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El miedo I GUY DE MAUPASSANT - GutenScape.com

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<strong>El</strong> <strong>miedo</strong> I<br />

<strong>GUY</strong> <strong>DE</strong> <strong>MAUPASSANT</strong><br />

La peur<br />

<strong>El</strong> tren corría, a todo vapor, en medio de las tinieblas.<br />

Me hallaba solo, frente a un anciano que miraba por la ventanilla. Olía con fuerza a fenol en aquel vagón<br />

del P.L.M., procedente sin duda de Marsella 1 .<br />

La noche era sin luna, sin aire, sofocante. No se veían estrellas, y el vapor que despedía el tren nos<br />

arrojaba a la cara una cosa caliente, blanda, abrumadora, irrespirable.<br />

Habíamos salido de París hacía tres horas y nos dirigíamos hacia el centro de Francia sin ver nada de las<br />

regiones que atravesábamos.<br />

De pronto fue <strong>com</strong>o una aparición fantasmal. Alrededor de una gran hoguera, en un bosque, había dos<br />

hombres de pie.<br />

Lo vimos durante un segundo; nos pareció que eran dos miserables harapientos, rojos por la luz<br />

resplandeciente del fuego, con sus caras barbudas vueltas hacia nosotros, y a su alrededor, <strong>com</strong>o un<br />

1 Una epidemia de cólera, traída a Toulon por la tripulación de un navío a finales de junio de 1844, y que luego brotó en Marsella,<br />

en Arles y en París (en julio), había provocado veintitrés muertos en Toulon, 48 en Marsella y 8 en Arles, dando lugar a<br />

reacciones excesivas provocadas por el <strong>miedo</strong>.<br />

1


decorado de drama, árboles verdes, de un verde claro y brillante, con los troncos heridos por el vivo reflejo<br />

de las llamas, por el follaje atravesado, penetrado y mojado por la luz que fluía hasta dentro.<br />

Luego todo se volvió otra vez oscuro.<br />

¡Extraña visión fue aquélla! ¿Qué hacían en aquel bosque aquellos dos vagabundos? ¿Por qué aquella<br />

hoguera en medio de una noche asfixiante?<br />

Mi vecino sacó su reloj y me dijo:<br />

—Son las doce de la noche en punto, señor, acabamos de ver algo muy singular.<br />

Me mostré de acuerdo y empezamos a hablar, a suponer qué podrían ser aquellos personajes:<br />

¿malhechores que quemaban pruebas o brujos que preparaban un filtro? No se enciende un fuego <strong>com</strong>o<br />

aquel a media noche, en pleno verano, en un bosque, para hervir una sopa. ¿Qué hacían entonces? No<br />

pudimos figurarnos nada verosímil.<br />

Y mi vecino empezó a hablar... Era un anciano cuya profesión no conseguí determinar. Un hombre<br />

original a buen seguro, muy culto y que tal vez parecía algo trastornado.<br />

Pero ¿sabe alguien quiénes son los sabios y quiénes los locos en esta vida donde la razón debería<br />

llamarse a menudo necedad y la locura genio?<br />

Me decía:<br />

—Estoy contento por haberlo visto. Durante unos minutos he sentido una sensación desaparecida.<br />

"¡Qué turbadora debía ser antaño la tierra, cuando era tan misteriosa!<br />

"A medida que se alzan los velos de lo desconocido, se despuebla la imaginación de los hombres. ¿No le<br />

parece, señor, que la noche está muy vacía y es de una oscuridad muy vulgar desde que ya no hay<br />

apariciones?<br />

"Suele decirse: "Basta de fantasías, basta de creencias extrañas, todo lo inexplicado es explicable. Lo<br />

sobrenatural mengua <strong>com</strong>o un lago que desagua un canal; la ciencia hace retroceder, día tras día, los límites<br />

de lo maravilloso."<br />

"Pues yo, señor, pertenezco a la vieja raza, a la que le gusta creer. Pertenezco a la vieja raza<br />

acostumbrada a no <strong>com</strong>prender, a no analizar, a no saber, habituada a los misterios circundantes y que<br />

rechaza la simple y clara verdad.<br />

"Sí, caballero, han despoblado la imaginación al descubrir lo invisible. Hoy nuestro mundo me parece<br />

un mundo abandonado, vacío y desnudo. Han desaparecido las creencias que lo hacían poético.<br />

"Cuando salgo de noche, cuánto me gustaría estremecerme con esa angustia que hace santiguarse a las<br />

viejas cuando pasan junto a las tapias de los cementerios, y echar a correr a los últimos supersticiosos ante<br />

los vapores extraños de los pantanos y los fantásticos fuegos fatuos! ¡Cuánto me gustaría creer en algo vago<br />

y terrorífico que uno imaginaba sentir pasar en la sombra.<br />

"¡Cuán sombría y terrible debía ser en otro tiempo la oscuridad de las noches, cuando estaba llena de<br />

seres fabulosos, de desconocidos, de merodeadores malvados cuyas formas no podían adivinarse, cuya<br />

aprensión helaba el corazón, cuyo oculto poder superaba los límites de nuestro pensamiento y cuya<br />

expectativa era inevitable!<br />

"Al desaparecer lo sobrenatural, el verdadero <strong>miedo</strong> ha desparecido de la tierra, porque sólo se tiene<br />

<strong>miedo</strong> realmente de lo que no se <strong>com</strong>prende. Los peligros visibles pueden conmover, turbar, asustar. ¿Y qué<br />

es eso <strong>com</strong>parado con la convulsión que produce en el alma la idea de que vamos a tropezar con un espectro<br />

errante, que vamos a sufrir el abrazo de un muerto, que vamos a ver avanzar hacia nosotros una de esas<br />

bestias espantosas que ha inventado el espanto de los hombres? Las tinieblas me parecen luminosas desde<br />

que ya no las frecuentan.<br />

"Y la prueba de que es cierto es que si de pronto nos encontráramos solos en este bosque, nos<br />

perseguiría la imagen de los dos singulares seres que acaban de aparecérsenos a la luz de su hoguera mucho<br />

más que la aprensión de un peligro cualquiera y verdadero."<br />

Y repitió: "Sólo se tiene <strong>miedo</strong> realmente de lo que no se <strong>com</strong>prende."<br />

Y de pronto me vino a la memoria un recuerdo, el recuerdo de una historia que nos contó Turgueniev,<br />

un domingo, en casa de Gustave Flaubert 2 .<br />

No sé si acaso la escribió en alguna parte.<br />

2 En 1876, Maupassant había conocido a Iván Turgueniev, por quien sentía gran respeto, en casa de Flaubert, a la que ei escritor<br />

ruso acudió los domingos durante años. Maupassant dedicó a la narrativa y a la personalidad de Turgueniev varios artículos.<br />

2


Nadie ha sabido mejor que el gran novelista ruso trasladar al alma ese estremecimiento de lo<br />

desconocido, velado, y, en el claroscuro de un cuento extraño, dejar que se vislumbre todo un mundo de<br />

cosas inquietantes, inciertas y amenazadoras.<br />

Él sabe hacer sentir, <strong>com</strong>o nadie, el <strong>miedo</strong> vago a lo invisible, el <strong>miedo</strong> a lo desconocido que hay tras la<br />

pared, tras la puerta, tras la vida aparente. Con él nos vemos bruscamente atravesados por luces dudosas que<br />

sólo iluminan lo suficiente para aumentar nuestra angustia.<br />

A veces parece mostrarnos el significado de coincidencias extrañas, de acercamientos inesperados de<br />

circunstancias en apariencia fortuitas, aunque guiadas por una voluntad oculta y taimada. Con él, uno cree<br />

sentir el hilo imperceptible que nos guía de forma misteriosa a través de la vida <strong>com</strong>o a través de un sueño<br />

nebuloso cuyo sentido sin cesar se nos escapa.<br />

No penetra osadamente en lo sobrenatural, <strong>com</strong>o Edgar Poe o Hoffmann; cuenta historias sencillas a las<br />

que sólo se mezcla un no sé qué de vagaroso y turbador.<br />

También nos dijo ese día: "Sólo se tiene realmente <strong>miedo</strong> de lo que no se <strong>com</strong>prende."<br />

Estaba sentado, o más bien hundido en un gran sillón, con los brazos colgando, las piernas estiradas y<br />

distendidas, la cabeza totalmente cana, hundido en aquel gran oleaje de barba y de pelos plateados que le<br />

daban el aspecto de un Padre eterno o de un Río de Ovidio.<br />

Hablaba despacio, con cierta pereza que prestaba encanto a las frases y cierta vacilación en la lengua,<br />

algo pesada, que subrayaba la precisión coloreada de las palabras. Sus ojos claros y muy abiertos reflejaban,<br />

<strong>com</strong>o ojos de niño, todas las emociones de su pensamiento.<br />

Éste fue el relato que nos hizo:<br />

Cazaba, en su juventud, en un bosque de Rusia 3 . Había caminado todo el día y, al final de la tarde, llegó<br />

a orillas de un riachuelo tranquilo.<br />

Corría bajo los árboles y entre los árboles, lleno de hierbas flotantes, profundo, frío y claro.<br />

Del cazador se apoderó una necesidad imperiosa de arrojarse a sus transparentes aguas. Se quitó la ropa<br />

y se lanzó a la corriente. Era un joven muy alto y muy fuerte, vigoroso y nadador intrépido.<br />

Se dejaba arrastrar despacio por la corriente, con el ánimo tranquilo, rozado por hierbas y raíces, feliz de<br />

sentir contra su carne el contacto ligero de las lianas.<br />

De pronto una mano se posó en su hombro.<br />

Se volvió de una sacudida y vio un ser espantoso que lo miraba ávidamente.<br />

Aquello se parecía a una mujer o a una mona. Tenía una cara enorme, llena de pliegues y gesticulante,<br />

que reía. Dos cosas innombrables, dos tetas sin duda, flotaban delante de ella, y unos cabellos larguísimos,<br />

enmarañados, rubios de sol, rodeaban su rostro y flotaban a su espalda.<br />

Turgueniev se sintió dominado por el <strong>miedo</strong> horroroso, el <strong>miedo</strong> glacial a las cosas sobrenaturales.<br />

Sin reflexionar, sin pensar, sin <strong>com</strong>prender, empezó a nadar de forma frenética hacia la orilla. Pero el<br />

monstruo nadaba más deprisa y le tocaba el cuello, la espalda y las piernas con pequeñas risitas de alegría.<br />

<strong>El</strong> joven, enloquecido de espanto, alcanzó por fin la orilla y se lanzó a toda velocidad a través del bosque,<br />

sin pensar siquiera en recuperar sus ropas y su escopeta.<br />

<strong>El</strong> ser espantoso le siguió, corriendo tan deprisa <strong>com</strong>o é1 y gruñendo.<br />

<strong>El</strong> fugitivo, extenuado y paralizado de terror, estaba a punto de caer cuando acudió un niño que<br />

guardaba unas cabras armado de un látigo; empezó a golpear a la horrible bestia humana, que escapó<br />

lanzando gritos de dolor. Y Turgueniev la vio desaparecer en el boscaje, <strong>com</strong>o si fuese una hembra de<br />

gorila.<br />

Era una loca que vivía en aquel bosque hacía más de treinta años de la caridad de los pastores, y que<br />

pasaba la mitad de sus días nadando en el río.<br />

<strong>El</strong> gran escritor ruso añadió: "Nunca en mi vida he tenido tanto <strong>miedo</strong>, porque no <strong>com</strong>prendía qué podía<br />

ser aquel monstruo."<br />

Mi <strong>com</strong>pañero, a quien conté esta aventura, prosiguió:<br />

—Sí, sólo se tiene <strong>miedo</strong> de lo que no se <strong>com</strong>prende. Realmente, sólo se experimenta esa horrible<br />

convulsión del alma llamada espanto cuando se mezcla al <strong>miedo</strong> un poco del terror supersticioso de los<br />

siglos pasados. Yo he sentido ese espanto en todo su horror, y por una cosa tan simple y tan tonta que apenas<br />

me atrevo a decirlo.<br />

3 Turgueniev se había dado a conocer en 1852 con un libro titulado “Memorias de un cazador”.<br />

3


"Viajaba yo por Bretaña <strong>com</strong>pletamente solo y a pie. Había recorrido el Finisterre, las landas desoladas<br />

y las tierras desnudas en que sólo crece el junco, cerca de las grandes piedras sagradas, de las piedras<br />

frecuentadas por apariciones. Había visitado la víspera la siniestra punta del Raz, ese cabo del viejo mundo<br />

donde <strong>com</strong>baten desde la eternidad dos océanos: el Atlántico y el mar de la Mancha; mi espíritu estaba<br />

invadido por leyendas, por historias leídas o contadas sobre esa tierra de creencias y supersticiones.<br />

"E iba de Penmarch a Pont-l'Abbé, de noche. ¿Conoce Penmarch? Una ría llana, <strong>com</strong>pletamente llana,<br />

muy baja, más baja que el mar al parecer. Desde cualquier sitio se ve, amenazador y gris, ese mar lleno de<br />

escollos babeantes <strong>com</strong>o bestias furiosas.<br />

"Había cenado en una taberna de pescadores y ahora caminaba por una carretera recta, entre dos landas.<br />

La oscuridad era muy densa.<br />

"De vez en cuando, una piedra druídica semejante a un fantasma en pie parecía contemplar mi paso, y<br />

poco a poco iba apoderándose de mí una vaga aprensión; ¿de qué? No lo sabía. Hay noches en que uno cree<br />

que a su lado pasan rozándole espíritus, en que el alma tiembla sin razón, en que el corazón palpita por el<br />

<strong>miedo</strong> confuso de un no sé qué invisible que yo echo en falta.<br />

"Me parecía larga la carretera, larga e interminablemente vacía.<br />

"No había más ruido que el ronquido de las olas a lo lejos, a mi espalda, y en ocasiones ese ruido<br />

monótono y amenazador parecía muy próximo, tan próximo que creía tenerlo a mis talones, corriendo por la<br />

llanura con su frente de espuma, y me entraban deseos de escapar, de huir a toda velocidad hacia adelante.<br />

"<strong>El</strong> viento, un viento a ras de tierra que soplaba a ráfagas, hacía silbar los juncos a mi alrededor. Y<br />

aunque iba muy deprisa, sentía frío en los brazos y en las piernas: un infame frío de angustia.<br />

"¡Ay, cuánto hubiera deseado encontrarme con alguien!<br />

"Era tan densa la oscuridad que en ese momento apenas si distinguía la carretera.<br />

"Y de súbito oí delante de mí, muy lejos, el fragor de unas ruedas. Pensé: "Bien, un coche." Luego no<br />

volví a oír nada.<br />

"Al cabo de un minuto percibí con toda claridad el mismo ruido, más cercano.<br />

"Sin embargo, no veía ninguna luz; pero me dije:<br />

"No tienen linterna. Nada sorprendente en este país de salvajes."<br />

"<strong>El</strong> ruido volvió a detenerse, luego continuó. Era demasiado débil para que fuese una carreta; además no<br />

oía ningún trote de caballo, cosa que me sorprendía porque la noche era tranquila.<br />

"Empecé a pensar: "¿Qué será eso?"<br />

"¡Se acercaba deprisa, muy deprisa! Pero no oía más que una rueda... ningún golpeteo de hierros o de<br />

pies... nada. ¿Qué era aquello?<br />

"Estaba muy cerca, muy cerca; me lancé a una zanja con un movimiento instintivo, y vi pasar a mi lado<br />

una carretilla que corría... <strong>com</strong>pletamente sola, nadie la empujaba... Sí... una carretilla.., <strong>com</strong>pletamente<br />

sola...<br />

"Mi corazón empezó a latir con tanta violencia que me derrumbé en la hierba mientras escuchaba el<br />

traqueteo de la rueda que se alejaba, que se iba hacia el mar.<br />

"Y no me atreví ya a levantarme, ni a caminar, ni a hacer ningún movimiento; porque si hubiera vuelto,<br />

si me hubiera perseguido, me habría muerto de terror.<br />

"Tardé tiempo en reponerme, mucho tiempo. E hice el resto del camino con tal angustia en el alma que<br />

el menor ruido me cortaba el aliento.<br />

"¿Es estúpido, verdad? ¡Pero qué <strong>miedo</strong>! Cuando más tarde he pensado en este caso, lo he entendido: un<br />

niño descalzo empujaba sin duda la carretilla; y yo buscaba la cabeza de un hombre de altura normal.<br />

"¿Lo <strong>com</strong>prende usted?... Cuando en el alma ya se tiene un escalofrío de lo sobrenatural... una carretilla<br />

que corre... <strong>com</strong>pletamente sola... ¡Qué <strong>miedo</strong>!"<br />

Calló un momento y luego agregó:<br />

—Ya lo ve, señor, asistimos a un espectáculo curioso y terrible: ¡esa invasión del cólera!<br />

"Puede oler el fenol con que están emponzoñados estos vagones; y eso quiere decir que el cólera está<br />

ahí, en alguna parte.<br />

"Hay que ver Toulon en este momento. Vaya, se huele perfectamente que el cólera está ahí. <strong>El</strong> cólera. Y<br />

no es el <strong>miedo</strong> a una enfermedad lo que enloquece a la gente. <strong>El</strong> cólera es otra cosa, es lo invisible, es un<br />

4


azote de antaño, de los tiempos pasados, una especie de Espíritu malhechor que vuelve y que nos deja tan<br />

atónitos <strong>com</strong>o espantados porque, al parecer, pertenece a épocas desaparecidas.<br />

"Me dan risa los médicos con su microbio. No es un insecto lo que aterroriza a los hombres hasta el<br />

punto de hacerlos tirarse por la ventana; ¡es el cólera, el ser indecible y terrible que viene del fondo de<br />

Oriente!<br />

"Cruce usted Toulon, bailan en las calles.<br />

"¿Por qué bailar en estos días de muerte? En el campo, alrededor de la ciudad, están quemando fuegos<br />

artificiales; encienden hogueras de alegría; las orquestas tocan melodías alegres en todos los paseos<br />

públicos.<br />

"Es que Él está ahí, es que desafían no al Microbio sino al Cólera, y que pretenden dárselas de valientes<br />

ante él, <strong>com</strong>o ante un enemigo oculto que acecha. Bailan, ríen, gritan, encienden hogueras y tocan esos<br />

valses por él y para él, para el Espíritu que mata, al que notan presente en todas partes, invisible,<br />

amenazador, <strong>com</strong>o uno de esos antiguos genios del mal que conjuraban los sacerdotes bárbaros...<br />

5<br />

Le Figaro, 25 de julio de 1884

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