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Saramago, Jose - Ensayo sobre la ceguera

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doctor le dijera si tenía una opinión formada <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> enfermedad, No<br />

creo que, propiamente, se le pueda l<strong>la</strong>mar enfermedad, comenzó<br />

precisando el médico, y luego, simplificando mucho, resumió lo que<br />

había investigado en los libros antes de quedarse ciego. Unas camas<br />

más allá, el taxista escuchaba atentamente, y, cuando el médico<br />

terminó su re<strong>la</strong>to, dijo desde lejos, Apuesto que lo que ha ocurrido es<br />

que se han atascado los canales que van de los ojos a <strong>la</strong> sesera, Qué<br />

animal eres, dijo el dependiente de farmacia, Quién sabe, el médico<br />

sonrió sin querer, realmente, los ojos no son más que unas lentes,<br />

como un objetivo, es el cerebro quien realmente ve, igual que en una<br />

pelícu<strong>la</strong> <strong>la</strong> imagen aparece, y si esos canales se han atascado, como<br />

dice aquí el señor, Eso es lo mismo que un carburador, si <strong>la</strong> gasolina<br />

no consigue llegar, el motor no trabaja y el coche no anda, Nada más<br />

sencillo, como ve, dijo el médico al dependiente de farmacia, Y cuánto<br />

tiempo cree usted, doctor, que vamos a seguir aquí, preguntó <strong>la</strong><br />

camarera de hotel, Por lo menos mientras estemos sin ver, Y cuánto<br />

tiempo será eso, Francamente, no creo que lo sepa nadie, Y es algo<br />

pasajero o va a ser para siempre, Ojalá lo supiera yo. La camarera<br />

suspiró y, pasados unos momentos, dijo También me gustaría a mí<br />

saber qué fue de aquel<strong>la</strong> chica, Qué chica, preguntó el dependiente de<br />

farmacia, La del hotel, qué impresión me hizo ver<strong>la</strong> allí, en medio del<br />

cuarto, desnuda como vino al mundo, no llevaba más que unas gafas<br />

oscuras puestas, y venga a gritar que estaba ciega, lo más seguro es<br />

que fuera el<strong>la</strong> <strong>la</strong> que me pegó <strong>la</strong> <strong>ceguera</strong> a mí. La mujer del médico<br />

miró, vio a <strong>la</strong> chica quitarse <strong>la</strong>s gafas oscuras lentamente, disimu<strong>la</strong>ndo<br />

el movimiento, luego <strong>la</strong>s metió debajo de <strong>la</strong> almohada mientras<br />

preguntaba al niño estrábico, Quieres otra galleta. Por primera vez<br />

desde que entraron allí, <strong>la</strong> mujer del médico se sintió como si estuviera<br />

detrás de un microscopio observando el comportamiento de unos<br />

seres que ni siquiera podían sospechar su presencia, y esto le pareció<br />

súbitamente indigno, obsceno, No tengo derecho a mirar si los otros<br />

no me pueden mirar a mí, pensó. Con mano trému<strong>la</strong>, <strong>la</strong> muchacha<br />

estaba poniéndose unas gotas de colirio. Así siempre podría decir que<br />

no eran lágrimas lo que brotaba de sus ojos.<br />

Cuando, horas después, el altavoz anunció que se podía ir a<br />

recoger <strong>la</strong> comida del mediodía, el primer ciego y el taxista se<br />

presentaron voluntarios para una misión en <strong>la</strong> que los ojos no eran<br />

indispensables, bastaba el tacto. Las cajas estaban lejos de <strong>la</strong> puerta<br />

que unía el zaguán con el corredor, para encontrar<strong>la</strong>s tuvieron que

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