México Bárbaro! - Webgarden
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Una de las más notables posturas hipócritas de Díaz es su pretendida participación en la<br />
abrumadora idolatría popular por el patriota Juárez. Se recordará que cuando éste murió,<br />
Porfirio Díaz dirigía una rebelión militar en contra del gobierno juarista; por lo tanto, si se<br />
concede que Juárez fue un gran estadista, debe admitirse que Díaz se equivocó al rebelarse.<br />
Sin duda, él mismo lo reconocía así, y se dice que hace unos 10 años ayudó secretamente a<br />
la publicación y circulación de un libro que intentaba, mediante nuevas e ingeniosas<br />
interpretaciones de los actos de Juárez, presentar al padre de la Constitución como un gran<br />
cometedor de errores, y no como un gran estadista. Sin embargo, esto no consiguió desviar<br />
la corriente de admiración hacia Juárez, y Díaz la siguió hasta el extremo de que ahora, año<br />
tras año, en ocasión del aniversario del natalicio de Juárez, se le ve pronunciar un elogioso<br />
discurso sobre la tumba del hombre contra quien se rebeló. Todavía más, en todos sus<br />
discursos, Díaz derrama lágrimas -ríos de lágrimas-, y suele referirse a Juárez como mi gran<br />
maestro.<br />
En efecto, los enemigos de Díaz afirman que es hábil para verter lágrimas con facilidad y a<br />
la más ligera provocación, y que esta habilidad es su mayor ventaja como estadista. Cuando<br />
algún visitante distinguido lo alaba en su persona o en su obra, Díaz llora ..., y el visitante<br />
se siente conmovido y conquistado. Cuando el círculo de amigos del general Díaz hace la<br />
visita formal para decir a su creador que el país pide una vez más su reelección, el<br />
presidente llora ..., y la prensa extranjera comenta cómo ama ese hombre a su patria. Una<br />
vez al año, en el día de su cumpleaños, el presidente de <strong>México</strong> sale a la calle y estrecha las<br />
manos del pueblo. La recepción tiene lugar enfrente del Palacio Nacional, y mientras dura,<br />
corren lágrimas por las mejillas de Díaz ..., y el pueblo, de buen corazón, piensa: Pobre<br />
viejo; ha tenido sus dificultades. Dejemos que termine su vida en paz.<br />
Díaz siempre ha sido capaz de llorar. Cuando luchaba contra el gobierno lerdista, en 1876,<br />
poco antes que llegase su día afortunado, fue derrotado en la batalla de Icamole. Creyó que<br />
esa derrota significaba el fin de sus esperanzas y lloró como un niño, mientras sus oficiales<br />
lo miraban avergonzados. Esto le hizo ganarse el apodo de El Llorón de Icamole, que<br />
todavía le aplican sus enemigos. En sus memorias, Lerdo lo llama el hombre que llora.<br />
Lo que sigue es un incidente, relatado con frecuencia, que demuestra el sentimiento tan<br />
superficial que acompaña a las lágrimas de Díaz, según lo cuenta De Fornaro:<br />
Cuando el tribunal militar sentenció al Cap. Clodomiro Cota a ser fusilado, su padre buscó<br />
al presidente y arrodillado y llorando le suplicó que perdonase a su hijo. Portirio Díaz<br />
también lloraba; pero, levantando al pobre hombre desesperado, pronunció esta ambigua<br />
frase: Tenga valor y fe en la justicia. El padre se marchó consolado, en la creencia de que<br />
su petición sería atendida; pero al día siguiente, su hijo era fusilado. Las lágrimas de<br />
Porfirio Díaz son lágrimas de cocodrilo.