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Edição Especial - Faap

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a la cual las armas tradicionales del dispositivo de seguridad estatal tienen cada vez<br />

menor capacidad de disuasión. El enfrentamiento de estas situaciones con<br />

soluciones clientelistas, como lo ha hecho la Argentina con los planes<br />

distribucionistas lanzados en el año 2002, puede paliar una situación de extrema<br />

urgencia capaz de engendrar violencias mayúsculas, pero crea problemas futuros<br />

casi insolubles.<br />

En países como Brasil y la Argentina no hay duda que la pobreza y el<br />

subdesarrollo constituyen la fuente principal de inseguridad y violencia políticosocial.<br />

Volvemos al cuadro de análisis de 1958, el de la Operación Panamericana,<br />

sólo que con la población triplicada y con las aglomeraciones urbanas convertidas<br />

en realidades sociales de un nuevo tipo para las que los gobiernos tienen pocas<br />

respuestas. La proliferación de grupos como Los Sin Tierra, los Sin Techo y las<br />

distintas formaciones involucradas dentro del Movimiento Piquetero suscitan por<br />

parte del Estado una especie de resistencia pasiva, el enfrentamiento de la actividad<br />

ilegal de esos grupos con una especie de barrera de caucho que intenta con razón<br />

evitar formas violentas de represión pero a costa de la renuncia a la vigencia de la<br />

ley. Lo que, por supuesto, concluye en la vulneración de derechos elementales de<br />

la mayoría y en una sensación generalizada de inseguridad.<br />

Que la pobreza es el factor fundamental de inseguridad lo demuestra inclusiva<br />

la exposición de los países a desastres naturales. La República Dominicana no es un<br />

país rico, pero su situación es incomparablemente mejor que la de su desdichado<br />

vecino, Haití. El huracán Jeanne mató 17 personas en la República Dominicana<br />

pero acabó con miles en Haití, país devastado por décadas de dictadura y<br />

demagogia, hasta el punto de convertirlo en lo más parecido que exista en la región<br />

a la idea de un estado fallido o inviable.<br />

Haití puede considerarse como un test regional al mismo tiempo que una<br />

especia de reducción al absurdo de los problemas que podían anticiparse en los<br />

años cincuenta por hombres como Hélio Jaguaribe, Augusto Federico Schmidt,<br />

Santiago Dantas, o Arturo Frondizi. Por primera vez, Brasil, Chile y la Argentina,<br />

dentro del marco de una operación de las Naciones Unidas, han asumido<br />

responsabilidades muy series en un difícil proceso de nation building. La decisión<br />

de los gobiernos ha sido correcta. No podía permitirse la persistente presencia de<br />

un agujero negro en la región, por más lejano que Haití parezca desde esta latitud.<br />

No cabe duda que su condición de estado fallido crea un problema de seguridad<br />

regional, al menos como lo planteaban en otras condiciones históricas, las crisis<br />

centroamericanas que invitaban las intervenciones unilaterales de los Estados<br />

Unidos. Nuestros países en Haití han reemplazado a Estados Unidos y le han<br />

prestado un gran servicio. La intervención norteamericana de 1994, con su fracaso<br />

final, puso en evidencia que aún el restablecimiento de un presidente<br />

democráticamente electo y destituido por un golpe de estado no es garantía de<br />

solución contra el subdesarrollo y la violencia.<br />

No hay motivos para hacerse ilusiones sobre la dificultad de la tarea<br />

asumida en Haití y sus costos potenciales humanos, económicos y de prestigio.<br />

Puede ser muy alto. Pero América Latina, que es la región del mundo en<br />

desarrollo que más posiciones ha perdido desde el fin de la última guerra, mal<br />

28<br />

Revista de Economia & Relações Internacionais, vol.5(edição especial), 2006

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