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México Bárbaro! - Webgarden

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en la suciedad, y un mal descanso en un aposento nauseabundo con 100 personas más, que<br />

roncan, se mueven, se quejan, y que son hermanos en el dolor.<br />

Durante mi última estancia en <strong>México</strong> -en el invierno y la primavera de 1909- visité<br />

muchos de estos mesones y tomé fotografías de la gente que allí dormía. En todos ellos<br />

encontré las mismas condiciones: edificios viejos, a veces de cientos de años, abandonados<br />

e inadecuados para otros fines que no sean los de servir de dormitorio para los pobres. Por<br />

tres centavos el viajero recibe un petate y el privilegio de buscar un lugar en el suelo con<br />

espacio suficiente para poder echarse. En noches frías, el piso está tan cubierto de seres<br />

humanos que es muy dificil poner el pie entre los dormidos. En un aposento llegué a contar<br />

hasta 200 personas.<br />

Las mujeres y las niñas pobres tienen que dormir en alguna parte, lo mismo que los<br />

hombres y los jóvenes; si no disponen de más de tres centavos para una cama, las mujeres<br />

deben ir a los mesones con los hombres. En ninguno de los que visité había lugar separado<br />

para mujeres y niñas, aunque eran muchas las alojadas. Igual que los hombres, una<br />

muchacha paga sus tres centavos y recibe un petate. Si llega temprano; puede encontrar un<br />

rincón más o menos apartado donde dar descanso a su molido cuerpo; pero no hay nada que<br />

impida a un hombre llegar a acostarse junto a ella y molestarla durante toda la noche.<br />

Y esto sucede. Más de una vez, en mis visitas a los mesones, vi alguna muchacha joven e<br />

indefensa, a quien un extraño había despertado y solicitado tan sólo por haberla visto entrar.<br />

Los mesones engendran la inmoralidad tan aterradoramente como crian chinches. Las<br />

muchachas sin hogar no van a los mesones porque sean malas, sino porque son pobres.<br />

Estos lugares se establecen con licencia de las autoridades, de manera que sería muy fácil<br />

exigir a los propietarios que dedicaran una parte del espacio disponible exclusivamente para<br />

alojamiento de mujeres. Pero las autoridades no tienen escrúpulos y no intentan evitar la<br />

promiscuidad.<br />

A pesar de lo miserable que son los mesones, 25 mil mexicanos sin hogar que duermen en<br />

ellos son afortunados comparados con los millares que, al caer la tarde, ven que no pueden<br />

juntar los tres centavos para pagar el alquiler de un petate y un pedazo de suelo. Todas las<br />

noches hay un éxodo de millares de personas que desaparecen de las calles de la ciudad; se<br />

llevan sus pobres pertenencias, si tienen alguna, y codo con codo si son una familia, marido<br />

y mujer, o simples amigos atraídos mutuamente por su pobreza, caminan varios kilómetros<br />

fuera de la ciudad, hacia los caminos y campos próximos a las grandes haciendas ganaderas<br />

que pertenecen a altos funcionarios del gobierno. Allí se dejan caer al suelo, temblando de<br />

frío, pues por la altura pocas son las noches en que la temperatura no haga imprescindible<br />

un buen abrigo. Por la mañana se encaminan de nuevo al corazón de la ciudad, para luchar<br />

allí con sus escasas fuerzas contra los poderes que conspiran para impedirles ganarse la<br />

vida; allí, después de vana y desalentadora lucha; acaban por caer en las redes del<br />

enganchador, que anda a la búsqueda de esclavos para sus ricos clientes, los hacendados de

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