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México Bárbaro! - Webgarden

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las dificultades que el gobierno imponía a la organización de los sindicatos le condujo<br />

inevitablemente a la oposición. Se convirtió en corresponsal de prensa, y a consecuencia de<br />

que se atrevió a criticar al déspota, encontró de nuevo el camino de ese horrible antro que<br />

es Belén.<br />

Vera fue detenido en Guadalajara, el 3 de agosto de 1909, y llevado a la Ciudad de <strong>México</strong>.<br />

No compareció ante juez alguno, ni se formuló contra él denuncia formal. Tan sólo se le<br />

dijo que el gobierno federal había dispuesto que pasara dos años en la cárcel, para cubrir<br />

una sentencia que cuatro años antes se le había impuesto por sus actividades sindicales,<br />

pero de la cual había sido indultado después de un año siete meses. A pesar de ser inválido,<br />

Vera es un hombre valiente y honrado y un ferviente organizador obrero; la libertad de<br />

<strong>México</strong> perderá mucho con su encarcelamiento.<br />

Las huelgas en <strong>México</strong> han sido casi siempre resultado de la espontánea negativa de los<br />

obreros a continuar su vida miserable, más que fruto de un trabajo de organización o del<br />

llamado de los dirigentes. Tal fue la huelga de Tizapán, a la que me refiero porque de<br />

manera casual visité ese lugar cuando los huelguistas estaban muriendo, de hambre. La<br />

huelga había durado un mes; afectaba a 600 operarios de una fábrica textil de Tizapán<br />

situada a unos cuantos kilómetros desde el Castillo de Chapultepec, en la Ciudad de<br />

<strong>México</strong>. Sin embargo, ni un solo periódico de la capital que yo sepa, mencionó el hecho de<br />

que esa huelga existiera.<br />

Me enteré que ahora es un refugiado político en los Estados Unidos, quien me advirtió que<br />

mantuviera en secreto que él me lo había comunicado, porque aunque él mismo no supo de<br />

la huelga sino después que fue declarada, temía que, una indiscreción por mi parte diera por<br />

resultado su captura. Al día siguiente fui a Tizapán, vi la fábrica silenciosa, visité a los<br />

huelguistas en sus miserables hogares y, además, hablé con el comité de huelga.<br />

Excepto en Valle Nacional, nunca había visto tanta gente, hombres, mujeres y niños, como<br />

en Tizapán, con las señales del hambre en sus caras. Es verdad que no estaban enfermos de<br />

fiebre, que sus ojos no estaban vidriosos a causa de la fatiga total por el trabajo excesivo y<br />

el sueño insuficiente, pero sus mejillas estaban pálidas, respiraban débilmente y caminaban<br />

vacilantes por falta de alimento.<br />

Esta gente había trabajado 11 horas diarias por salarios que variaban entre $1 y $6 por<br />

semana. Sin duda, hubieran continuado en esas condiciones si tales salarios se les pagaran<br />

realmente; pero los patrones siempre ideaban nuevos métodos para robarles lo poco a que<br />

tenían derecho. Las pequeñas manchas que aparecían en la tela eran causa de descuentos de<br />

$1 y $2 y, en ocasiones, hasta de $3 en lo sueldos; las multas menores eran incontables.<br />

Además, los trabajadores estaban obligados a pagar tres centavos cada uno a la semana para<br />

pagar la comida de los perros que pertenecían a la fábrica. Esto fue la gota que colmó el

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