Diversidad y control biológico de insectos - CyberTesis UACh ...

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31.08.2013 Views

documentación de impactos negativos significativos ha aumentando y con ello la percepción del problema (Ehler, 1990; Harris, 1988; Howarth, 1983; Pimentel et al., 1984; Murdoch et al., 1985; Roberts, 1986; Hadfield, 1986; Hintz et al., 2001). En forma paralela a la mayor evidencia empírica de efectos no deseados, la concepción de seguridad ambiental ha evolucionado en el tiempo (Sheppard et al., 2000) y los valores predominantes en la sociedad de fines del s. XIX y principios del s. XX no son los mismos que en el presente. Estos nuevos valores se manifiestan, entre otros aspectos, por los siguientes: a) Aumento de la preocupación por la biodiversidad: se valora en forma diferente a organismos que anteriormente no eran considerados directamente beneficiosos (Simberloff, 1992; Lockwood, 1993). Si existen poblaciones residentes (nativas) del agente de control biológico (ACB) que se desea utilizar, la posible pérdida o disminución en la frecuencia de ciertos genes también supone un efecto indeseable (Hintz et al., 2001). b) Mayor desarrollo teórico y experimental de las diferentes ramas de la ecología: el control biológico de plagas, en su concepto moderno, surgió y maduró en una época en la que el cuerpo teórico de la ecología de poblaciones y de comunidades estaba en sus albores o simplemente no existía. Pero en los últimos 50 años, estas disciplinas han avanzado velozmente tanto en el aspecto teórico como en el aspecto metodológico y existe un creciente consenso en el sentido que el CB seguirá siendo una tecnología competitiva sólo en la medida que incorpore y se apoye en las disciplinas nombradas anteriormente (Thomas et al., 2004; Naeem y Wright, 2003). Formas de enfrentar el problema. El paradigma inicial para evaluar los efectos del CB fue considerar que la posibilidad de impactar especies no plaga dependía casi exclusivamente de la especificidad del agente. La consecuencia directa de este paradigma es que agentes altamente específicos supondrían una amenaza mínima para especies distintas a la plaga e, inversamente, agentes con un rango amplio de hospederos o presas supondrían una amenaza mayor (Goettel, 1995). La 3

preeminencia de esta idea ha sido extrema en el caso del CB de malezas, donde los potenciales agentes candidatos deben sortear severas pruebas de especificidad antes de ser aprobados y se refleja en el esquema propuesto por Wapshere (1974), conocido como “método filogenéticamente centrífugo”. Esta idea ha sido desafiada por un número creciente de trabajos que entregan evidencia teórica, observacional y experimental acerca de los efectos que pueden producir los agentes de CB, inclusive aquellos altamente específicos (Lynch et al., 2002). Producto de lo anterior, la determinación del grado de especificidad del ACB aún es necesaria pero no suficiente para evaluar adecuadamente la posibilidad de efectos no deseados del CB (Kuhlmann et al., 2005; van Lenteren et al., 2005). Paulatinamente se está reconociendo que un ACB puede establecer diferentes y numerosos tipos de interacciones no sólo con la especie que se desea controlar, si no que, más frecuentemente de lo pensado, con el resto de las especies que constituyen la comunidad donde el ACB va a ser utilizado. A partir de este reconocimiento, se hace patente que evaluar los potenciales efectos del CB se dificulta debido a la complejidad inherente a las comunidades donde se pretende implementarlo. El número de especies que coexisten en los agroecosistemas, incluidas las praderas permanentes del sur de Chile, hace presumir la existencia de múltiples interacciones entre ellas, algunas más evidentes que otras. Dado que el CB es una intervención deliberada para obtener cierto resultado en la composición y en la dinámica de determinados ensambles, puede considerarse como una aplicación particular de la ecología de poblaciones, ecología de comunidades y del paisaje. Por lo tanto, puede nutrirse del cuerpo teórico desarrollado por estas disciplinas (Louda y Arnett, 2000). El control biológico como un servicio ecológico. Reiterando que el CB es una tecnología que se desarrolló antes que las disciplinas que le entregan sustento teórico, surgen distintas formas de enlazar o establecer el vínculo entre ellos. El CB manipula deliberadamente cierta(s) especie(s) con el fin de influir en la dinámica poblacional de otra especie. Por otro lado, estas adiciones/sustracciones de 4

preeminencia <strong>de</strong> esta i<strong>de</strong>a ha sido extrema en el caso <strong>de</strong>l CB <strong>de</strong> malezas, don<strong>de</strong> los<br />

potenciales agentes candidatos <strong>de</strong>ben sortear severas pruebas <strong>de</strong> especificidad antes <strong>de</strong> ser<br />

aprobados y se refleja en el esquema propuesto por Wapshere (1974), conocido como<br />

“método filogenéticamente centrífugo”.<br />

Esta i<strong>de</strong>a ha sido <strong>de</strong>safiada por un número creciente <strong>de</strong> trabajos que entregan evi<strong>de</strong>ncia<br />

teórica, observacional y experimental acerca <strong>de</strong> los efectos que pue<strong>de</strong>n producir los agentes<br />

<strong>de</strong> CB, inclusive aquellos altamente específicos (Lynch et al., 2002). Producto <strong>de</strong> lo<br />

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suficiente para evaluar a<strong>de</strong>cuadamente la posibilidad <strong>de</strong> efectos no <strong>de</strong>seados <strong>de</strong>l CB<br />

(Kuhlmann et al., 2005; van Lenteren et al., 2005). Paulatinamente se está reconociendo<br />

que un ACB pue<strong>de</strong> establecer diferentes y numerosos tipos <strong>de</strong> interacciones no sólo con la<br />

especie que se <strong>de</strong>sea <strong>control</strong>ar, si no que, más frecuentemente <strong>de</strong> lo pensado, con el resto <strong>de</strong><br />

las especies que constituyen la comunidad don<strong>de</strong> el ACB va a ser utilizado.<br />

A partir <strong>de</strong> este reconocimiento, se hace patente que evaluar los potenciales efectos <strong>de</strong>l CB<br />

se dificulta <strong>de</strong>bido a la complejidad inherente a las comunida<strong>de</strong>s don<strong>de</strong> se preten<strong>de</strong><br />

implementarlo. El número <strong>de</strong> especies que coexisten en los agroecosistemas, incluidas las<br />

pra<strong>de</strong>ras permanentes <strong>de</strong>l sur <strong>de</strong> Chile, hace presumir la existencia <strong>de</strong> múltiples<br />

interacciones entre ellas, algunas más evi<strong>de</strong>ntes que otras. Dado que el CB es una<br />

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<strong>de</strong>terminados ensambles, pue<strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rarse como una aplicación particular <strong>de</strong> la ecología<br />

<strong>de</strong> poblaciones, ecología <strong>de</strong> comunida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>l paisaje. Por lo tanto, pue<strong>de</strong> nutrirse <strong>de</strong>l<br />

cuerpo teórico <strong>de</strong>sarrollado por estas disciplinas (Louda y Arnett, 2000).<br />

El <strong>control</strong> <strong>biológico</strong> como un servicio ecológico.<br />

Reiterando que el CB es una tecnología que se <strong>de</strong>sarrolló antes que las disciplinas que le<br />

entregan sustento teórico, surgen distintas formas <strong>de</strong> enlazar o establecer el vínculo entre<br />

ellos. El CB manipula <strong>de</strong>liberadamente cierta(s) especie(s) con el fin <strong>de</strong> influir en la<br />

dinámica poblacional <strong>de</strong> otra especie. Por otro lado, estas adiciones/sustracciones <strong>de</strong><br />

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