el socialismo venezolano - Juventud PSUV
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No le fue difícil para esa oligarquía lograr su cometido. El imperio de la mediocracia –de los medios masivos de comunicación–, que se alimenta en la mediocridad y se complace en las olas de la banalidad, ha sido el instrumento para obtener sus fines. Cada día, durante más de tres generaciones, la trivialidad se ha convertido en el aspecto dominante de la cultura de este sector social, que va poblando su memoria de historias y actos sin dimensiones temporales y espaciales. La condición necesaria y suficiente para la existencia de ese imperio virtual conformado por el mercado globalizado. Se les cambió, a sus miembros, su condición de ciudadanos por el simple papel de consumidores, no de los bienes necesarios para elevar la calidad de vida, sino de baratijas que han satisfecho su vanidad. El liberalismo así ha abonado su tendencia a la expansión, al crear nuevos productos que mantengan el capital en movimiento, impidiendo la obsolescencia y pérdida de valor de los viejos y la desvalorización del dinero. Así se masificó este segmento del pueblo venezolano, que para la década de los noventa representaba 13,65 por ciento de los habitantes del país. Un proceso que implicó su fascinación por la idea de la posibilidad de un ascenso social dentro de un contexto signado por la libre competencia. Un hecho que implicaría, al menos, el mantenimiento de su “prestigio”, que no es personal, sino adquirido por su situación estamental. Ese fenómeno de la masificación facilitó rápidamente su colocación en lo extremo. La sospecha enunciada de la posibilidad irracional de pérdida de sus bienes personales e incluso de sus propios hijos a causa de la política revolucionaria se transformó ipso facto en indiscutible evidencia, y un principio de antipatía hacia los sectores marginados de la sociedad pasó a constituir en segundos un odio feroz. Circunstancias que se han puesto de manifiesto con sus conductas pueriles que sirvieron de alimento a la violencia conspirativa que se manifestó el 2002. No obstante, de su seno surgieron corrientes, evidentemente minoritarias, que con plena conciencia de su situación se han sumado a los movimientos sociales de cambio. La organización denominada Clase Media en Positivo, de la cual se desprendió, por razones estratégicas y tácticas, la designada como clase media revolucionaria, se han convertido en fuerzas sociales significativas, que sumadas a las mencionadas en el acápite anterior, comparten las posiciones que favorecen la igualdad y el antiimperialismo. Por ello, son movimientos que, como aquellos, deben ser estimulados por quienes comparten los ideales socialistas. Su acción, ciertamente, ha permitido al menos la desmovilización de ese sector alienado. 78 79
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No le fue difícil para esa oligarquía lograr su cometido. El imperio<br />
de la mediocracia –de los medios masivos de comunicación–,<br />
que se alimenta en la mediocridad y se complace en las olas de<br />
la banalidad, ha sido <strong>el</strong> instrumento para obtener sus fines. Cada<br />
día, durante más de tres generaciones, la trivialidad se ha convertido<br />
en <strong>el</strong> aspecto dominante de la cultura de este sector social,<br />
que va poblando su memoria de historias y actos sin dimensiones<br />
temporales y espaciales. La condición necesaria y suficiente para<br />
la existencia de ese imperio virtual conformado por <strong>el</strong> mercado<br />
globalizado. Se les cambió, a sus miembros, su condición de ciudadanos<br />
por <strong>el</strong> simple pap<strong>el</strong> de consumidores, no de los bienes<br />
necesarios para <strong>el</strong>evar la calidad de vida, sino de baratijas que han<br />
satisfecho su vanidad. El liberalismo así ha abonado su tendencia<br />
a la expansión, al crear nuevos productos que mantengan <strong>el</strong> capital<br />
en movimiento, impidiendo la obsolescencia y pérdida de<br />
valor de los viejos y la desvalorización d<strong>el</strong> dinero.<br />
Así se masificó este segmento d<strong>el</strong> pueblo <strong>venezolano</strong>, que para<br />
la década de los noventa representaba 13,65 por ciento de los<br />
habitantes d<strong>el</strong> país. Un proceso que implicó su fascinación por la<br />
idea de la posibilidad de un ascenso social dentro de un contexto<br />
signado por la libre competencia. Un hecho que implicaría, al<br />
menos, <strong>el</strong> mantenimiento de su “prestigio”, que no es personal,<br />
sino adquirido por su situación estamental. Ese fenómeno de la<br />
masificación facilitó rápidamente su colocación en lo extremo.<br />
La sospecha enunciada de la posibilidad irracional de pérdida de<br />
sus bienes personales e incluso de sus propios hijos a causa de<br />
la política revolucionaria se transformó ipso facto en indiscutible<br />
evidencia, y un principio de antipatía hacia los sectores marginados<br />
de la sociedad pasó a constituir en segundos un odio feroz.<br />
Circunstancias que se han puesto de manifiesto con sus conductas<br />
pueriles que sirvieron de alimento a la violencia conspirativa<br />
que se manifestó <strong>el</strong> 2002.<br />
No obstante, de su seno surgieron corrientes, evidentemente<br />
minoritarias, que con plena conciencia de su situación se han<br />
sumado a los movimientos sociales de cambio. La organización<br />
denominada Clase Media en Positivo, de la cual se desprendió,<br />
por razones estratégicas y tácticas, la designada como clase media<br />
revolucionaria, se han convertido en fuerzas sociales significativas,<br />
que sumadas a las mencionadas en <strong>el</strong> acápite anterior,<br />
comparten las posiciones que favorecen la igualdad y <strong>el</strong> antiimperialismo.<br />
Por <strong>el</strong>lo, son movimientos que, como aqu<strong>el</strong>los, deben<br />
ser estimulados por quienes comparten los ideales socialistas. Su<br />
acción, ciertamente, ha permitido al menos la desmovilización de<br />
ese sector alienado.<br />
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