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Saramago, Jose - Ensayo sobre la ceguera

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tendremos que ir por esos campos en busca de comida, recogeremos<br />

todos los frutos de los árboles, mataremos todos los animales a los<br />

que podamos echar mano, si es que antes no empiezan a devorarnos<br />

aquí los perros y los gatos. El perro de <strong>la</strong>s lágrimas no se manifestó, <strong>la</strong><br />

cosa no iba con él, de algo le servía el haberse convertido en los<br />

últimos tiempos en el perro de lágrimas.<br />

La mujer del médico apenas podía arrastrar los pies. La<br />

conmoción <strong>la</strong> había dejado sin fuerzas. Cuando salieron del<br />

supermercado, el<strong>la</strong>, desfallecida, él, ciego, nadie podría decir cuál de<br />

los dos amparaba al otro. Quizá a causa de <strong>la</strong> intensidad de <strong>la</strong> luz le<br />

dio un vértigo, pensó que iba a perder <strong>la</strong> vista, pero no se asustó, era<br />

sólo un desmayo. No llegó a caer ni a perder completamente el<br />

sentido. Necesitaba acostarse, cerrar los ojos, respirar pausadamente,<br />

si pudiera estar unos minutos tranqui<strong>la</strong>, quieta, seguramente le<br />

volverían <strong>la</strong>s fuerzas, y era necesario que volvieran, <strong>la</strong>s bolsas de<br />

plástico seguían vacías. No quería acostarse <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> inmundicia de <strong>la</strong><br />

acera, volver al supermercado, eso ni muerta. Miró alrededor. Al otro<br />

<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> calle, un poco más allá, había una iglesia. Habría gente<br />

dentro, como en todas partes, pero sería un buen sitio para descansar,<br />

al menos antes era así. Le dijo al marido, Tengo que recuperar<br />

fuerzas, llévame allí, Allí dónde, Perdona, sosténme un poco, es ahí<br />

mismo, ya te iré indicando, Qué es, Una iglesia, si me pudiera tumbar<br />

un poco, quedaría como nueva, Vamos allá. Se entraba en el templo<br />

por seis escalones, seis escalones que <strong>la</strong> mujer del médico los superó<br />

con gran dificultad, tanto más que tenía también que guiar al marido.<br />

Las puertas estaban abiertas de par en par, suerte tuvieron de eso,<br />

una antepuerta, una mampara de <strong>la</strong>s más sencil<strong>la</strong>s, sería en esta<br />

ocasión un obstáculo difícil de superar. El perro de <strong>la</strong>s lágrimas se<br />

detuvo indeciso en el umbral. Y es que, pese a <strong>la</strong> libertad de<br />

movimientos de que han gozado los perros en los últimos meses, se<br />

mantenía genéticamente incorporada en el cerebro de todos ellos <strong>la</strong><br />

prohibición que un día, en remotos tiempos, cayó <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> especie, <strong>la</strong><br />

prohibición de entrar en <strong>la</strong>s iglesias, probablemente <strong>la</strong> culpa <strong>la</strong> tuvo<br />

aquel otro código genético que les ordena marcar el terreno<br />

dondequiera que lleguen. De nada sirvieron los buenos y leales<br />

servicios prestados por los antepasados de este perro de <strong>la</strong>s lágrimas,<br />

cuando <strong>la</strong>mían asquerosas l<strong>la</strong>gas de santos antes de que como tales<br />

hubieran sido dec<strong>la</strong>rados y aprobados, misericordia, ésta, de <strong>la</strong>s más<br />

desinteresadas, porque bien sabemos que no consigue cualquier

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