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lo antiguo. Es precisamente esta imitación a menudo poco inteligente<br />
y exclusiva lo que priva a esta escuela del principal carácter de las<br />
escuelas clásicas, que es la permanencia. 15<br />
Más adelante, afirma: “Cierto es que muchos artistas se figuran que son<br />
clásicos porque son fríos. Por una razón análoga, los hay que se creen<br />
ardorosos porque se les llama románti cos. El verdadero ardor es el que<br />
consiste en conmover al espectador.” 16 . De igual modo, Baudelaire es un<br />
profundo conocedor de los clásicos, aunque ello no le impide realizar una<br />
mordaz crítica del clasicismo de Ingres. En el caso de Baudelaire, como en<br />
el de otros muchos, incluidos Hegel, Byron o Delacroix, opera una especial<br />
atracción hacia lo clásico, que debemos enmarcarla dentro del enorme<br />
ascendiente que la antigüedad clásica y los valores asociados a ella han<br />
ejercido en nuestra cultura, incluso en la moderna de hoy día: José María<br />
Ripalda alude, justamente, a las “representaciones perdurables de humani-<br />
dad universal” 17 , si bien, el clasicismo ha adquirido una connotación de<br />
permanencia que, sin duda, se la debemos sobre todo a Baudelaire; pero<br />
no sólo a él. La opinión que Delacroix posee sobre lo clásico es adoptada,<br />
en cierto modo, por el propio Baudelaire, ya que Delacroix, a la hora de<br />
definir dicho término, habla de permanencia, y Baudelaire desdobla lo bello<br />
en dos mitades: lo eterno -es decir, lo permanente, lo inmutable- y lo<br />
transitorio.<br />
Un ejemplo más -entre tantos- de la atracción que ejerce lo clásico se<br />
halla en la obra de Karl Friedrich Schinkel, quien en sus proyectos intenta<br />
armonizar lo clásico y lo romántico -gótico en el ámbito de la arquitectura-,<br />
al sintetizar la medida, propiamente clásica, con el efecto de la manera<br />
15 Cfr. E. Delacroix: El puente de la visión, p. 83.<br />
16 Cfr. Ibídem.<br />
17 Cfr. J. M. Ripalda: Fin del Clasicismo. A vueltas con Hegel, p. 15.