151-25 - Biblioteca Católica Digital
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VIII<br />
«TOMÓ DE SUS FRUTOS Y COMIÓ»<br />
(Génesis 3,1-7)<br />
x La serpiente, el más astuto de todos los animales<br />
del campo que Yahveh-Dios había hecho, dijo a la<br />
mujer; «¿Conque os ha dicho Dios: No comáis de ningún<br />
árbol delparaíso?y> Respondió la mujer a la serpiente:<br />
«Del fruto de los árboles del jardín podemos<br />
comer, ''pero del fruto del árbol que está en medio<br />
del jardín dijo Dios: no comáis de él, ni lo toquéis,<br />
para que no muráis.» 4 Dijo la serpiente a la mujer:<br />
«No, no moriréis; ''al contrario, Dios sabe que el día<br />
que comáis de él se abrirán vuestros ojos y seréis como<br />
dioses, conocedores del bien y del mal.» 6 Vio la mujer<br />
que el árbol tenía frutos sabrosos y que era seductor<br />
a la vista y codiciable para conseguir sabiduría; tomó<br />
de sus frutos y comió, y dio también a su marido, que<br />
estaba con ella, y que igualmente comió de él. 7 Se<br />
abrieron entonces los ojos de ambos, y, al darse cuenta<br />
de que estaban desnudos, cosieron hojas de higuera y<br />
se hicieron unos cinturones.<br />
Con el cap. 3, la tradición Yahvista nos traslada de<br />
la escena luminosa de la armonía del hombre con su<br />
Dios, con su semejante y con el mundo, a un horizonte<br />
sombrío, el del pecado justamente llamado «origi-<br />
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nal», porque es el origen, la raíz y la fuente de todo<br />
pecado. Saltarán así en pedazos todas las armonías<br />
precedentes y con la trasgresión del proyecto divino<br />
emblemáticamente representado en el árbol del conocimiento<br />
del bien y del mal pondrá en marcha el hombre<br />
su trágico proyecto alternativo, que el capítulo 3<br />
intenta describir. En la base de esta revuelta se halla,<br />
por supuesto, la libertad humana, gloria y riesgo de la<br />
más noble de las criaturas. Escribía Pico della Mirándola<br />
en su Oratio de hominis dignitate: «No te he<br />
dado rostro ni lugar que te será propio ni ningún don<br />
que te sea peculiar, oh Adán, para que conquistes y<br />
poseas, según tu elección y tus deseos, el rostro y el lugar<br />
que te apetezca. La naturaleza prefijada constriñe<br />
a los otros seres mediante leyes preestablecidas por<br />
nosotros. Pero tú no estás sujeto a ningún límite; con<br />
tu propio arbitrio, al cual te confío, te defines por ti<br />
mismo. Te he puesto en el centro del mundo para que<br />
puedas contemplar mejor lo que contiene. No te he<br />
hecho ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal,<br />
para que tú mismo, libremente, a modo de un buen<br />
pintor o de un experimentado escultor, plasmes tu<br />
propia imagen.»<br />
Por desgracia, el hombre plasma una imagen deforme<br />
al pretender arrebatar a Dios sus prerrogativas<br />
de dueño de la vida y la moral y al negarse a aceptar<br />
el sentido último que el Señor ha puesto en el ser y la<br />
existencia. El autor sagrado quiere, pues, dar respuesta<br />
en este pasaje a la eterna pregunta: ¿De dónde procede<br />
el mal? ¿Cuál es el origen del pecado? Recurre,<br />
para dar su respuesta, a una narración que ha sido modelada<br />
sobre la historia de una seducción primorosamente<br />
descrita, en el pasaje que ahora meditamos,<br />
con todas sus técnicas y sus consecuencias, incluidas las<br />
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