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México Bárbaro! - Webgarden

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alojamiento de los yaquis. No había más elección que quedarse allí y correr el riesgo de<br />

verse pisoteado, o salir al puente superior al aire libre. Durante los siguientes cuatro días<br />

del viaje, uno de los cuales lo ocupamos en esperar que pasara un norte, los yaquis<br />

prefirieron el puente.<br />

Por fin llegamos a Progreso. Al tomar el tren para Mérida vi cómo metían a nuestros<br />

compañeros de viaje en los coches de segunda clase. Bajaron en la pequeña estación de San<br />

Ignacio, tomaron rumbo a una hacienda perteneciente al gobernador Olegario Molina, y ya<br />

no los vimos más.<br />

Pronto me enteré en Yucatán de lo que hacían con los desterrados yaquis. Éstos son<br />

enviados a las fincas henequeneras como esclavos, exactamente en las mismas condiciones<br />

que los cien mil mayas que encontramos en las plantaciones. Se les trata como muebles;<br />

son comprados y vendidos, no reciben jornales; pero los alimentan con frijoles, tortillas y<br />

pescado podrido. A veces son azotados hasta morir. Se les obliga a trabajar desde la<br />

madrugada hasta al anochecer bajo un sol abrasador, lo mismo que a los mayas. A los<br />

hombres los encierran durante la noche y a las mujeres las obligan a casarse con chinos o<br />

con mayas. Se les caza cuando se escapan, y son devueltos por la policía cuando llegan a<br />

sitios habitados. A las familias desintegradas al salir de Sonora, o en el camino, no se les<br />

permite que vuelvan a reunirse. Una vez que pasan a manos del amo, el gobierno no se<br />

preocupa por ellos ni los toma ya en cuenta; el gobierno recibe su dinero y la suerte de los<br />

yaquis queda en manos del henequenero. Vi a muchos yaquis en Yucatán; hablé con ellos,<br />

vi cómo los azotaban. Una de las primeras cosas que presencié en una hacienda yucateca<br />

fue cómo apaleaban a un yaqui. Se llamaba Rosanta Bajeca.<br />

El acto estaba teatralmente preparado, aunque quizá no de modo intencional. Eran las 3:45<br />

de la madrugada, inmediatamente después de pasar lista los peones. Éstos formaron frente a<br />

la tienda de la finca, bajo los débiles destellos de las linternas, colocadas en la parte<br />

superior de la fachada, que alumbraban apenas las oscuras fisonomías, y las siluetas de un<br />

blanco sucio. Había 700 hombres. De cuando en cuando, la luz de las lámparas era un poco<br />

más viva y llegaba hasta los altos árboles tropicales que, muy próximos entre sí, rodeaban<br />

el patio en cuyo suelo crecía hierba. Bajo las linternas, y dando frente a la andrajosa horda,<br />

estaban el administrador, el mayordomo primero y los jefes menores, así como los<br />

mayordomos segundos, el mayocol y los capataces.<br />

-¡Rosanta Bajeca!<br />

Este nombre, gritado por la voz del administrador, hizo salir del grupo a un joven yaqui de<br />

cuerpo regular, nervudo, de facciones finas, cabeza bien formada sobre hombros cuadrados,<br />

con quijada prominente y firme, y ojos oscuros y hondos que lanzaban miradas rápidas de<br />

uno a otro lado del círculo que lo rodeaba, como las lanzaría un tigre al que se hiciera salir<br />

de la selva para caer en medio de varios cazadores.

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