes, compuestas del sexismo hostil y del sexismo benevolente” (1997, p. 121). En la actualidad, una de las desigualdades más importantes en la mayoría de las sociedades occidentales, es la escasa ocupación de las mujeres en puestos de decisión y cargos de responsabilidad en diferentes ámbitos y organizaciones. Este fenómeno, conocido metafóricamente como techo de cristal ha sido motivo de numerosas investigaciones desde diferentes perspectivas para tratar de explicarlo (Sarrió et al., 2002). Algunas de estas investigaciones tratan de descubrir si las mujeres utilizan estilos de liderazgo que las coloca Género y Fuerzas Armadas. Algunos debates teóricos y prácticos 74

Ministerio de Defensa • Fundación Friedrich Ebert en una posición de desventaja respecto de los hombres y limita su acceso a la función directiva. En este sentido, Bass y Avolio (1994) sugieren que las mujeres tienen un estilo más transformacional en su forma de dirigir que los hombres, por su mayor experiencia en las actividades de crianza y educación de los hijos, su interés por los demás y su sensibilidad social. Asimismo, hacen referencia a que las mujeres tienen valores basados en el cuidado y la responsabilidad, a diferencia de los hombres cuyos valores se relacionan más con los derechos y la justicia. Dado que toda institución tiene características propias y que son definidas a partir de su cultura y valores (Kreps, 1995), cuando se privilegian aquéllos asociados al género masculino como puede ser la fuerza y la dominancia, subyace una particularidad adicional ya que a las mujeres les resulta más complejo ascender en aquellas organizaciones en las que predomina una cultura organizacional tradicionalmente masculina (Eagly & Johnson, 1990), como en el caso puntual de las organizaciones militares. La línea norteamericana liderada por Eagly, Carli y Karau (1991), analiza en profundidad el fenómeno conocido metafóricamente como Techo de cristal estudiando las posibles barreras que dificultan en el acceso de las mujeres a los puestos de liderazgo. Los tipos de barreras identificadas son: Organizacionales, consistentes en prácticas que colocan a las mujeres en desventaja en comparación con sus pares hombres igualmente capacitados. Algunas de estas barreras son: exigencia de altos estándares de rendimiento y esfuerzo hacia las mujeres, existencia de culturas corporativas hostiles, existencia de prejuicios y discriminación, falta de reconocimiento y apoyo hacia las mujeres y falta de oportunidades de desarrollo para las mujeres. Interpersonales, consistentes en obstáculos que se les presentan a las mujeres en el contexto laboral, más específicamente en las relaciones de trabajo. Algunas de estas barreras pueden ser: existencia de prejuicios masculinos basados en estereotipos y preconceptos, falta de apoyo interpersonal y emocional, exclusión de las mujeres en reuniones informales. Personales, consistentes en circunstancias de la vida personal de las mujeres y/o en la falta de ciertos conocimientos que les impiden progresar en sus carreras. Alguna de estas barreras son: falta de habilidades sociales y políticas, conflicto entre responsabilidades hogareñas y laborales. La perspectiva española, representada por autores como Moya, Cuadrado y Morelo Alonso, entre otros, busca encontrar explicación de la escasa presencia de mujeres en cargos directivos y/o puestos de liderazgo, a través del estudio de variables psicosociales relevantes como son rasgos y valores estereotípicos de género. Pretenden además indagar los diferentes estilos de liderazgo autopercibidos por hombres y mujeres y aquellos estilos que mejor predicen la eficacia en las organizaciones en función del bienestar laboral y el rendimiento de los individuos. La Psicología Social del género hace referencia a todas aquellas creencias sobre los roles y responsabilidades apropiados para los hombres y mujeres y la relación que se establece entre Género y Fuerzas Armadas. Algunos debates teóricos y prácticos 75

<strong>Ministerio</strong> <strong>de</strong> <strong>Defensa</strong> • Fundación Friedrich Ebert<br />

Perspectiva teórica<br />

Diversos estudios <strong>de</strong> la psicología social plantean que las actitu<strong>de</strong>s funcionan como<br />

esquemas que permiten procesar e interpretar la información, guían las orientaciones<br />

cognitivas y valorativas <strong>de</strong> las personas (Zubieta, 2005). Un tipo particular <strong>de</strong> actitu<strong>de</strong>s son<br />

los prejuicios, los cuales se crean cuando una persona posee un estereotipo sobre un grupo<br />

social que es incongruente con los atributos que supuestamente son requeridos para realizar la<br />

actividad necesaria o para pertenecer a cierta clase social (Eagly & Karau, 2002).<br />

La teoría <strong>de</strong> género <strong>de</strong> Eagly (2002) sostiene que los roles <strong>de</strong> género tienen un consenso<br />

general que se basa en ciertas creencias sobre cómo son o <strong>de</strong>ben ser las mujeres y los<br />

hombres. Sin embargo, con el proceso <strong>de</strong> inclusión <strong>de</strong> la mujer al mercado laboral estos<br />

estereotipos han entrado en conflicto. Históricamente las culturas organizacionales han sido<br />

constituidas por valores que se asocian a características <strong>de</strong> personalidad masculina,<br />

implicando la predominancia <strong>de</strong> cualida<strong>de</strong>s como la competencia, la asertividad, el éxito, el<br />

dinero, etc. Este tipo <strong>de</strong> organizaciones se han <strong>de</strong>nominado culturas masculinas (Hofste<strong>de</strong>,<br />

1999) y promueven un mo<strong>de</strong>lo masculino <strong>de</strong> li<strong>de</strong>razgo, en el cual se encontraría la Institución<br />

Militar (Lupano, 2008). En cambio, el estilo <strong>de</strong> li<strong>de</strong>rar <strong>de</strong> las mujeres se caracteriza por la<br />

cooperación, la colaboración entre el lí<strong>de</strong>r y los subordinados, un bajo control <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r y la<br />

resolución <strong>de</strong> problemas basadas en la intuición, la empatía y la racionalidad. Eagly y Carli<br />

(2007) <strong>de</strong>stacan que el prejuicio hacia las mujeres en relación al li<strong>de</strong>razgo emerge cuando los<br />

seguidores perciben que existen incongruencias entre las características que son esperadas<br />

para el ejercicio <strong>de</strong> los roles <strong>de</strong> li<strong>de</strong>razgo, mayormente masculinos, y las características<br />

estereotípicas <strong>de</strong> género (femeninas).<br />

Para Expósito y Moya (1998) hay que diferenciar las viejas modalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> prejuicio, que<br />

suponía la inferioridad <strong>de</strong> la mujer respecto <strong>de</strong> los hombres, con las nuevas formas <strong>de</strong> sexismo<br />

que son más sutiles e imperceptibles, pero que por ello no <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> ser peligrosas. Glick y<br />

Fiske (1997) han <strong>de</strong>sarrollado un enfoque que intenta dar cuenta <strong>de</strong> esta nueva modalidad <strong>de</strong><br />

sexismo, <strong>de</strong>nominado sexismo ambivalente. Los autores plantean que el sexismo es<br />

fundamentalmente ambivalente porque combina antipatías con sentimientos positivos hacia<br />

las mujeres, específicamente sostienen que la ambivalencia se <strong>de</strong>be a: “la existencia<br />

simultánea <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r estructural <strong>de</strong> los varones y el po<strong>de</strong>r diádico <strong>de</strong> las mujeres (basado en la<br />

inter<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia en las relaciones) que crea i<strong>de</strong>ologías sexistas ambivalentes, compuestas <strong>de</strong>l<br />

sexismo hostil y <strong>de</strong>l sexismo benevolente” (1997, p. 121).<br />

En la actualidad, una <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sigualda<strong>de</strong>s más importantes en la mayoría <strong>de</strong> las socieda<strong>de</strong>s<br />

occi<strong>de</strong>ntales, es la escasa ocupación <strong>de</strong> las mujeres en puestos <strong>de</strong> <strong>de</strong>cisión y cargos <strong>de</strong><br />

responsabilidad en diferentes ámbitos y organizaciones. Este fenómeno, conocido<br />

metafóricamente como techo <strong>de</strong> cristal ha sido motivo <strong>de</strong> numerosas investigaciones <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

diferentes perspectivas para tratar <strong>de</strong> explicarlo (Sarrió et al., 2002). Algunas <strong>de</strong> estas<br />

investigaciones tratan <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir si las mujeres utilizan estilos <strong>de</strong> li<strong>de</strong>razgo que las coloca<br />

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