México Bárbaro! - Webgarden
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dólares diarios durante un periodo de seis meses o un año. Le pasan por los ojos un papel<br />
impreso y el enganchador lee con rapidez algunas frases engañosas allí escritas. Luego le<br />
ponen una pluma en la mano y le hacen firmar a toda prisa. La entrega del anticipo de cinco<br />
dólares es para afianzar el contrato y para que la víctima quede en deuda con el agente. Le<br />
suelen dar oportunidad para que los gaste en todo o en parte, por lo común en ropa u otras<br />
cosas necesarias, con el objeto de que no pueda devolverlos cuando descubra que ha caído<br />
en una trampa. Los espacios blancos del contrato impreso para fijar el jornal y otros detalles<br />
son cubiertos después por mano del enganchador o del consignatario.<br />
En la ciudad de <strong>México</strong> y en otros grandes centros de población se mantienen de modo<br />
permanente lugares llamados casas de enganchadores, conocidas ordinariamente por la<br />
policía y por los grandes compradores de esclavos para la tierra caliente. Sin embargo, no<br />
son más ni menos que cárceles privadas en las que se encierra con engaños al trabajador, a<br />
quien se mantiene allí contra su voluntad hasta que se le traslada en cuadrilla vigilado por la<br />
fuerza policiaca del gobierno.<br />
El tercer método que emplea el enganchador es el secuestro descarado. Oí hablar de<br />
muchos casos de secuestro de mujeres y de hombres. Centenares de individuos medio<br />
borrachos son recogidos cada temporada en los alrededores de las pulquerías de la ciudad<br />
de <strong>México</strong>, para encerrarlos bajo llave y más tarde remitirlos a Valle Nacional. Por lo<br />
regular, también se secuestra a niños para enviarlos al mismo sitio. Los registros oficiales<br />
de la ciudad de <strong>México</strong> indican que durante el año que terminó el 14 de septiembre de<br />
1908, habían desaparecido en las calles 360 niños de seis a doce años de edad, algunos de<br />
los cuales se encontraron después en Valle Nacional.<br />
Durante mi primer viaje a <strong>México</strong>, El Imparcial, uno de los principales diarios de la capital,<br />
publicó un relato acerca de un niño de siete años que había desaparecido mientras su madre<br />
estaba viendo los aparadores de una casa de empeños. La desesperada búsqueda fracasó; se<br />
trataba de un hijo único y para mitigar su tristeza el padre se emborrachó hasta que murió<br />
en pocos días, mientras la madre se volvió loca y también murió. Después de tres meses, el<br />
muchacho, andrajoso y con los pies heridos, subía trabajosamente la escalera de la casa que<br />
había sido de sus padres y llamaba a la puerta. Había sido secuestrado y vendido a los<br />
dueños de una plantación de tabaco, pero pudo conseguir lo casi imposible, con un<br />
muchacho de nueve años había eludido la vigilancia de los guardias de la plantación y<br />
debido a su corta estatura, los dos pudieron escapar sin ser vistos. Robando una canoa<br />
llegaron hasta El Hule. En lentas etapas, mendigando la comida en el camino, los pequeños<br />
fugitivos lograron llegar hasta su hogar.<br />
Supe una historia típica de un enganchador; la conocí en Córdoba, cuando iba camino del<br />
Valle. Primero me la contó un contratista negro de Nueva Orleans, que había residido en el<br />
país, unos quince años; luego me la contó el propietario del hotel donde me hospedé, y