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DOCUMENTAL<br />

Moore, el hombre que grita<br />

Europa se rinde ante Michael Moore y su documental sobre las relaciones entre<br />

la familia Bin Laden y la familia Bush. Rodrigo Fresán, a contracorriente y sin<br />

miedo a la impopularidad, desnuda los burdos trucos de este nuevo tótem.<br />

UNO. De aquí a unos años, cuando –seguro– a alguien<br />

se le ocurra filmar un neodocumental sobre el neodocumentalista<br />

y alguna vez estudiante para sacerdote<br />

católico Michael Moore, la escena en la que el hombre en cuestión<br />

recoge su Oscar por Bowling for Columbine ocupará sitio preferencial.<br />

El mismo Moore la evoca y analiza paso a paso –con<br />

reverencial y trascendente humildad– en uno de los extras para<br />

la special edition en DVD de su película. Recuerden: Moore camina<br />

lentamente hacia el escenario del Kodak Theatre como uno<br />

de esos cowboys de mediodía. Sube, sonríe y lanza una furibunda<br />

diatriba, cada vez más encendida e inflamable, contra Bush y el<br />

mal estado de las cosas en los buenos Estados Unidos.<br />

Lo de Moore fue más vómito que discurso y recuerdo<br />

que a mí en principio me entusiasmó, enseguida me<br />

causó gracia, y luego acabó produciéndome cierta<br />

inquietud. Un malestar que demoré un par de días<br />

en diagnosticar. Ahora, más de un año después,<br />

coincidiendo con la Palma de Oro a su Fahrenheit<br />

9/11 en Cannes y posterior estreno comercial, lo<br />

tengo un poco más claro.<br />

Lo que no significa que ese malestar haya desaparecido.<br />

DOS. Al César lo que<br />

es del César y a Moore<br />

lo que es de Moore: primero<br />

con sus audiciones<br />

radiales y su propio periódico<br />

independiente –Radio Free Flint y The Flint Voice–,<br />

más tarde con su show The Naked Truth, y después<br />

con sus largometrajes Roger and Me y el ya mencionado<br />

Bowling for Columbine, el hombre ha conseguido revitalizar<br />

el siempre agónico género documental, por más<br />

que a él no le guste semejante etiqueta. “Me suena<br />

a nombre de medicina”, dijo. Y de algún modo, la<br />

similitud metafórica es apropiada. Porque los trabajos<br />

de Moore tienen la misma textura y el mismo gusto<br />

y provocan la misma náusea que esos espesos jarabes de nuestra<br />

infancia donde la enfermedad se combatía con un remedio<br />

francamente asqueroso. Las películas de Moore son un poco así:<br />

dan arcadas, pero se supone que hacen bien. Las películas de<br />

Moore limpian y purgan y alivian y uno se levanta de la butaca<br />

sintiéndose cómplice de una cruzada, parte del equipo en el que<br />

hay que estar, coprotagonista de una buena acción. No está mal<br />

por el precio de una entrada de cine. Buen producto. Y me pregunto<br />

si eso es una virtud o, simplemente, una nueva y oscura<br />

mutación del virus que se persigue y que, para despistarnos, se<br />

convierte en otra cosa. En algo que no cura sino que, en realidad,<br />

lo único que hace es atacar el síntoma y no la enfermedad. Calmar<br />

el dolor no significa necesariamente curar. Problemas de la<br />

medicina alopática y, tal vez por eso, yo desde hace años me he<br />

acogido a los más lentos y sutiles, pero también definitivos,<br />

beneficios de la homeopatía: para muchos es una farsa, sí, pero<br />

lo que la homeopatía ataca es el mal en sí, y no se preocupa<br />

tanto por su sintomatología. Michael Moore, me parece, es<br />

decididamente alopático: se conforma con pegarle a la<br />

encarnación del mal, al imbécil de turno que puede ser<br />

el dueño autómata de una fábrica de autos, o Charlton<br />

Heston con rifle en mano, o George W. Bush<br />

rodeado de niños en una escuela de Florida y con<br />

la mirada zombi luego de que alguien le informa<br />

que dos aviones decidieron suicidarse contra dos<br />

torres muy muy muy altas de Manhattan. Sí, Sr.<br />

Presidente, esas torres.<br />

TRES. Aclaración pertinente, interferencia<br />

necesaria: comencé a escribir estas palabras<br />

antes de que Moore triunfara en Cannes y que<br />

un cínico o imbécil –uno nunca está del todo<br />

seguro, teniendo en cuenta cómo ha manejado<br />

y chocado los últimos acontecimientos esta<br />

administración– funcionario de la Casa Blanca<br />

declarara que “este reconocimiento extranjero<br />

a Moore demuestra que hay libertad para<br />

todos en Estados Unidos” o algo así.<br />

Me alegro por el triunfo de Moore, espero<br />

que sirva para algo y para alguien. Pero una cosa<br />

es cierta: sus rivales seguirán despreciándolo y<br />

sus adictos seguirán consumiéndolo y mucha más<br />

gente de bien irá a ver este nuevo filme sabiendo<br />

a la perfección lo que encontrará en él, porque hace<br />

ya mucho tiempo que tiene perfectamente claro quiénes son los<br />

malos de la película real de sus vidas sin que fuera necesario que<br />

Michael Moore se los señalara. Y vuelvo a decirlo, por las dudas,<br />

para que quede claro: me parece bien que Michael Moore exista<br />

pero no me parece bien que Michael Moore –y su propuesta<br />

72 : <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> Julio 2004<br />

Ilustración: LETRAS LIBRES / Fabricio Vanden Broeck


de reality show con conciencia social– sea lo único que exista a la<br />

hora de perseguir a los malos de la película. Y, de acuerdo,<br />

Michael Moore es un tipo listo denunciando imbéciles. Lo que<br />

no quita que –al encenderse las luces de la sala de cine– los rifles<br />

y los arsenales sigan en manos de esos imbéciles de los que vive<br />

Michael Moore y a los que trata con los mismos modales que un<br />

director de circo maneja su troupe de freaks: no los quiere, pero<br />

tampoco puede vivir sin ellos. Ya lo advirtió Jean-Luc Godard,<br />

quien en esto de provocar sabe mucho y lleva muchos años:<br />

“Michael Moore no es tan inteligente”, comentó. Y creo entender<br />

a lo que se refería Godard. Moore funciona como un eficaz<br />

y gracioso divulgador, un sistematizador de informaciones diversas<br />

(que, lo siento, no es gran cine) y que se consume con la misma<br />

fruición que provoca la comida trash: sabemos que estamos<br />

comiendo basura, que hemos elegido la basura, que la basura<br />

nos tiene rodeados y que –como dice el dicho– si no puedes con<br />

ella, únete.<br />

CUATRO. Y no me preocupa la mística de Michael Moore<br />

–con su inamovible gorra de béisbol; sus gritos; sus actitudes de<br />

divo operístico; sus conferencias a estudiantes por las que cobra<br />

diez mil dólares; sus graciosos libros no demasiado bien escritos<br />

coronando las listas de best-sellers de medio mundo; sus comentarios<br />

“ingeniosos” y descarrilados del tipo “los pasajeros de los<br />

aviones del 11-S eran unos gatos cobardes; los secuestradores no<br />

hubieran llegado muy lejos de haber viajado más negros a bordo”;<br />

su, aseguran, maltrato a colaboradores a quienes explota y des-<br />

CINE Y SOCIEDAD<br />

La boca de los niños<br />

(Prólogo). El pasado 18 de mayo, Myriam Badaoui tomó la<br />

palabra en el tribunal de Pas-de-Calais. Allí se juzgaba a 17<br />

personas acusadas de pertenecer a una red de pederastia de<br />

la que formarían parte la propia Badaoui y su marido. Caso<br />

Outreau es el nombre que ha dado la prensa al episodio de<br />

supuestos abusos sexuales a menores en razón al lugar en el que<br />

presuntamente sucedieron. A falta de pruebas materiales, buena<br />

parte de las acusaciones del caso Outreau se basan en los testimonios<br />

de Myriam Badaoui, que se autoacusa de abusar de sus<br />

hijos, y en los de varios de las supuestas víctimas. El pasado 18<br />

carta; sus momentos demagógicos para su lucimiento (cuando<br />

le muestra, ay, esa foto a Heston); sus denuncias antiglobalización<br />

desde un piso de luxe en Manhattan– porque, después de<br />

todo, el genial Orson Welles también era así de maleducado, así<br />

de cuestionable en sus estrategias y movimientos. Lo que sí me<br />

preocupa es que Michael Moore se consagre en única opción<br />

posible, en verdugo mediático, en válvula de escape, en adalid<br />

que –para felicidad y alivio de esos a quienes combate y desde<br />

las alfombras rojas de Hollywood o Cannes– acabe ocupando el<br />

vistoso pero poco eficaz sitio que en realidad tendrían que<br />

ocupar jurados y jueces y carceleros. Ese placebo que consuela<br />

tanto a aquellos con sed de justicia como a los que deberían<br />

ser destituidos o estar tras las rejas y que, finalmente, se<br />

desentienden del asunto presionando un botón de nuestro remoto<br />

control y cambiando de canal cuando Moore aparece y así<br />

anularlo con el siempre patriótico y alucinante y alucinado Fox<br />

News. O más fácil todavía: yendo al cine a ver otra cosa.<br />

Cualquiera de esas prácticas falsificaciones históricas donde el<br />

narrador en singular primera persona aparece, siempre y por<br />

siempre, envuelto en barras y estrellas.<br />

Así, me temo, Moore como un cómodo comodín que grita<br />

mucho pero consigue poco y que –más temprano que tarde–<br />

acabará pasando de moda. Moore como ese compañero de aula<br />

–ese mejor peor alumno– que todos alguna vez tuvimos y a quien<br />

tanto admiramos y vaya a saber uno qué ha sido de él y dónde<br />

estará ahora. ~<br />

– Rodrigo Fresán<br />

La clasificación del filme de Moore en Estados Unidos como exclusivo para adultos ha<br />

sido noticia de primer orden en España, no así la velada censura que padece el documental<br />

De niños de Joaquín Jordá, basada en un libro de Arcadi Espada donde se prueba<br />

cómo la red de pornografía infantil del Raval fue en realidad un invento de la policía.<br />

de mayo, en fin, Myriam Badoui tomó la palabra, o se la dieron,<br />

y fue nombrando uno por uno a trece de los acusados y diciéndoles:<br />

“Tú no has hecho nada”. Seis días más tarde la misma<br />

mujer volvió sobre su declaración para reafirmarse en su primitiva<br />

acusación: todos son culpables. Demasiado tarde, dicen las<br />

crónicas. Badoui había perdido toda credibilidad, la misma que<br />

le habían concedido los psiquiatras que la juzgaron, pese a<br />

todo, víctima de una “profunda inmadurez psicológica” que la<br />

acompaña desde una infancia en la que era violada por un padre<br />

que la obligaba a prostituirse. Aquellos días de mayo y junio<br />

Julio 2004 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> : 73


fueron agitados en la prensa francesa: junto a las crónicas del<br />

juicio se publicaron editoriales, entrevistas con expertos y<br />

reportajes sobre los estragos que aquellas acusaciones habían<br />

causado sobre personas procesadas desde hacía tres años, separadas<br />

de sus hijos, expulsadas de sus trabajos y, en el caso de<br />

uno de ellos, suicidado durante su estancia en la cárcel. Junto a<br />

la ignorancia de la presunción de inocencia, al abuso de la<br />

medida de prisión preventiva –que lejos de ser la excepción se<br />

convierte en la regla– y a las irregularidades en la instrucción,<br />

dos aspectos ocuparon el centro de la polémica. El primero fue<br />

la moderna doctrina que otorga credibilidad a las acusaciones<br />

de un niño aunque no haya pruebas objetivas que las apoyen<br />

para compensar, tal vez, por los siglos en los que un niño era<br />

poco más que fuerza de trabajo sin mayores derechos. El último<br />

peldaño de la mala conciencia es la sacralización de la palabra<br />

infantil. El segundo aspecto es casi un comodín en los casos<br />

de supuestos delitos sexuales, algo que se repite igual que se repiten<br />

los componentes en una misma fórmula química: la red.<br />

(La red). En el principio siempre está la red. Luego ya se verá<br />

con quién se llena. Todo caso de pederastia que se precie debe<br />

tener su red. El de Outreau la tuvo y ésta fue ocupada por cincuenta<br />

acusados que terminaron siendo los 17 que escucharon a<br />

Myriam Badoui. También la hubo en el célebre caso de la Casa<br />

Pía de Portugal, del que se fueron cayendo muchos de los acusados,<br />

entre ellos el segundo de a bordo del Partido Socialista<br />

portugués (un político siempre es garantía de buenos titulares).<br />

Hasta al malogrado pederasta protagonista de Capturing the Friedmans,<br />

el documental de Andrew Jarecki, tuvieron que colgarle<br />

a su hijo de 18 años como falso cómplice. En 2001, el mismo<br />

año en que estalló el caso francés, se juzgaba en la Audiencia de<br />

Barcelona otra red, la que dio lugar al llamado Caso Raval. La<br />

mayor red de Europa en la “millor botiga del mon”, como reza<br />

la publicidad del excelentísimo ayuntamiento: casi cien niños<br />

implicados, según la previsión más optimista de la fiscalía, y<br />

doce detenidos –entre ellos, un concejal socialista– que quedaron<br />

en cinco acusados a la hora del juicio: dos paidófilos<br />

confesos, un matrimonio acusado de alquilar a su hijo los fines<br />

de semana y una madre acusada de grabar en vídeo los abusos<br />

a los que eran sometidos sus propios hijos. El juicio de la famosa<br />

red terminó con la sola condena de los dos primeros y la absolución<br />

del matrimonio y la madre. La condena –66 y 17 años–<br />

tenía como una de sus bases mayores la declaración de uno de<br />

los niños. La absolución, entre tanto, había dejado por el camino<br />

tres años en los que los padres fueron separados de sus hijos,<br />

a los que vieron una hora por mes. Todo esto se supo por la<br />

prensa, la misma a la que la fiscal del caso señaló en sus conclusiones<br />

como encargada de “hinchar y deshinchar” la famosa<br />

red de pederastia que nunca fue. Todo esto lo sabemos por la<br />

prensa, digo. Lo demás lo sabemos por un libro.<br />

(El libro). El libro se titula Raval. Del amor a los niños (Anagrama,<br />

2000) y lo escribió Arcadi Espada para señalar la multitud<br />

de irregularidades en que se basó la instrucción del caso: ausen-<br />

cia de las mínimas garantías, declaraciones de niños inducidas<br />

por la policía, retroalimentación entre policía, prensa y juez sin<br />

contar con la mera realidad… Su lectura pone los pelos de punta,<br />

sobre todo si se sabe que su tesis quedaría confirmada un año<br />

más tarde a lo largo del juicio: nunca hubo red. Nadie pudo<br />

aportar una sola prueba de explotación que certificase el famoso<br />

alquiler de un niño por parte de sus padres ni imágenes que<br />

apoyaran la idea de que una madre grababa los supuestos<br />

abusos a los que eran sometido sus hijos. “Es tan difícil y tan<br />

raro observar bien como pensar bien o escribir bien; un gran<br />

sabio es apenas un buen observador”, escribió André Gide en<br />

otro libro polémico, Corydon, para denunciar a “los que aceptan<br />

una teoría tradicional que los guía o los extravía para ‘observar’<br />

todo lo que ella ya les dijo”. Con ese espíritu y a contracorriente<br />

rastreó Arcadi Espada los entresijos de un caso que la policía<br />

convirtió en red con el apoyo ciego de la prensa desocupada del<br />

verano del 97, la negligencia de la judicatura y la colaboración<br />

de unos servicios sociales empeñados en que una mala práctica<br />

no les estropease una brillante teoría. Varias son las ideas que<br />

recorren un libro escrito por alguien que observó donde otros<br />

supusieron y que, como señaló Rafael Sánchez Ferlosio, distingue<br />

“entre el exhibicionismo de la tolerancia y el silencio de la<br />

compasión”: por un lado, que no existe la versión de los hechos,<br />

los hechos sólo pueden tener versiones formales; por otro, que<br />

no es la verdad la que tiene mil caras, sino la mentira, como dice<br />

Montaigne, “de ahí que sea tan difícil su refutación”; y finalmente,<br />

que, pese a todo, en el caso del Raval no hubo conspiración,<br />

sólo una mezcla de necedad y negligencia, prejuicios y pereza<br />

por parte de los buenos. ¿Por qué hicieron todo esto? Espada<br />

contesta: por vagos. “A la policía, el juez, la fiscal, los protectores,<br />

los periodistas, a cualquiera de la nutrida banda le habría<br />

bastado con trabajar. Pero la fabulación es más agradable y liviana.<br />

En este caso, además, el trabajo sólo habría reportado a sus<br />

protagonistas horas sin brillo: las necesarias para ceñir la ley<br />

a la altura de dos paidófilos”. Respirando por la herida de su<br />

propio oficio, Arcadi Espada lanza sus principales críticas contra<br />

los periodistas, que, como los jueces modernos, “ya sólo creen<br />

en la policía”: “Los diarios van llenos de entrevistas y los periodistas<br />

preguntan cada vez menos. Se hacen entrevistas para no<br />

tener que hacer preguntas. Cualquiera de los otros géneros del<br />

periodismo exige más preguntas, una indagación más noble. No<br />

hubo preguntas. Sólo la apropiación indebida del léxico de los<br />

otros, ese feo vicio estilístico, o sea moral, del periodismo”. Lo<br />

que él llama el “efecto jauría” estaba servido. De ahí que se ignorara<br />

sin remordimiento la presunción de inocencia o que en<br />

alguna crónica se calificara de escalofriante la simple narración<br />

que la policía hizo del contenido de un vídeo –acaso una orgía,<br />

acaso unos dibujos animados– que el periodista había declinado<br />

ver. El libro de Arcadi Espada –intempestivo, agudo, impertinente–<br />

desató algunas protestas pero ninguna refutación. Ni<br />

siquiera de aquel al que más irritó, Francesc Jufresa, abogado<br />

de la acusación por parte del ayuntamiento de Barcelona en el<br />

juicio que tuvo lugar en 2001 y cuyo resultado es conocido. Al<br />

poco de terminar el juicio, Jufresa publicó en El País un artícu-<br />

74 : <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong><br />

Julio 2004


lo en el que recordaba la impertinencia<br />

de Espada, que debatió con él en<br />

la sala como testigo de la defensa, a la<br />

vez que avisaba de que las sesiones<br />

habían sido grabadas como parte,<br />

presumiblemente, de “una campaña”<br />

contra su persona. Y avisaba: la campaña<br />

no ha terminado, puede que<br />

haya una película.<br />

(La película). La película, estrenada<br />

en Barcelona en marzo pasado, se<br />

titula De niños y muestra, en paralelo a<br />

la grabación, autorizada por el juez, de<br />

aquel juicio público, la hipótesis del<br />

director, Joaquín Jordá. Del juicio quedan<br />

las imágenes del juez dormido<br />

mientras alguien declara, el modo en<br />

que son tratados los acusados –como<br />

culpables mientras no se demuestre<br />

lo contrario–, los problemas de una<br />

psicóloga para determinar si un niño<br />

puede o no fabular en un caso de<br />

abusos, la citada disputa entre Arcadi<br />

Espada, por una parte, y la acusación<br />

y el juez por otra, más interesados<br />

en saber de dónde había sacado su<br />

información el periodista que en<br />

comprobar si ésta es cierta; y queda,<br />

en fin, el alegato final de Xavier<br />

Myriam Badoui.<br />

Tamartit reconociendo su paidofilia,<br />

recordando la castración química a la que se había sometido voluntariamente<br />

y negando todas las acusaciones. De la hipótesis<br />

del director, por su parte, queda la idea de que el ayuntamiento<br />

de Barcelona aprovechó el caso para facilitar la reforma urbanística<br />

del Raval, a la que se oponía la asociación de vecinos a<br />

la que pertenecía uno de los acusados: “Si se puede demostrar<br />

que un barrio está podrido moralmente porque en él anida una<br />

red de pederastas, entonces se aprovecha para aplicar el bisturí,<br />

es decir, la piqueta”, afirma el director, traductor de autores como<br />

Magris, Bufalino o Sciascia, catalogado por los manuales en la<br />

Escuela de Barcelona y autor de la, ella sí, celebrada Monos como<br />

Becky. La película de Joaquín Jordá empieza donde termina el<br />

libro de Arcadi Espada, que le sirvió de punto de partida y<br />

con el que comparte la descripción de los hechos aunque no la<br />

interpretación de las causas que los produjeron. Pese a ello, el<br />

abogado Jufresa volvió a la carga en junio pasado con un artículo<br />

en La Vanguardia en el que arremetía contra la película como<br />

parte de una campaña –de la que formaría también parte la<br />

“novela” (sic) de Espada– orquestada de apoyo a los pederastas<br />

del Raval y “desplegada sin regateo de medios económicos”.<br />

(La campaña. Epílogo). “Estimado amigo; Lamentamos no<br />

poder ofrecerles el documental de Joaquín Jordá De Niños en los<br />

Cines Verdi Madrid. Sin embargo, nosotros, como compañía de<br />

exhibición, no decidimos sobre la forma de distribución de las<br />

películas. Esto es algo que compete a la distribuidora de la<br />

película, que decidió estrenar únicamente con una copia en<br />

Verdi Barcelona. Le animo, junto con otras personas que nos<br />

han escrito planteando lo mismo que usted, que se ponga en<br />

contacto con la distribuidora de la película. Quizás, dado el interés<br />

que ha levantado el documental, se animen a estrenar en<br />

Madrid”. Este fue el mensaje que recibieron todos aquellos que<br />

pidieron al buzón de sugerencias de los cines Verdi que estrenaran<br />

la película de Jordá fuera de Barcelona. Todavía hoy se<br />

espera que ese buzón responda a la pregunta por la identidad<br />

de esa peculiar distribuidora que se niega a vender los productos<br />

que tiene puestos a la venta. La compañía que da nombre al<br />

buzón programó en sus salas de Barcelona la película durante<br />

unas pocas semanas. Luego la descolgó de la cartelera. Poco más<br />

tarde el Cine Casablanca de la misma ciudad la repuso con cierto<br />

éxito de público. La apreciación no dejaría de ser interesada<br />

si el propio cine no hubiera pasado de proyectar la película en<br />

una sola sesión a hacerlo en dos. Más tarde volvió a quitarla. La<br />

trama, que al parecer no regatea, no ha conseguido todavía que<br />

la película se estrene comercialmente en Madrid. ~<br />

– Javier Rodríguez Marcos<br />

Julio 2004 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> : 75


TELEVISIÓN<br />

El jinete de Imperioso<br />

La muerte de Jesús Gil provocó primeras planas elogiosas en los diarios y un minuto<br />

de aplausos en los estadios. Romeo se pregunta por el sentido crítico de una sociedad<br />

que brinda esas honras fúnebres a un personaje tan discutible.<br />

Quique Guasch, moreno y sonriente, afirma en Estudio<br />

Estadio, justo antes de preguntarle a un jugador del Atlético<br />

de Madrid por su derrota contra el Zaragoza, que<br />

seguramente Jesús Gil estará en el cielo. Si lo de Quique Guasch<br />

es una opinión creo que Quique Guasch tiene poca información:<br />

o a lo mejor han cambiado las normas para entrar en el cielo.<br />

Noches atrás, el informativo Hora 25 de la cadena Ser abre<br />

con la noticia de que Jesús Gil está muy grave, ingresado en una<br />

clínica. Jesús Gil ha descabalgado a la guerra de Irak de la cabecera<br />

de las noticias. Tengo un vaso en la mano y se me cae al<br />

suelo. Me pregunto si el ingreso en una clínica de Jesús Gil es<br />

más importante que la guerra de Irak, más importante que la<br />

subida del petróleo, más importante que las nuevas medidas<br />

del gobierno, más importante que cualquiera de las noticias del<br />

informativo.<br />

El funeral de Jesús Gil parece un funeral de Estado. Antes,<br />

en el velatorio, mucha gente, famosos, mucho llanto. Muchos<br />

minutos de televisión. Muchos especiales en los periódicos.<br />

En el Vicente Calderón se despliega una gigantesca pancarta<br />

con la cara de Jesús Gil y los espectadores lanzan al aire<br />

miles de trozos de papel. El cámara enfoca a su hijo Miguel<br />

Ángel Gil: llora.<br />

Más dolor por la muerte de Jesús Gil que por la muerte de<br />

las víctimas del 11-M. Eso me parece.<br />

Jesús Gil se hizo famoso por la urbanización de Los Ángeles<br />

de San Rafael: se le vino abajo el techo del restaurante que había<br />

construido. Murieron 58 personas. Jesús Gil fue a la cárcel, pero<br />

Franco le perdonó. Cumplió año y medio de encierro: había sido<br />

condenado a más de cuarenta. Franco tendría razones para<br />

perdonarle. Hay una asociación que promueve la canonización<br />

de Franco. Jesús Gil colocó en el Ayuntamiento de Marbella un<br />

busto de Franco, cuando Jesús Gil ganó la alcaldía.<br />

Jesús Gil se hizo con la presidencia del Atlético de Madrid.<br />

Se convirtió en el personaje preferido de los humoristas de la<br />

televisión: era fácil de imitar, con sus tics verbales y con su<br />

brutalidad y con sus movimientos toscos. No era como el<br />

mafioso de Los Soprano: no necesitaba psiquiatra y sonreía,<br />

sonreía mucho. La culpa no anidaba en ningún lugar de su<br />

cuerpo, grande, ni de su cabeza, también grande.<br />

Jesús Gil llegó a tener su propio programa de televisión:<br />

salía en un jacuzzi rodeado de rubias y morenas en bikini.<br />

Creo que respondía preguntas de los espectadores. Me producía<br />

náuseas.<br />

Jesús Gil era alcalde de Marbella y su partido, el GIL, gobernaba<br />

en otros pueblos de Málaga. Incluso llegó a presentar listas<br />

en más lugares de Andalucía y en Ceuta. Su irrupción política<br />

inquietó a los partidos orgánicos, que veían cómo un populismo<br />

chabacano podía calar en cierto electorado. Ruiz Mateos lo<br />

había intentado sin tanto éxito unos cuantos años antes. La<br />

justicia intervino cuando Jesús Gil empezó a perturbar la pax<br />

democrática: Jesús Gil ha muerto pero tenía encima un proceso<br />

judicial por el que le solicitaban más de cuarenta años de prisión.<br />

Aunque ahora ya no estaba Franco para indultarle.<br />

Las camisetas del Atlético de Madrid anuncian el día de luto<br />

por Jesús Gil El castigador, la película de Jonathan Hensleigh: en<br />

El castigador John Travolta hace de empresario chungo chungo.<br />

Jesús Gil es conocido porque monta un caballo blanco que<br />

se llama Imperioso. Afirma, muchas veces, que Imperioso es mejor<br />

que la mayoría de la gente que conoce: no sé si se incluye a él<br />

mismo.<br />

“Y tal y tal y tal”, esa es la lección moral de Jesús Gil.<br />

Jesús Gil tiene un estilo de vestir inimitable, con cadenas de<br />

oro al cuello, con camisas abiertas floreadas, con bermudas.<br />

Se habla mucho de la mafia que se instala en Marbella, se<br />

habla también de la especulación inmobiliaria, se habla de la<br />

forma singular de llevar los asuntos del municipio de Jesús Gil.<br />

Y se habla de las nuevas construcciones de Marbella, sobre<br />

todo de un arco estilo Hollywood, y de la seguridad que hay en<br />

las calles. El imperio de la ley. El segundo de a bordo de Jesús<br />

Gil es Julián Muñoz, el actual novio de Isabel Pantoja.<br />

Sólo leo en los periódicos tres artículos críticos sobre Jesús<br />

Gil, uno de Rosa Montero en El País, otro de Martín Prieto en<br />

El Mundo y un tercero de Mariano Gistaín en El periódico de<br />

Aragón. Son pocas armas para contrarrestar los días y días de<br />

intoxicación: seguro que va al cielo, dijo Quique Guasch, sonriente.<br />

¿Por qué tanta alabanza a Jesús Gil? Consiguió, incluso,<br />

que el Atlético de Madrid pasara dos temporadas en segunda<br />

división.<br />

En CNN+ destacan que nunca tuvo pelos en la lengua para<br />

decir lo que pensaba: pero se refieren al fútbol. No recuerdo<br />

haber oído hablar nunca a Jesús Gil sobre su responsabilidad en<br />

el desastre de Los Ángeles de San Rafael.<br />

Tengo la sensación de que se piensa en Jesús Gil como si se<br />

pensara en la Bruja Lola, pero Jesús Gil no se parece en nada a<br />

la Bruja Lola. ~<br />

– Félix Romeo<br />

76 : <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong><br />

Julio 2004

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