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México Bárbaro! - Webgarden

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le dijo que lo habían matado a golpes. El embajador obtuvo la detención de Fernández y a<br />

éste le costó mucho dinero salir de la cárcel.<br />

Hicimos un bello viaje, aunque muy duro. En cierto lugar desmontamos y por las inclinadas<br />

faldas de una gran montaña, dejando a nuestros caballos que encontrasen por sí solos el<br />

camino entre las piedras detrás de nosotros. En otro sitio esperamos mientras los esclavos<br />

se quitaron la ropa, la recogieron en envoltorios que cargaron sobre la cabeza y vadearon un<br />

arroyo; nosotros seguimos a caballo. En muchos lugares hubiera deseado tener una cámara<br />

fotográfica; pero sabía que si la hubiera tenido me habría traído disgustos.<br />

Imaginen aquella procesión desfilando en fila india por la ladera de una colina; la<br />

vegetación tropical arriba, interrumpida a trechos por salientes de gigantescas rocas grises;<br />

más abajo una pradera llana y un poco más allá las curvas, las líneas casi femeninas de ese<br />

encantador río que es el Papaloapan. Imaginen a esos diez esclavos, seis de ellos con el alto<br />

sombrero de palma que es de rigor entre la gente del pueblo, y cuatro con sombreros de<br />

fieltro; todos descalzos, menos el muchacho músico quien, con seguridad, tiraría sus<br />

zapatos antes del fin de la jornada. La mitad de ellos iba sin equipaje, en la creencia de que<br />

los amos les proporcionarían cobijas y otras ropas; la otra mitad llevaba a la espalda bultos<br />

pequeños envueltos en mantas de vivos colores; finalmente, los rurales montados y<br />

uniformados, uno de ellos delante y el otro detrás; y los viajeros norteamericanos a la zaga.<br />

Pronto empezamos a ver cuadrillas de 20 a 100 hombres, trabajando en los campos;<br />

preparando la tierra para plantar el tabaco. Estos hombres tenían el color de la tierra; no<br />

parecían tales y me extrañaba que se movieran sin cesar mientras el suelo se mantenía<br />

firme. Aquí y allá, entre las formas que se movían había otras que sí parecían hombres y<br />

estaban armados con palos largos y flexibles y a veces se les veían espadas y pistolas.<br />

Entonces nos dimos cuenta de que habíamos llegado a Valle Nacional.<br />

La primera finca en que paramos fue San Juan del Río. Junto a la entrada estaba encogido<br />

un esclavo enfermo. Tenía un pie hinchado hasta el doble de su tamaño natural, envuelto en<br />

un trapo sucio:<br />

- ¿Qué te pasa en el pie? -le pregunté.<br />

- Infección por picadura de insectos -replicó el esclavo.<br />

- En uno o dos días más -nos dijo un capataz con una sonrisa sardónica- tendrá gusanos.<br />

Continuamos nuestro camino y avistamos por vez primera una casa de esclavos de Valle<br />

Nacional; una simple prisión con ventanas protegidas por barrotes, donde había un grupo de<br />

mujeres inclinadas sobre los metates y un guardia a la puerta con una llave en la mano.<br />

Ya se dijo antes que uno de los cabos de rurales se oponía al sistema; pero pronto nos<br />

demostró la perfección con que participaba en él. Al rodear una peña vimos de repente a un

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